por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







martes, 29 de diciembre de 2009

Un nuevo disco de Enrique Morente: 'Flamenco en directo'

La serrana es la gran sorpresa de este último disco del cantaor, la novedad a la que siempre estamos abonados en una obra morentiana. Enrique Morente tiene esa capacidad asombrosa de actualizar la tradición a fuerza de hacerla voz propia, instrumento de expresión personal. Incluso en un estilo tan rígido y fosilizado como la serrana. Susurrante, íntimo, en la liviana de introducción, y poderoso en la serrana propiamente dicha. La voz de Morente es nuestro paño de lágrimas porque nos permite llorar sin rubor. El flamenco, ya lo sabéis, es expresión de dolor, queja permanente, que naturalmente se desliza a la fiesta como consecuencia natural de ese desahogo. Por eso podemos decir que Enrique Morente es el más flamenco de los cantaores actuales. Ha convertido la serrana la ha convertido en un diálogo suave, íntimo, con Habichuela. Otro mano a mano de este dúo mítico. En los tientos retoma Enrique melodías de los años sesenta y setenta, y esa forma fiera de cantar de entonces, algo rígida en lo melódico (así es el perfil contemporáneo de este palo), pero que en su voz tiene resonancias de otros territorios jondos.

La malagueña de Gayarrito también presenta un perfil estrictamente clásico, tanto en lo vocal como en el acompañamiento, retomando un cante que Morente interpreta desde los sesenta y que incluyó en su segundo disco. La soleá (con Pepe Habichuela): posee el perfil contemporáneo de la soleá morentina, con letras que, además de hacer habitualmente en vivo, se incluyeron en sus álbumes, desde ‘El pequeño reloj’ hasta  ‘Homenaje flamenco a Miguel Hernández’ (Cádiz por Paquirri el Guanter), o al revés. Clásicas al 100%. La segunda entrega soleaera me llega más por su perfil melódico trianero, que exige una enorme entrega emocional a su intérprete. El toque es una delicia de clasicismo puesto al día y la voz se recrea en la melodía tradicional, meciéndose en los tercios a gusto, nuestro gusto. La guitarra acompaña, sigue de cerca, estimula y casi podemos sentir sus caricias instrumentales, cuidando y jaleando al cantaor.


Fandangos naturales (con Pepe Habichuela) nos traen todo el sabor de los años 70 en que tan populares eran estos estilos y esta forma tan espectacular de decirlos, con un Enrique pletórico de voz, que mece a gusto. En la granaína demuestra su dominio del estilo más característico de su ciudad actual, aunque chaconiano en su fisonomía actual. De hecho la letra que canta corresponde a la suficiencia flamenca típica del cantaor de Jerez, tal y como aparece en el disco morentiano de 1977 ‘Homenaje a don Antonio Chacón’. Las alegrías (con Pepe Habichuela) se inician con el perfil clásico para irse luego por los deliciosos estilos ligados, bailables, que el maestro registró con Sabicas y acaba con la letra clásica, tan actual, de “las nubes se me oscurecieron/ el cielo se me nubló/ el día que me dijeron/ que tu querer se me acabó”.

La parte más festera del disco corre a cargo de los tangos, también un clásico del repertorio de Morente, extraídos de su disco ‘Sacromonte’, aunque incluyen fragmentos de los tientos griegos de ‘Pablo de Málaga’ y con la guitarra enchufada de David Cerreduela, bajos, coros, cajón y estribillos. La nana es el único tema hecho a propósito para esta obra, aunque se alimenta del texto de una saeta clásica en un arreglo del cantaor incluido en el disco ‘Maestros’ de Rafael Riqueni como introducción a la melodía ‘Amargura’ de Font de Anta , del ‘Solo del pastor bobo’ de Omega-Lorca, de ‘El pequeño reloj’ de León Felipe (o inspirado en León Felipe) en el disco del mismo nombre, y se beneficia de un coro infantil en el estribillo. Deliciosas la voces húmedas de Estrella, y la de Soleá, las dos hijas del cantaor. También suena un cajón y un bajo eléctrico. El tema se cierra con una seguiriya que presenta el único acompañamiento de un contrabajo de Javier Colina. Es el clásico recurso morentiano de incluir el más diverso material de acarreo para construir una obra mayor.



