por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







miércoles, 24 de marzo de 2010

Dos canciones

El restaurador

En mi sueño
Todos mueren,
Pero luego se alejan
Hacia la puesta de sol.

Los muertos en mis yemas
Me miran con compasión,
Sienten que en mis entrañas
Llevo una antorcha de fuego.

Mis manos huelen a cementerio,
Mi boca se hace mayor,
Mi hijo no está dentro,
Mi hijo no está muerto.

Trabajo con los muertos,
Es la tarea del enterrador,
Es la tarea del sepulturero,
Es la tarea del niño abandonado.

Es la tarea del niño olvidado,
Es la tarea del niño sepultado
Con tierra entre las uñas.

Con carne entre las uñas,
Con aire entre las uñas.
Es la tarea del restaurador.

Trabajo con los muertos,
Me esperan en mi mesa de trabajo.
El pasado es un duro presente,
El pasado es un duro espejo.

El día en que todos fuimos viejos
Se acabaron los anuncios de televisión,
Se apagaron las luces de neón.

Las manos las tengo vacías,
Llenas de tiempo.
Llenas de huesos.

Y ¿qué puedo abrazar, sino a ti?
¿Qué puedo esperar sino a ti?
¿Qué puedo alumbrar sino a ti?

Mi hijo muerto
Se ha vuelto loco
De esperar nacer.
Mi hijo nonato.
Mi hijo, no será restaurador
Como su padre.

No verá estás flores blancas
Del sur.
No sabrá que detrás de las puertas
Viven miles de seres con las cuencas vacías.
No sabrá que estas murallas
Se hicieron para resistir.
Que esta boca se hizo para respirar,
Que estas manos nacieron para abrazar.

Mi hijo no será restaurador,
Ni irá en la tarde
Hacia la puesta de sol,
En el desierto.

Mi hijo no morirá
Porque no ha nacido.

No será restaurador.





Flores blancas


Qué viniste a ofrecerme aquella tarde,
Si es verdad que tu amor era tan grande.
Qué, aparte de ti misma.
Qué, más allá de mí mismo.

Yo también estoy dolido,
Yo también llevo un niño
Abandonado de la mano.

Pero, ¿qué hiciste para evitar el
Autorreproche en el futuro?
Lo que hice fue dártelo todo,
Darte todo de mí.
Darte.

Sentada en el salón de tu casa
Limpia pero podrida,
Podrida pero limpia,
¿no te muerde el recuerdo,
esta tarde,
por lo que dejaste ir?

Yo también estoy dolido,
También llevo un niño abandonado
De la mano.

No obstante
Te hice una oferta.
Te propuse un negocio.
El negocio del amor,
De la vida eterna
En un instante.
El negocio de sufrir
Y gozar a tu lado.

El negocio de criar a nuestros hijos,
Nuestros,
Y envejecer juntos.
Y envejecimos tres años.

Me pregunto si esta tarde
No te harás ningún reproche
Por lo que dejaste ir:
Este sueño mío
O este infierno tuyo.

La excelencia,
Estar en concordancia
Con lo que uno es.
Saber de lo que soy capaz,
Y yo sé
Que tú eres capaz de mucho más,
Que has sido capaz de mucho más.
De llegar hasta aquí,
Esta casa limpia pero podrida,
Podrida pero limpia.

Mirarte al espejo y saber
Que ya eres vieja,
Que los años no pasan de balde,
Que tu corazón tiene todavía
Arrugas y una ilusión.
Me pregunto cuál es su nombre.

Mirarme en el espejo de cuarenta años,
En el espejo del cansancio,
De dolor,
Y también de la primavera,
De las flores blancas,
De las flores blancas
Que recorren de noche la ciudad
Y mi cuerpo.
He vuelto a la noche.

Las flores blancas son para olvidar
La página en blanco es para recordarte
Que es tarde.
Que se hace tarde
Esta tarde.

Yo también estoy dolido,
También llevo un niño
Abandonado de la mano.

El secreto reside
En llevarlo tú a él.
Es la única forma
De no ser abandonada
Otra vez.

