por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







domingo, 20 de marzo de 2011

La Corchuela

Todo está seco, aunque no ha parado de llover en los últimos días. No ha parado de llover. No para de llover: son las últimas gotas, pero quién sabe hasta cuando permanecerán. Todo está seco. Los colores están deslucidos. La tierra está seca porque no es tierra, sino piedras, chinos. Somos felices y una sombra pesa en nuestro corazón, el de los dos. Aunque nosotros estamos muertos (entiéndeme, no tú ni yo, sino nosotros) nuestro corazón sigue latiendo. También la alegría del descubrimiento de nuestro pasado común, en la admiración, distante pero común, de una querida canción, ‘Los trenes de Tozeur’, que nos va a acompañar toda la vida. Hace poco he sentido el vértigo sereno de asomarme a tu pozo, lo que hay en el fondo de tus ojos. He mirado a lo profundo de la tierra y lo que he visto es esto: un círculo de fuego en movimiento, una espiral roja, lenta, serena e imparable. Sigue ahí, delante de mis ojos, toda la vida. Un movimiento sereno. Todo está seco porque tú y yo estamos vacíos. Ya no podemos llorar más, ya no podemos moquear más. Es la gripe y es esta extraña naturaleza periurbana. Has conducido con tanta habilidad, como siempre. Aunque pasé miedo cuando entraste en el parque de La Corchuela a pesar de mi advertencia. Te dije que en el letrero ponía, claramente, “prohibido el paso”. Has estacionado el coche, con un ruido seco del caucho al resbalar sobre los chinos, debajo de un pino que conoce el asfalto tan bien como yo. Mejor: yo nací en la tierra, en una tierra muy parecida a la tuya. Luego vino el descubrimiento de la canción de Franco Battiato y ahora estamos aquí solos y vacíos. Cada uno solo y cada uno vacío. No decimos nada. Si nos preguntan diremos que somos felices. Si me pregunto a mí mismo digo: “soy feliz”. Y lo soy, como nunca lo había sido. Nunca había hecho el amor así, con ese vértigo. Con el deseo y la esperanza de fecundarte. Ha llovido, ha llovido sin parar, pero todo está seco. Hemos hecho el amor como posesos con el propósito de quedar en estado. Si nos preguntan, diremos que somos felices. Y todo está seco. A lo mejor porque es domingo por la tarde. No he vivido un domingo por la tarde que no me haya dado esta sensación. Todavía. Kafka no podía escribir, los domingos por la tarde, si pensaba que algún día, alguien, no millones de personas sino una sola persona, iba a leer lo escrito. Escribo que todo está seco y no sé si vas a leerlo. No sé si alguien va a leerlo. Pero desde esa consciencia ya no escribo sereno. Con la misma serenidad. Quiero transformar mi visión de ayer, en mi clase mensual de Feldenkrais, en un relato corto que presentar a un concurso. A un editor. Decir la verdad me viene bien. Fritz Perls fue el que me enseñó a decir la verdad en literatura. Dijo, “puedo haceros a todos escritores de obras maestras con una sola frase: decid la verdad”. Decir la verdad es difícil. Pero decirla me hace bien. Y aumenta mi cuenta corriente, el número de palabras que integran este relato. Aumenta mi felicidad hoy, cuatro o cinco años después. Cuatro o cinco años después tu vientre ha sido fecundo para un hombre de pelo blanco. Nos separamos, aunque no esa tarde en La Corchuela. O sí. ¿Qué sentí para sentir que estaba vacío, seco? Sentí que vivir contigo no era ninguna bicoca. Luego vino otra mujer que no eras tú, tan bella o más aún que tú, y que se fue con otro hombre, todo un hombre, de pelo blanco. Yo tengo el pelo pleno y bruno (no es verdad, Fritz, pero queda mejor que decir que lo tengo castaño), pese a alguna cana, y estoy aquí sólo delante del ordenador. Y soy más feliz que aquella tarde en La Corchuela. Hoy todo está amortiguado. Empecé místico, con ‘Los trenes de Tozeur’, y acabo (¿ya acabo?) prosaico, con La Corchuela. Si me hubiesen preguntado aquella tarde en Dos Hermanas cuanto tiempo vivirías conmigo hubiese contestado sin dudarlo que toda una vida. Toda la vida fueron dos años. Dos años, más que toda una vida. Y ese vértigo maravilloso, ese pozo sin fondo que había en tu vientre pendiente de mi semen. Aquella tarde todo estaba seco y, mirando a los trenes de Tozeur, emprendimos caminos distintos. Yo me fui al desierto a mirar trenes. Y es que la tierra de donde vengo es un desierto por el que circulan aún más despacio lentos trenes que se detienen en estaciones abandonadas. Uno siempre vuelve al lugar que lo vio nacer: la desolación en mi caso, en mi casa. Por tu parte, te internaste en los bosques aún más frondosos del norte. Battiato nos devuelve a la adolescencia y a esa comunión que hubo entre tú y yo quince o veinte años antes de conocernos. En este vacío surgen las palabras sin pretensiones, sin mirar a los miembros del jurado ni al público, si lo hubiere. Las palabras surgen sin estridencias, sin deseo, sin intención de seducir. Ahora lo sé, porque me quisiste. No me quisiste porque fuera más hombre (no se puede ser más hombre siendo un hombre que un hombre), o más guapo o más joven que el del pelo blanco. Me quisiste, me quieres, porque soy yo. No porque escriba bien, porque hable bien. Porque haga bien el amor. Nadie lo hace como tú, esa es la verdad. Aunque no fue suficiente. Nunca lo es, por lo visto por mí hasta hoy, 20 de marzo de 2011, y yo no tengo que fechar el documento. No se te olvide el sol en lo que dices ni el pitido lejano del vecindario. Hoy no puedo hacer el amor como entonces porque nada me estremece ni me golpea. Todo está seco y amortiguado y soy feliz. Mi corazón revestido por la tierra de corcho. Si no temiera tu mueca sarcástica le pondría tu nombre a este relato, aunque solo fuera ese nombre que usábamos en la intimidad y que no quiero recordar para no avergonzarte, y ‘Los trenes de Tozeur’ ya es el nombre de una estación de Franco Battiato. También quisiera nombrarlo con el título en español de la película mejor que Bergman-Rosselini hicieron juntos, pero eso lo sabes bien tú bien mi bien. Pero no, no parezca que esto es la versión de la versión de Kiarostami.



En el desierto, viendo pasar trenes.



















Nota: Este relato ha sufrido: - 1ª revisión: domingo, 20 de marzo a las 17,03.
                                                 - 2ª revisión (foto): domingo, 20 de marzo a las 21,50.  
                                                  - 3ª revisión: miércoles, 23 de marzo a las 10,59.

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