Tengo que decir que aunque el cantaor ha seleccionado cantes de los últimos dos décadas, con una voz portentosa y plena de forma, me quedo con su estilo cascado pero sabio de los últimos tiempos ya que el Morente de la última época es para mí el mejor Morente: no tan espectacular de instrumento, pero mucho más sabio en vida y flamencura. Un pequeño cotilleo personal para acabar, que me permito por el hecho de sentirme entre amigos: el disco salió hace un mes pero no he querido reseñarlo hasta ahora. Es mi forma de protestar por el (mal) trato que hemos recibido la prensa especializada de parte de la nueva y multinacional compañía discográfica del cantaor. Lo cierto es que lo reseño únicamente por deferencia al maestro Morente, por su alta calidad artística y humana. Enhorabuena maestro. Feliz 2010 a todos.

En las imágenes, portada del último disco de Enrique Morente y el cantaor en el Festival Vaivenes Flamencos, con Estrella Morente y Lagartija Nick,  por Alejandro Calderón.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El flamenco y la música contemporánea

Veamos pues los hitos de la obra de Mauricio Sotelo, ‘De oscura llama’, de la que hablaba la semana pasada. De inspiración lorquiana, compuesta en 2008 y recientemente editada por el sello Anemos y distribuido por Diverdi. La obra es una suerte de suite en doce partes para diez intérpretes solistas: cantaor, flauta, clarinete, piano, violín, violonchelo y trío de percusión. La dirección corre a cargo del propio compositor, Mauricio Sotelo.

 

En el collage sonoro que es ‘De oscura llama’ sorprende la presencia flamenca con su melodía y configuración tradicional en la ‘Soleá de la sombra’, en contraste con la sonoridad abstracta, no tonal ni modal, del cuerpo de la composición. Quiero decir que no hay una indagación sobre las posibilidades ‘contemporáneas’ de la voz, armonías, melodías y ritmos flamencos. Sí ocurre así, parcialmente, en ‘Rompe desde un abismo el sol’ sobre el ayeo de introducción de la seguiriya y el ‘ostinato’ de la rueda de acordes tradicional de la guitarra de este cante. Es decir, los elementos flamencos están fragmentados y el autor profundiza sonoramente en cada fragmento hasta expandir, por extenuación del instante, la métrica y tímbrica flamenca.

No obstante, esta búsqueda no se extiende al ámbito vocal que, como en la pieza anterior, sigue la dinámica flamenca tradicional, más o menos estilizada. También me parece percibir un lejano eco de Messian en el nocturno canto de un ave, que enlaza con el ayeo de introducción de la seguiriya, cerrando y abriendo la pieza con el mismo estado de ánimo. Eso sí, como digo, de toda esta indagación está excluida la voz. Lo mismo podemos decir de la segunda seguiriya de la obra, ‘Del amor oscuro’ donde la investigación sobre la rítmica flamenca corre de parte de los instrumentos pero la línea vocal permanece inalterable respecto al flamenco tradicional, tanto en melodía como en ritmo. Igual en la granaína, donde la melodía compuesta por Chacón a finales del siglo XIX se introduce intacta, sobre los versos lorquianos del ‘Soneto de la dulce queja’ puesto que esta obra, ‘De oscura llama’, está inspirada en los sonetos lorquianos. La bulería por soleá continúa esta indagación, fundamentalmente rítmica, sobre la tradición flamenca, por la vía de fragmentar y exacerbar un fragmento a través del piano y la percusión primero  y del contrabajo más adelante, en que el instrumento hace las veces de solista y base rítmica-armónica de la melodía. Es una brillante introducción a una bulería que se abre con ínfulas sinfónicas en las cuerdas y guiños tonales. La melodía y los textos del cante, una vez más, remiten a la tradición flamenca y, en este caso, folclórica (no olvidemos que Lorca, inspirador de esta obra, fue un brillante recopilador de la tradición musical y literaria). De subrayar los acordes, las cuerdas pasan a la mitad de la pieza a ser un instrumento rítmico, con el piano, siendo la flauta la protagonista de las variaciones melódicas en diálogo con el cantaor.




