Las bulerías son uno de los estilos más extendidos del flamenco en la actualidad. No obstante, con esta denominación al menos, sólo tienen 100 años: fue la Niña de los Peines en un disco de 1910 la primera en nombrar dicho estilo como bulerías. Aunque Pastora fue la primera en registrarlo así, podemos deducir que el cante lo aprendió del Niño Medina, amigo y mentor de la cantaora, que lo registró pocos meses después de la Niña con el mismo nombre y las mismas características melódicas y literarias.
Los estudiosos de mediados del siglo XX atribuían, sin mucho fundamento, el origen de la bulería al estribillo con que suele acabar la interpretación de la soleá: es una serie de dos o tres versos en que, acelerando el ritmo, concluye el recital soleaero. Localizaban este origen en el jerezano barrio de Santiago, auténtica capital de la bulería, en concreto debido al cantaor El Loco Mateo. Sin embargo hoy en día esta teoría apenas cuenta con estudiosos serios que la sostengan. La filiación de la bulería con la soleá parece sugerirnos, más bien, y aceptando la hipótesis de Machado Ávarez de que la soleá procede de la ralentización de los jaleos, que la bulería puede ser la mejor forma contemporánea de los jaleos, sobre todo después de que desbancase a las cantiñas como estilo festivo flamenco por excelencia. Sin embargo ello implicaría que los jaleos serían una forma primitiva, preflamenca, de las bulerías y que, por lo tanto, la existencia de las mismas, aunque no con esta denominación, es anterior a la soleá, de la que procede según la mayoría de los teóricos del flamenco, como hemos dicho. En todo caso es cierto que la denominación de bulerías en la literatura flamenca es muy reciente, nombrándose este cante con anterioridad como fiestas, chuflas, pero también como jaleo o jaleos.
En las bulerías, como en la mayoría de los estilos, se puede establecer una tipificación geográfica, cuyo centro sería Jerez: ello ahonda en su relación con los jaleos, pues sabemos que en el siglo XVIII y principios del XIX el jaleo de Jerez era uno de los estilos más populares, número principalísimo, del repertorio de la escuela bolera. Existen variantes con denominación de origen en Lebrija, Cádiz, Utrera, Sevilla, etc.. A pesar de ello debemos destacar, otra vez, la importancia de la inventiva personal y la capacidad de improvisación en las bulerías. Se puede decir que se trata, con los tangos, y después de haber sustituido a las cantiñas en este sentido, del más característico baile flamenco popular, definido por la abundancia de giros impulsivos e inflexiones, y por su capacidad de integrar toda clase de lances espontáneos que la exaltación del momento sugiera al intérprete, admitiéndose, incluso, los saltos en la interpretación masculina de este baile, vedados en los demás estilos flamencos. Es más que probable, como decimos, su vinculación con los bailes de jaleos y boleros, porque los pasos primitivos revelan una cierta codificación coreográfica.
En las imágenes, la Niña de los Peines con Vallejo y Niño Ricardo y Camarón de la Isla por Tomoyuki Takase.
La bulería tradicional es una copla de tres o cuatro versos octosílabos, aunque este cante admite todo tipo de metros e improvisaciones. Es un estilo alegre, ritual, vivo, de ritmo febril e incesante palmeo a contratiempo, que provoca gritos y voces de jaleo, ... y en el que siempre acaba haciendo acto de presencia el baile. Asimila cualquier tipo melódico, si bien la melodía tradicional es sencilla, corta y viva y de carácter modal, aunque algunas bulerías tradicionales, como las de Cádiz, se cantan en tono mayor. A veces esta variación se realiza en un mismo recital de bulerías, lográndose un cambio muy efectista. Se acompaña a la guitarra preferentemente “por en medio”, aunque es uno de los estilos más variables del acerbo flamenco, y está en continuo proceso evolutivo. Incluso hay algunas bulerías que se interpretan en tono menor, los llamados “cuplés por bulerías”, que suelen ser adaptaciones de temas populares a este ritmo. Lo importante en la interpretación de este estilo es 'decir' bien la letra ajustándose a un compás exacto, lo cual requiere una alta dosis de virtuosismo, a la vez que da pie a las más variadas improvisaciones flamencas. Recientemente, desde una perspectiva histórica, Camarón logró hacer de este cante un estilo que admite todo tipo de estados de ánimo, desde los más festivos a los graves, tendencia que han seguido sus discípulos y, con variaciones, grandes creadores buleaeros contemporáneos como Diego Carrasco.
Los estudiosos de mediados del siglo XX atribuían, sin mucho fundamento, el origen de la bulería al estribillo con que suele acabar la interpretación de la soleá: es una serie de dos o tres versos en que, acelerando el ritmo, concluye el recital soleaero. Localizaban este origen en el jerezano barrio de Santiago, auténtica capital de la bulería, en concreto debido al cantaor El Loco Mateo. Sin embargo hoy en día esta teoría apenas cuenta con estudiosos serios que la sostengan. La filiación de la bulería con la soleá parece sugerirnos, más bien, y aceptando la hipótesis de Machado Ávarez de que la soleá procede de la ralentización de los jaleos, que la bulería puede ser la mejor forma contemporánea de los jaleos, sobre todo después de que desbancase a las cantiñas como estilo festivo flamenco por excelencia. Sin embargo ello implicaría que los jaleos serían una forma primitiva, preflamenca, de las bulerías y que, por lo tanto, la existencia de las mismas, aunque no con esta denominación, es anterior a la soleá, de la que procede según la mayoría de los teóricos del flamenco, como hemos dicho. En todo caso es cierto que la denominación de bulerías en la literatura flamenca es muy reciente, nombrándose este cante con anterioridad como fiestas, chuflas, pero también como jaleo o jaleos.
En las bulerías, como en la mayoría de los estilos, se puede establecer una tipificación geográfica, cuyo centro sería Jerez: ello ahonda en su relación con los jaleos, pues sabemos que en el siglo XVIII y principios del XIX el jaleo de Jerez era uno de los estilos más populares, número principalísimo, del repertorio de la escuela bolera. Existen variantes con denominación de origen en Lebrija, Cádiz, Utrera, Sevilla, etc.. A pesar de ello debemos destacar, otra vez, la importancia de la inventiva personal y la capacidad de improvisación en las bulerías. Se puede decir que se trata, con los tangos, y después de haber sustituido a las cantiñas en este sentido, del más característico baile flamenco popular, definido por la abundancia de giros impulsivos e inflexiones, y por su capacidad de integrar toda clase de lances espontáneos que la exaltación del momento sugiera al intérprete, admitiéndose, incluso, los saltos en la interpretación masculina de este baile, vedados en los demás estilos flamencos. Es más que probable, como decimos, su vinculación con los bailes de jaleos y boleros, porque los pasos primitivos revelan una cierta codificación coreográfica.
En las imágenes, la Niña de los Peines con Vallejo y Niño Ricardo y Camarón de la Isla por Tomoyuki Takase.