por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







lunes, 22 de febrero de 2010

Eva en Sevilla

Eva Yerbabuena Ballet Flamenco. Baile: Eva Yerbabuena, Mercedes de Córdoba, Irene Lozano, Fernando Jiménez, Eduardo Guerrero. Guitarra: Paco Jarana, Manuel de la Luz. Cante: El Extremeño, Pepe de Pura, José Valencia, Jeromo Segura. Percusión: El Pájaro, Raúl Domínguez. Música: Paco Jarana. Coreografía y dirección: Eva Yerbabuena. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 21 de febrero. Aforo: Lleno.

El telón que divide la escena es una metáfora perfecta, por supesto que totalmente inconsciente, de la polaridad no resuelta que palpita en éste y en la mayoría de los espectáculos de una intérprete tan maravillosa como desconcertante. Al principio los guitarristas y cantaores son invisibles porque la tela es opaco ladrillo. Poco a poco vamos percibiendo sus sombras, sus figuras. Al final de la obra pasan al otro lado. Por supuesto que el cante y la guitarra simbolizan el flamenco de tradición. Lo que ocurre a este lado del escenario durante una hora es el intento, fallido a mi parecer, de un teatro flamenco honesto. Cuando los músicos pasan al otro lado nos olvidamos del corazón de Europa y es el cante, la rueda de acordes de guitarra, la Yerbabuena, la soleá, lo que ocupa todo. La soleá salva y hunde el espectáculo. Supongo que la propia intérprete estará un poco harta de este tópico de la soleá, como estamos muchos de los escpectadores que tenemos el privilegio de compartir nuestra opinión con el público. Sólo que se trata de un tópico tan real, tan francamente carnal, que nos desarma a todos, incluyendo a la bailaora.

Lo que digo es que siempre que me siento a contemplar una obra de Yerbabuena voy abierto a recibir lo que su inquietud artística tiene a bien ofrecernos. Percibo, trato de comprender, las intenciones debajo de algunos efectismos que desde luego no necesita una creadora tan grande. Veo la lucha y anoto las tensiones de una dramaturgia no resuelta. Veo el trabajo corporal y la honestidad de mostrarlo en el silencio, y anoto la necesidad de un trabajo de puesta en escena más minucioso. Escucho las letras tradicionales y me doy cuenta de que las necesidades expresivas de nuestra bailaora exigirían nuevas creaciones musicales para la voz y, sobre todo, nuevas letras en que volcar sus inquietudes, que ayuden a comprender, a percibir. Que redondeen la obra, que traten de crubrir sus evidentes aristas.

Pero luego hace acto de presencia la soleá y todo ello carece de sentido. ¡Qué más me da los progresos que haya hecho Yerbabuena en un lenguaje que no es el suyo si en el flamenco es capaz, no ya de tamaña elocuencia, sino de otra cosa! La elocuencia está al alcance de muchos. De tan otra cosa se trata que los intentos de seducir mediante el ingenio, aunque ingenuo, mediante el drama, aunque tosco, casi resultan enternecedores. Yerbabuena puede reescribir desde La Iliada hasta el Ulises con sus brazos, con sus tacones. Puede ir y volver a la cueva de Altamira, atravesando toda la historia y el arte contemporáneo, con su cadera. Puede inventar las leyes de la armonía para luego internarse en la dodecafonía, el free jazz o la atonalidad con sus hombros. El arte flamenco nace desprovisto de argumento. Va directo a las emociones. Por eso es la más contemporánea de las artes. Cuando lo han disfrazado de costumbrismo ha sido para ocultar su realidad física, corporal, tan al margen de la norma escénica contemporánea. Cuando se inicia la soleá surge el temblor en la espina dorsal. Más allá del concepto o del sentimentalismo. Eso está al alcance de muy pocos artistas, de cualquier disciplina. Y eso es tan grande que lo que hay al otro lado del telón, el teatro danza, carece de pertinencia alguna.´

Esta noche tenéis una segunda oportunidad de verla en Sevilla.

sábado, 13 de febrero de 2010

Muere Fernando Terremoto

Se nos acaba de ir hace unas horas. Era uno de los platos fuertes del inminente Festival de Jerez, que hace unos días anunciaba la suspensión del concierto por enfermedad del artista. En plenas celebraciones de don Carnal, la muerte da un toque de atención a la familia flamenca, para recordarnos lo efímero de nuestros pasos. Levanto mi careta por Fernando Terremoto (Jerez de la Frontera, 1969): son esas noticias que no por esperadas dejan de ser extrañas. Reapareció el pasado septiembre, después de casi un año de comparecencia de una operación en el cerebro por un glioma. Volvía por la puerta grande después de varios meses de lucha. La puerta grande, en Jerez, es la peña que lleva el nombre de su padre, ante unos cuantos amigos y aficionados. Su padre también se fue pronto. Fernando tenía el mismo nombre que su progenitor y las mismas hechuras físicas y estéticas. En un primer momento fue la guitarra el objeto de su atención flamenca. Militó como guitarrista en el grupo de Manuel Morao Gitanos de Jerez. Se impuso, no obstante, la genética.