En el martinete, más de lo mismo, también con letras tradicionales y el violín como eco del cantaor. El handicap de este concepto es que la voz resulta menos espontánea que en su versión clásica, aunque, por otro lado, esta vecindad (¿yuxtaposición?) la proyecta a otros universos sonoros. La soleá aparece de nuevo, como ritmo y melodía estilizada, por tercera vez, en ‘De la llama oscura’ con un guiño a La Serneta aunque invirtiendo tanto la letra clásica como la melodía. El violín de Miguel Borrego presenta en ‘Coral’ giros y escalas microtonales de aires folclóricos estilizados a los que sucede una improvisación de la flauta de inspiración sufí, en la que Roberto Fabbriciani demuestra que éste es, también, un instrumento percusivo. El cierre de la obra, de épica ligetiana, se articula sobre las tonás campesinas y su pariente la nana, para pasar luego a la soleá de Enrique el Mellizo.

La conclusión es que ésta hubiese sido una obra más atrevida, y más flamenca, sin la inclusión de la voz, ya que, al parecer, este elemento flamenco continúa siendo inalterable, incluso para los compositores de vanguardia: ¿porqué la libertad creadora que se conceden en su ámbito propio no se la dan a los elementos flamencos que hoy por hoy continúan siendo inalterables? Supongo que por lo mismo que decía la semana pasada (ver ‘El flamenco y la música clásica’) de los guitarristas flamencos: el compositor no se atreve a alterar, a arriesgar, en un lenguaje que no domina, que no es el suyo. De hecho, las indagaciones armónicas y rítmicas, que no tímbricas, que presenta ésta y otras obras flamencas de vanguardia, ya habían sido exploradas por los guitarristas flamencos. Con todo, el intento de Sotelo resulta más que plausible. La voz, tal y como se incluye en esta obra, es más el elemento de inspiración de la misma que parte fundamental (de hecho, las melodías de la voz son composiciones de Chacón, Manuel Molina, Enrique el Mellizo y otros creadores del siglo XIX). Por eso, ‘De oscura llama’ hubiese resultado más convincente de haber escamoteado algo más sus motivos inspiradores, en este caso, el cante flamenco de tradición.

Quedan por tanto varias asignaturas pendientes en este camino del diálogo flamenco-música académica, aunque sin duda la mayor de ellas sea el sinfonismo: claro que yo no he escuchado aún el concierto para guitarra flamenca y orquesta, estrenado por Cañizares, del propio Mauricio Sotelo.

En las imágenes, portada de la obra 'De oscura llama', y su autor, el compositor Mauricio Sotelo.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El flamenco y la música clásica


Las relaciones del flamenco con la música académica, como con otras manifestaciones artísticas hegemónicas como el pop, han venido siempre a domesticar, a hacer más digerible para la mayoría, el subversivo mensaje flamenco. En especial cuando ha partido de los propios flamencos la iniciativa: ni Manolo Sanlúcar y sus seguidores (Amigo, Rodríguez, etc.), ni Tomatito, ni Gerardo Núñez, ni siquiera los habitualmente geniales Paco de Lucía (y su versión del ‘Concierto de Aranjuez’ de Rodrigo) o Morente (‘Alegro soleá’ y ‘Fantasía del cante jondo’). Tampoco el acercamiento de Cañizares a la obra de Albéniz ha dado resultados brillantes, a pesar de lo interesante de su ‘Iberia’. La orquesta sinfónica se ha revelado siempre como un instrumento y un lenguaje en el que los flamencos no han conseguido ir tan lejos como lo hacen al manejar sus propios instrumentos y lenguajes. 
 