Vivir en un sueño,
Despertar del infierno.
Vivir en un sueño
De un lento anochecer,
De un acorde,
De una risa,
De un llanto,
De una vida,
De un amor.

Un sueño te aguarda
A la vuelta de la esquina,
Y no podrás despertar más,
No podrás esperar más.

Ella no tiene una gran voz
Ni una figura bonita
Su cara es una de tantas,
Pero no hay otra para mí.
Por una simple razón:
Es mía.
Para siempre, mía.
Sus melodías,
Sus risas,
Sus llantos,
Su vida,
Su amor,
Su amanecer.

Ella es mía esta noche
Y mañana nos olvidaremos.

jueves, 18 de marzo de 2010

Muere Rafael el Negro

El bailaor Rafael García Rodríguez, Rafael el Negro para el arte, murió ayer en el Hospital Infanta Luisa de Sevilla como consecuencia de una grave enfermedad que lo mantenía postrado desde hace semanas. Nació en Triana en 1935, en el seno de una familia de aficionados al flamenco: su madre, María de los Santos, cantaba en reuniones, y sus hermanos también bailaban de manera informal. Se inició en el baile flamenco de la mano de su compadre el Titi hijo. Según su hija Rocío Coral, su debut profesional, de la mano de El Titi, fue en la Parrilla del Cristina, aunque su primera gran oportunidad artística le llegó a principios de los cincuenta en el escenario del tablao sevillano El Guajiro. Pronto se enroló en la compañía de José Greco con la que recorrió los escenarios de todo el mundo, como el Teatro de las Naciones de París, el Royal Festival de Londres, El Liceo de Roma o la Feria Mundial de Nueva York. También militó en otra compañía de proyección internacional como la de Manuela Vargas.

Conoció a su mujer, Matilde Coral, en 1954 en El Guajiro y formó con ella, y el Farruco, el trío Los Bolecos que revolucionaría la danza flamenca en los primeros años setenta. Fue sin duda el cuadro de baile más solicitado por los incipientes festivales andaluces del momento, recibiendo el reconocimiento de la Cátedra de Flamencología de Jerez en 1970. Una vez disuelto el grupo, acompañó a Matilde Coral en todos los espectáculos de la sevillana hasta que una lesión de rodilla lo obligó a retirarse de la escena flamenca. Con todo, participó en la III Bienal de Sevilla de 1984 y recibió el homenaje de la III Semana Cultural Flamenca de Palma del Río. También ejerció labores pedagógicas en la academia de Matilde Coral. 

Fue la propia Coral la que mejor definió el arte de su esposo en unas declaraciones recogidas por Navarro García su ‘Historia del baile flamenco’: “No ha podido bailar un gitano ni moverse en la escena con más elegancia que lo hacía Rafael. Pulcritud, sobriedad y unos brazos únicos”. Pudimos disfrutar hace unos años de la últimas pinceladas de este baile íntimo, reposado, elegante, que era capaz del máximo de expresión sin salirse del espacio de una baldosa, en la última actuación de Matilde Coral en el Centro Cultural Cajasol, en que Rafael el Negro nos dio ese regalo, esa joya diminuta y deslumbrante que era su baile trianero por bulerías. La capilla ardiente, que permaneció instalada ayer durante todo el día en el tanatorio de San Jerónimo, reunió a artistas como Ricardo Miño o Pepa Montes para darle el último adiós a Rafael.

Afortunadamente, su baile queda registrado para la historia en la serie 'Rito y geografía del baile'. Dísfrutalo en este enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=AACHFtPx7UA&feature=related

martes, 16 de marzo de 2010

Una charla

Es tarde. Me incorporo en la cama. No estoy en mi habitación. Ahora lo recuerdo: es la casa de mi amigo. Es la casa de Antonio Pradera. Es tarde, y no me queda tiempo para preparar mi conferencia. No oigo ruido alguno. La casa está vacía. Aprovecharé la ausencia de mis anfitriones para preparar mi intervención.

