(Con ésta inicio una mirada lírica sobre la III Bienal de Flamenco de Holanda en la que participé recientemente. Para tratar sobre las “flamencas holandesas”, como hice cuando os hablé meses atrás de las “flamencas japonesas”, combinaré la mirada crítica, menos, con la confesión íntima, más. Para preservar la identidad de sus protagonistas, unas iniciales al azar sustituirán a los nombres auténticos. Aunque claro, como en Holanda casi todas las mujeres se llaman Saskia, ahí no será necesario el uso de la inicial para el trasunto literario. O sí, no sé. S=Saskia. Pué sé ..., si no se van a enterar. Por lo demás, todo lo que viene a continuación ocurrió realmente. O, al menos, así lo cree el autor. En todo caso, los aludidos, como el resto de los lectores, tienen por supuesto derecho a réplica, con su nombre real o utilizando el inventado).
Flamencas holandesas (I): La historia de las nubes que no tienen argumento.
Un culebrón original con copia certificada de Juan Vergillos.
1. Las nubes.
Las nubes que no tienen argumento a veces adoptan la forma de tierra, de suelo. Otras nubes, otras veces, son algodón, como dijo el poeta que hay en todo niño, y son algodón de azúcar, no el que lastimó las manos de negros y gitanos. Las nubes que adoptan la forma del suelo presentan a la vista del observador unas ligerísimas arrugas, otras veces profundas depresiones, y caminos, islas, regatos, canales y montañas. Islas, sí, porque en ocasiones las nubes son tan lisas como un mar en calma. Hay tantas nubes como personas y realmente hay una sola nube, o ninguna, porque las nubes no son nada. Aunque parezcan más profundas que el mar, es el agua lo que tiene profundidad, no el vapor de agua. Carecen de argumento porque son vapor que se esfuma con una mirada. Aquí acaba la historia de las nubes que no tienen historia.
2. Un barco sin nombre.
Sobre las olas diviso un barco y un hombre que dice “Adiós linda amiga, que no vuelvo a verte, me voy a cumplir un sueño. El sueño de ser hombre. Donde vaya mi corazón irán tus ojos pero esta tarde te dejo aquí plantada sobre las nubes, en la tarde, viendo venir los barcos. Prefiero partir que mirar. Me iré en un barco sin nombre, sin tu nombre. Sin tus ojos. Uno que se adentra en la mar. Alguien que por la noche me abrace”.
3. Las nubes.
No es cierto que se acabe, puesto que sigue: las nubes parecen inmóviles y sin embargo no cesan en su lento tránsito alrededor del planeta. Se hacen y deshacen en milésimas de segundos, días apenas, años, lustros. Soy sólo agua, lágrimas, sal. Con el movimiento semejo una cosa viva, una nuez madura, el cerebro del Homo Sapiens, la tela de mi chaqueta, los casquetes polares que se funden e inundan los Países Bajos. Y soy nada, lágrimas sin sal. Agua, es decir, vida. La poesía no radica en la falta de argumento sino en los ojos que me contemplan. Es la actividad más baldía que ha inventado el hombre. Entonces, ya sabes lo que es la poesía pura. Si una tarde de éstas me ves irme por el horizonte y sueñas con las ciudades, Rótterdam, Ámsterdam, sobre las que arrojaré mi carga de lágrimas desaladas y diminutas. El tributo que dejo en las orillas de los mares da sentido a lo que te alimenta. No soy nada y soy la fuerza más poderosa de la tierra. Puedo arrasar mares, mover montañas, desolar ciudades, cambiar el desierto por la jungla, la tierra por el agua. Puedo ensombrecer el sol y demoler murallas con esta mi ínfima munición, más ligera que el aire. A veces soy roca y otras caricia.
4. Las nubes.
Toda la Europa está encapotada. Hay una nube que es un camino y es la estela de otro avión que está barriendo el cielo, tajo parejo, como si fuera el suelo
21-1-11, durante el vuelo Iberia 3250 Madrid-Ámsterdam.