La cosa ha sido más interesante cuando han sido los académicos los que se han aflamencado y así, en nuestro tiempo, el catalán Joan Guinjoan o la madrileña María Escribano recientemente, o Surinyach hace unas décadas, han reverdecido los laureles de Albéniz, Falla, Turina y demás familia nacionalista (confieso que no he escuchado las piezas de inspiración flamenca de Frank Martín, y lo poco que he escuchado de Ohana no me ha impresionado). Mi favorita es María Escribano de la que recuerdo sus ‘Sortilegios’, ‘Quejío’ y ‘Jondo’. Digo que recuerdo porque tenía sus obras en una cassete que extravié hace tiempo, y todavía no he podido encontrar estas obras en soporte CD. Eso sí, los nacionalistas, que acertaban en sus obras para instrumento solo, sea pianística o para guitarra, solían resultar menos convincentes con la orquesta: prefiero la ‘Fantasía Bética’ a ‘El amor brujo’ y, por encima de todo, ‘Iberia’. Es por ello que la obra de Mauricio Sotelo, ‘De oscura llama’, recién editada, resulta tan sorprendente e importante. Bueno, no sorpresa absoluta, porque hace décadas que esperábamos que este maridaje flamenco-música académica volvería a por sus laureles, y porque Sotelo lleva décadas mostrando inquietudes jondas en su música. Como señala el excelente libreto de esta edición, su obra de cámara ya había dado interesantes maridajes, aunque nunca tan maduros, a mi entender como esta ‘De oscura llama’. No obstante, todavía el camino por recorrer a partir de la ‘Oscura llama’ es bien largo. 
 

En las imágenes, Paco de Lucía y María Escribano.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Biografías: Enrique Morente (II)


Y, por supuesto, Lorca. El Lorca colorista, cursi, bello, de doña Rosita. El Lorca flamenco del ‘Poema del cante jondo’. El trágico: ‘Yerma’. El surrealista: ‘Así que pasen cinco años’. Los poemas alucinados por la contemplación de la máquina contemporánea, las pesadillas de ‘Poeta en Nueva York’ que Morente hace con acompañamiento hard-core.  

La brillante continuación de esta aventura flamenca, la más fascinante de las que me ha sido dado contemplar, es ‘El pequeño reloj’ (2003), ‘Morente sueña la Alhambra’ (2005) y ‘Pablo de Málaga’ (2008), los últimos discos de Morente, que se sitúan entre los mejores de los suyos, que ya es decir. El guiño, porque Morente ha aprendido de Marchena el sentido burlón respecto al canon flamenco, para reírse de los llamados puristas, esto es, de los aficionados intransigentes; el guiño, decía, es que una apuesta tan arriesgada como 'El pequeño reloj’, se abre con un clásico entre los clásicos, que también fue vanguardia en su día; la rondeña de Montoya tocada, gracias a las nuevas tecnologías, por el propio Montoya. Morente se hace acompañar en ‘El pequeño reloj’ de la vanguardia tocaora flamenca (Niño Josele, Tomatito) pero también de los clásicos, de Montoya y de Manolo de Huelva, a través de grabaciones de los años treinta. También de las programaciones de Carlos Jean y de los pies de Israel Galván. Los textos de León Felipe. Un disco conceptual, como todos los últimos suyos, pero con aliento clásico y trágico. Una reflexión sobre la vida y la muerte, esto es, el tiempo. La tendencia ‘dance’ se acentúa en los últimos tiempos con los dos últimos cortes de ‘Pablo de Málaga’ mientras que ‘Morente sueña La Alhambra’ presenta las brillantes colaboraciones de Pat Metheny e Israel Galván, entre otros.




Morente abrió los ojos al flamenco como clásico pero se hizo barroco, no por voluntad de heterodoxia, sino por devoción a sus mayores: a Chacón, a Marchena, a San Juan de la Cruz. Morente es, sin que muchos lo lleguen a sospechar, el cantaor más influyente de nuestro tiempo. Tal vez el número de sus seguidores es inferior al de otros, pero los nombres de los mismos no dejan lugar a dudas sobre lo dicho. Hablamos de lo mejor de la nueva generación cantaora: Miguel Poveda, Mayte Martín, Segundo Falcón, Arcángel, ... Lógicamente a esta lista debemos añadir el nombre de Estrella Morente, la hija de Enrique.
 
En la imagen, Enrique Morente por Tomoyuki Takase.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Biografías: Enrique Morente (I)

Es el más importante músico y cantaor flamenco de nuestros tiempos. Ésta es una afirmación rotunda y comprometida. Tengo mis razones, para hacerla. Mis gustos.