Suena una llave en la cerradura. Alguien entra. Estoy en el salón, de pie. Todavía estoy adormilado. Es Juana, la dueña de la casa:
- Hola, buenos días.
- Buenos días.
- ¿Has dormido bien?
- Perfectamente, gracias.
- Estoy muy nerviosa – Juana busca un cigarrillo en el bolso que ha dejado sobre la mesa, y lo prende. Está visiblemente alterada.
- ¿Qué ocurre?
- ¿Puedo contarte algo?
- Claro.

Pienso en mi intervención de esta tarde en la Universidad. Si escucho a Juana, no voy a tener tiempo para prepararme la charla. Juana comienza a hablar. Es una larga historia, o al menos así me lo parece, dada la ansiedad que me genera el hecho de no estar preparándome mi ponencia, sobre las intrigas de los departamentos en la Universidad. Ellos, Antonio Pradera y Juana, son mis anfitriones. Antonio y yo somos viejos amigos. Crecimos juntos. A Juana la conocí poco antes de casarse con Antonio. Ellos son mis anfitriones. Estoy en su casa. Ha sido precisamente su departamento el que me ha invitado a dar una charla en el aula magna de la universidad. Ese departamento del que, por enésima vez, asisto al relato de sus pequeñas mezquindades. Son rencores como cualesquiera otros. No es la primera vez que Juana, o Antonio, me hablan de ellos. Me aburre la charla. Pienso en mi conferencia y me pongo nervioso: debería estar preparándola. Sigo escuchando por una sola razón. Me gusta Juana. Me gusta su boca, sus ojos. Su olor. Su pelo. Me gusta el entusiasmo, casi desesperado, con el que coge la vida. Incluso para contarme la enésima y a mis ojos ridícula intriga departamental. Mueve las manos para enfatizar sus palabras. Agarra el aire que la circunda para hacerlo suyo. Lo aspira hasta el fondo de sus pulmones, igual que hace con el humo de su cigarrillo, cada vez que interrumpe, por un instante, el curso de su narración. Su cabello es largo y rubio. Todavía no se ha quitado el abrigo. Estamos en marzo, hace frío. Es rubia y es pija, y me gusta. Yo soy uno de pueblo y ella de ciudad. Es la mujer de mi amigo. Creo que eso, bajo la conciencia moralista de que jamás podría ocurrir nada, ya que es la mujer de mi amigo... Creo que eso ... Bueno, lo cierto no es que lo crea. Estoy seguro de que eso la hace aún más atractiva. Esa prohibición. Ese rollo edípico.

Me dice que Pedro, un profesor de lingüística, se las ha ingeniado para promocionar a su amante hasta la subdirección del departamento, en detrimento del candidato de Antonio. Y lo que yo siento es esto: “quiero hacerte el amor”. Esas son las palabras que suenan en mi cabeza, no las que provienen de su boca.

Estoy en el garaje. No recuerdo donde dejé el coche. Voy a pasarme por la Universidad. Quiero ver el aula magna y, si está libre, aprovechar el espacio para trabajar un rato. Luego comeré en cualquier lugar de los alrededores. Juana me ha invitado a comer con ella pero he rehusado. La excusa ha sido que necesito estar solo antes de la conferencia. ¿A quién se le ha ocurrido programarla a las cuatro? Tendré que comer pronto, a las dos como muy tarde, para no sentirme demasiado pesado en la charla. Comeré una ensalada.


La puerta del ascensor se abre y aparece Juana. No me ve. Prende la luz y se ilumina el garaje. Sigue sin verme. Su abrigo beige vuela impulsado por su tensión vital en el aire enrarecido del garaje, sus tacones resuenan contra el frío cemento del piso, espoleados por una determinación que envidio, que deseo. Pulsa el mando a distancia y las anaranjadas luces de apertura de un enorme todo terreno pardo rojizo iluminan su rostro dos fracciones de segundo. Me acerco a ella cuando está a punto de abrir la puerta del coche. Se vuelve hacia mí y la beso. Hacemos el amor en el coche. Estoy todavía dentro cuando dice:
- Mi hija está fuera.
- ¿Dónde?
- Arriba, en la piscina.