Se impuso, aunque se lo pensó: no fue hasta los 20 años, la mitad de su vida ahora truncada, que debutó como cantaor. Citar la genética en este contexto no es gratuito porque Fernando era la viva imagen de su padre, dentro y fuera del escenario. Como él, se ha ido muy pronto después de vivir intensamente. Vivió intensamente en las melodías por seguiriya, en los tercios de la bulería por soleá. La intensidad, la entrega total en la expresión afectiva, más allá de la concreción melódica o lírica. Estos eran sus estilos característicos, aunque, por supuesto, era un excepcional intérprete de la bulería, el fandango, el taranto, la malagueña del Mellizo, etc.

Ostentaba los premios Jóvenes intérpretes de la XI Bienal de Flamenco (1997) y tres primeros galardones en el XV Concurso Nacional de Córdoba (1998). Su tierra le otorgó la Copa Jerez de la Cátedra de Flamencología (2001). El Colegio Mayor Isabel la Católica lo distinguió con el galardón Tío Luis el de la Juliana (2005). En 2004 estuvo nominado a los premios Goya que otorga la academia del cine español, por la canción que interpretó para la película Carmen de Vicente Aranda.

En los últimos años de su vida llevó a cabo una frutífera colaboración con el Premio Nacional de Danza Israel Galván cuya máxima expresión fue 'La edad de Oro' (2005), junto a Alfredo Lagos, que ha sido uno de los espectáculos más representandos en el panorama flamenco del último lustro. Se ha ido, pronto, con dos discos fundamentales en el mercado. El juvenil 'La herencia de la sangre' (Dro, 1989) y el más maduro 'Cosa natural' (Auvidis, 1997). Existe un tercer registro de estudio. Sin embargo, el proceso de postproducción de esta obra fue interrumpido por la enfermedad que se lo ha llevado.

Es un disco, este inédito, producido por Gecko Turner, en el que Fernando sorprenderá a propios y extraños si es que se edita postumamente. En él su autor revela, más allá de su inquebrantable adscripción a los estilos clásicos, su voluntad de innovar y aportar algo de su cosecha a la evolución del cante jondo que es, como saben, el género flamenco más inmovilista de la actualidad.

Algo de esto mostró en Calendario, el espectáculo con el que se presentó en solitario en la Bienal de Sevilla de 2006 y que malogró una afonía, sin duda inoportuna pero quizá resultado de los nervios de saber que él, bastión hasta aquel momento de la tradición, era capaz de jugarse esta segura imagen, que le había proporcionado un lugar en el panorama de festivales, peñas y programaciones al uso.

Capaz de jugársela, como digo, con tal de permanecer fiel a su concepción artística. Honestidad, a mi entender, es la palabra que mejor define los pasos de Fernando Terremoto en esta tierra y en este arte. Sirva su ejemplo a las nuevas generaciones de artistas flamencos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Nosotros los cobardes

(Dedicaco a John Ford y su 'Delator')



En Hollywood lo hicieron
por conservar sus piscinas
en forma de riñón.
Gypo por 'América, América'
y Macbeth por tocar
a su esposa
con una corona.

Nosotros los cobardes
lo hacemos por una vaga
promesa de muletas
que nos hicieron
o nos hicimos

Bastaría, para ser libres,
echarse a andar.
Un pie detrás de otro.

A Kazan le costó un riñon
y a nosotros nuestras piernas.
Bastaría que nos echáramos a andar
para ser libres.

Pero Gypo no fue a América
porque era irlandés,
un buen irlandés.