La primera de mis razones es que Enrique Morente Cotelo (Granada, 1942) canta muy bien. Canta con sentimiento porque entrega en este acto toda un alma, la suya, dolorida. El arte flamenco, hora es ya de decirlo con todas las letras para evitar equívocos, como todo arte por supuesto, es arte del dolor, el que produce el desequilibrio entre el mundo y el individuo. Es una forma de compensación. El flamenco se posiciona ante la naturaleza y la sociedad porque hay algo que le duele, que no va bien. Y por eso dice “ay”, dirá alguno de ustedes. Con razón. Morente canta por esa desazón, en virtud de ese malestar, por encontrar equilibrio, un centro, a través de la voz. El flamenco es también, por supuesto, una celebración vital, una descarga energética, una demostración de la naturaleza que se halla en el fondo de todos nosotros.

Morente canta muy bien. Lo mismo el canon flamenco que las nuevas músicas flamencas que el inventa para las poetas que le duelen, que le alegran. Además de ello es ingeligente. Que resulte clásico para algunos y vanguardista para la mayoría es un hecho que no dice gran cosa. Morente es dórico y corintio a un tiempo. En sus primeros discos es de un clasicismo radical, excesivo para un chico de veinte años. En ellos demuestra Morente que aprendió la lección que vorazmente cogió de sus maestros en los años sesenta de los tablaos madrileños. Morente se juntó con los viejos, a escucharlos: Bernardo el de los Lobitos, Pepe de la Matrona, Juan Varea, Perico el del Lunar, Manolo de Huelva, Aurelio Sellés. A escuchar de sus vocecitas temblonas sus cantes y sus historias. Cantes e historias de un hombre que no llegó a viejo, Antonio Chacón que, ya lo irán sospechando ustedes, es el verdadero creador del arte flamenco. Viejos con memoria de elefante que le trasmitieron la devoción a una obra que ellos vieron nacer, a un hombre al que contemplaron morir. Chacón configuró el repertorio flamenco a finales del siglo XIX y principios del XX. 

Morente es el más chaconiano de los cantaores de nuestra época y sin embargo es tildado de heterodoxo. Cosas que pasan en el flamenco, en el arte. En toda su obra es radical la huella chaconiana, aunque en sus primeros cinco discos este influencia raya la devoción religiosa. Morente se hizo hombre, cantaor de flamenco, por Antonio Chacón, imitando los gestos, las actitudes de rebeldía, los melismas de Chacón. El quinto disco de Morente se titula ‘Homenaje flamenco a don Antonio Chacón’ (1977). En él descubre a los aficionados flamencos el legado del gran cantaor jerezano. Aunque como buen granadino dórico, hombre del oriente al cabo, incluyó en estos discos los fandangos del Yerbabuena y las granaínas. Sin embargo el Morente más mineral de esta etapa pujante, hermosa, primera, inaugural, es el cante de las minas: tarantos y tarantas de Almería, cartageneras y malagueñas. Morente descubre en estos primeros registros la potencia que es capaz de expresar su rabia y su capacidad melismática. Para muchos este es el mejor Morente, el más perdurable.

Eso sí, ese mismo año de 1977 del disco dedicado a Chacón también grabó otro titulado ‘Despegando’. En él introduce música flamenca nueva, inédita, a ritmo de tangos y bulerías, compuesta por él para cantar textos nuevos, algunos firmados por él mismo, de afirmación personal y regional, y otros de poetas como Miguel Hernández y Antonio Machado. También la influencia de otras músicas, las de la egipcia Om Kalsoum. Y Morente cantando mejor que nunca. Morente barroco, soberbio, retorcido por el melisma. El acierto de nuestro cantaor, que no fue el primero en cantar poetas de los llamados cultos, consistió en crear nuevas músicas para cada poema, en lugar de adaptar los poemas a los palos clásicos, que fueron compuestos para otro tipo de poesía, la flamenca en cuartetas octosílabas. A los nombrados les seguirían Manuel Machado, Pedro Garfias, Alberti, Nicolás Guillén, José Bergamín, etc. También los de siglo de oro: San Juan, Fray Luis de León, Quevedo. Y los de la edad media: Juan del Encina. Incluso de otros idiomas: Al-Mutamid, Leonard Cohen.

