Aquella fuerza espeluznante, aquella fiereza, se ha trasformado en una fragilidad casi enternecedora. José Menese atraviesa una etapa vital delicada en lo físico y eso influye, qué duda cabe, en su puesta en escena. No obstante, algo de aquello queda. Por seguiriyas, por soleares, volvió a evocar, hoy, aquellos recitales enciclopédicos bajo las estrellas de
Fue una verdadera metamorfosis, propiciada por la pausa que en el trascurso del recital supuso el solo de Antonio Carrión. La primera parte del recital, aunque con detalles de interés como las composiciones de Isidro Muñoz por cantiñas, que ofreció tras los tarantos y la farruca, fue un mero trámite. José Menese no puede esparcir su arte de aquella forma apoteósica y torrencial a la que nos acostumbró en el pasado. Los años han pasado y las fuerzas menguan. Así que, gota a gota, hemos de recibir su cante como lo que es, oro puro, destellos de vida y esperanza. En la segunda parte del recital parecía un hombre nuevo, otro cantaor, poderoso, radical, valiente, dejándose caer y conducir por la melodía a los confines de la emoción y la rabia. Por seguiriyas en tonos mayores, pulcro, sosegado pero iracundo y febril. La apoteosis del recital fue la soleá íntima, solemne, mecida, pletórica, brutal y en primera persona. En el pasado su arte era una inundación y hoy se destila en pulidas piedras preciosas pero el fondo se mantiene intacto: cantar como el que respira, dejarse llevar por la tierra, por la emoción, por la devoción a unas formas, unas melodías clásicas que siguen resucitando y habitando entre nosotros cada noche. Carrión evocó al genial Melchor de Marchena con inteligencia y entrega. José Menese es un maestro insustituible, historia viva de este arte, como reconoció el breve homenaje que
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