Nosotros los cobardes: bastaría con que pusiéramos un pie delante del otro para decir la verdad. Para ver nuestras piernas. “Los flamencos no tienen palabra, son como niños, no tienen cabeza, ni piernas”. Nos dijeron que éramos adolescentes, que necesitábamos sus muletas para andar. “Si hablas, te cortan la cabeza” y preferimos cortarnos las piernas. A nosotros, los cobardes, los que no tenemos valor para señalar con el dedo, para mirarles a la cara. Podemos caminar: bastaría con poner un pie delante del otro. ¿Porqué nadie dice la verdad? Porque tememos perder una vaga promesa de muletas. Si descubriéramos de pronto que tenemos piernas, todo se derrumbaría. Para eso hay que abrir los ojos. Los que esperan el maná. También los que cantan y bailan pensando en la cesta de la compra. Los que no se dejan sostener por sus piernas, por sus gargantas, funcionarios del gesto vacío, burócratas de la juerga. Los que sonríen pusilánimes ante los usurpadores. También los que llegaron a la tierra prometida sin vocación, sin deseo. Hastiados de lo suyo, de ellos mismos, cansados de darse contra la pared. Los que conducen sin ganas, los que se dejan conducir por un pollo sin cabeza. Nosotros los cobardes. Los que entregaron su poder y los que lo ejercen sin deseo. Los que pasaban por aquí a ver si caía algo y se quedaron un año, dos, tres. Los que no muerden cuando les quitan lo suyo: el cante, el baile, el toque. Los serviles, los pusilánimes. Los que no dicen verdad, nosotros los cobardes. También los que se fueron a vivir a las afueras, a las chabolas. Emigraron por no luchar, por miedo a la trinchera. Por no ver caer a sus hermanos o sufrir ellos mismos un rasguño. Los que viven en los límites y no se atreven a pelear el trozo de tarta que les pertenece. Nosotros los cobardes. Que se nos va la fuerza por la boca por no cantar la verdad. Que preferimos una úlcera de estómago que maldecir al villano. Esta tierra no les pertenece, no nos pertenece. No será nuestra hasta que echemos a andar, un pie, y otro, y otro, y otro ...

lunes, 1 de febrero de 2010

Lérida en Sevilla: otro sitio para el toque/baile

'Tercer acercamiento al toque'
Dirección y baile: Juan Carlos Lérida. Guitarras: José Luis Rodríguez, Marta Robles. Escenografía: Antonio Gogoy. Iluminación: Marc Lleixa.
Lugar: Endanza en el Centro de las Artes de Sevilla
Fecha: 29 y 30 de Enero
Aforo: Lleno

Lérida presenta en Sevilla la propuesta de un lugar diferente desde el que mirar, tocar y tocarse, para la guitarra flamenca. Una inmersión en el solipsismo (es un solo de hora y pico), autoanálisis que sirve a lo social con el recurso del voyerismo, porque unas ochenta personas lo contemplamos en las dos sesiones del fin de semana, de la guitarra jonda. La soledad del tocaor de fondo (de escenario), a veces cercana y otras plenamente instalada en el onanismo. 

Desde la depuración escénica y coreográfica, llegar a la austeridad desde el exceso (de influencias, de conceptos, también de técnicas y músicas), en la que irrumpe también la ironía y el humor (el público), el momento presente, como estructura sobre la que construir desde la improvisación (según confesión del propio intérprete) para llegar al punto de partida: la soledad del que toca y se toca es la de cualquier ser humano. Ritos sociales del Monasterio de San Clemente. Una conclusión, por tanto: pese a todos los indicios, parece ser que los guitarristas son hombres y mujeres, un hombre y una mujer, de este mundo. Aunque vivan en su mundo. Todo dedos y cabeza, poseen también piernas, genitales y columna vertebral, a los que somenten a inhumanas torsiones. Eso sí, una contractura de un tocaor se parece a la de cualquier ser tocado.

La adudacia conceptual (casi heroica, si pensamos en el páramo de la disciplina en la que el propio intérprete ubica la pieza, el "flamenco contemporáneo") tiene su correlato en una exigencia técnica absoluta y una capacidad física que roza el exhibicionismo. La melodía, el ritmo, sobre todo la melancólica melodía, es un acicate emocional, pero el trabajo coreográfico hace un importante ejercicio de descomposición, digestión y reintegración de las técnicas flamencas. Y no sólo de las técnicas, también de los estilos, esto es, de las estructuras, de las actitudes. Con algún momento de autocomplaciencia barroca.

Espejo de la soledad social de Lérida, además del público, fueron las guitarras afinadas hasta convertirse en dos hilillos de plata, la luz con los hombros inclinados de la rutina gozosa y la desnudez del espacio escénico. Fue un gesto tan sencillo y marginal, a la vez revolucionario. La luz en los márgenes, en las aristas. Fue un acto de valentía, heroico decía más arriba, al mismo tiempo tan necesario. Para mi sed fue agua de mayo, porque "en verdad" mi rutina escénica semanal me lleva a ser testigo de tanto gesto vacío recargado de cosas... Hay vacíos fértiles pero el que se nos propone desde la escena flamenca contemporánea viene tan cargado de lastre (de otras artes, que llegan a lo jondo con rutina y cansancio vital, y también de este arte: las letras repetidas hasta la tortura, el mismo grupo de acompañamiento, sean o no idénticos los individuos, ya no cansino sino asfixiante). Lérida y cía. movieron unos centímetros el lugar de la danza y el toque flamencos contemporáneos iluminándonos, deslumbrándonos. Con el desolador y necesario daño colateral de mostrar la vacuidad gratuita (porque, como decía arriba, hay vacíos que no lo son), que domina en tantos "estrenos absolutos" y demás milongas de los ciclos y festivales flamencos al uso.