En la imagen, Enrique Morente. Foto cortesía del artista.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Las fosas del flamenco

Hace unas semanas se iniciaron las excavaciones que conducirán, previsiblemente, a la exhumación del cuerpo de Federico García Lorca. Por esos valles y barrancos todavía permanecen enterrados los restos de muchos artistas flamencos.

Lo que resulta mucho menos conocido es la cantidad de artistas flamencos muertos violentamente o desaparecidos en la guerra civil. Se cumplen ahora 70 años del final de la contienda, que son 70 años de silencio a propósito de estos hombres y mujeres flamencos que dieron su vida por una idea de España que ellos creían mejor. Se cumplen 70 años de la desaparición de Chaconcito y 72 de la muerte del Corruco de Algeciras. La historia de Federico García Lorca se repitió unos días más tarde, en Cáceres, en la figura de uno de los cantaores más populares del periodo, el Chato de las Ventas. El cantaor se hallaba en la ciudad extremeña por un azar, volvía de una gira andaluza y paró a descansar. Fue apresado y condenado a muerte en un juicio sumarísimo. Juan Valderrama cuenta en sus memorias que murió de un ataque cardiaco cuando lo sacaban para fusilarlo. El Corruco de Algeciras desapareció en el frente de Balaguer en 1937 y Chaconcito, joven promesa de este arte, en el de Madrid en 1939. La diferencia del Chato respecto a Lorca es que su familia sí pudo recuperar su cuerpo. Sin embargo, si Lorca se convirtió en un símbolo mundial, sobre el Chato de las Ventas y sus compañeros calló un olvido fulminante.


La Ley para la Recuperación de la Memoria Histórica nació con la intención de subsanar este olvido. Pero los gobiernos central y autonómicos se ha mostrado tan tibios en la aplicación de las mismas, que incluso algunos jueces estrella han tratado de superar la timidez de aquellos. El problema de base es creer que esto beneficia, simplemente, a unos cuantos nostálgicos de la República. No es cierto. La recuperación de nuestra historia beneficia a todos, víctimas y verdugos. Es el único camino para la reconciliación. Como declaró Ian Gibson hace unos días, a propósito de Lorca, “este país no avanzará hacia el futuro hasta que no supere su pasado”. Me consta que un grupo de estudiosos, historiadores, investigadores flamencos y artistas, presentó una propuesta de Recuperación de la Memoria Histórica Flamenca a la Agencia del Flamenco de la Junta de Andalucía. El proyecto recibió buenas palabras y la promesa de dos directores sucesivos de la institución de llevarse a cabo, en uno u otro modo. No obstante, el proyecto sigue en dique seco desde hace tres años y sólo ha recibido algún impulso de Ibercaja y la Sociedad Flamenca El Dorado de Barcelona. No obstante el proyecto es 100% andaluz porque fueron andaluces los artistas flamencos que se comprometieron en la defensa de la legalidad republicana, y que dieron la vida por ello. Primero en el advenimiento del régimen, saludado con efusión por la estrella flamenca del periodo, Manuel Vallejo, a través de una serie de grabaciones de “fandangos republicanos” que enseguida fueron secundadas por otras estrellas del periodo como Guerrita, Niño de la Huerta, Niño Fanegas o el señalado Corruco de Algeciras. Manuel Vallejo sufrió represalias por sus vínculos políticos y, aunque salvó la vida, no logró remontar su carrera. Otros, como el señalado Chato de las Ventas, el Corruco, Chaconcito, no corrieron la misma suerte. Luis Caballero habla en sus memorias del fusilamiento de su padre y su condena a trabajos forzados. También hubo fallecidos notorios por la violencia ejercida desde el bando republicano, el más significativo de ellos el gran guitarrista Luis Yance. La lista de represaliados y exiliados incluye a Angelillo, Carmen Amaya, Sabicas, Luis Maravillas, Niño de Utrera y un largo etcétera. Sirvan estas líneas como testimonio de que su dolor no calló en las fosas del olvido.

En la imagen, Lorca y La Argentinita.