por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







lunes, 19 de marzo de 2012

El momento de la danza

El XVI Festival de Jerez es una instantánea de la situación actual del baile flamenco: precariedad y apuesta por los valores seguros como Israel Galván y María Pagés.



De lo visto esta temporada en el magno evento de la danza flamenca, debemos deducir que nos encontramos ante una situación de esas que los clásicos denominan "coyuntural". Las dificultades financieras que atraviesa el ayuntamiento jerezano, no sólo en el ámbito cultural, y que han marcado la programación de este año, funcionaron como sinécdoque, puesto que de figuras literarias iba la cosa, de la situación actual, no sólo del flamenco, sino de nuestro contexto social general. Una programación marcada por el elemento local, con vistas a abaratar costes, con dos o tres grandes nombres internacionales y las entradas más caras que nunca. Y, por supuesto, las cursillistas, mujeres jóvenes que vienen de Chequia, Irlanda, Rusia o el recurrente Japón, y que sostienen, encantadas, esta cita, siendo, consciente o inconscientemente, el alma del festival jerezano.



La Junta de Andalucía presentó 'Metáfora', la nueva concepción de su ballet institucional, abriendo el escaparate de Jerez. Otras apuestas de gran calado han sido Marco Flores, Israel y Pastora Galván, Rocío Molina y María Pagés. Molina con su deslumbrante técnica al servicio de una propuesta gris. La Pagés con su habitual solvencia escénica.



El elemento local ha sido más bien convencional. Andrés Peña y Pilar Ogalla con un estreno muy largo y con calas poco habituales en su repertorio, del tango porteño al 'I got rhythm' de Gershwin. Son dos bailaores flamencos extraordinarios que se perdieron al salirse de su ámbito natural. 'Viva Jerez' se presentó por tercera vez en el Villamarta, cosas de la crisis, ya que se trata de una producción propia del festival. Lástima que la Macanita estuviera casi toda la noche fuera de su tono. Jesús Mendez ha sido, por empuje, facultades y técnica, la estrella emergente que se consolida en este festival. Con todo, la impecable puesta en escena de Francisco López para Viva Jerez contrastó con una dirección musical inexistente.



El cante también tuvo su lugar en esta edición del festival, con una importante apuesta autóctona en la forma de 'Jerez al cante'. La noche prometía, ya que en el elenco estaba lo mejor, o de lo mejor, del cante jerezano actual, al que se sumó finalmente otro peso pesado, Agujetas. Brilló Manuel en los martinetes y en la soleá e hizo de las suyas, enfriando al público, cargando contra su guitarrista y contra su regidor. Lo mejor de la noche fue el cante y el baile de El Capullo, no en vano verdadera estrella mundial del cante jerezano. El recital de cante más regular y completo fue, no obstante, el de Carmen Linares.



Digo que ha sido El Carrete de Málaga lo que más me ha gustado de este año en Jerez, a riesgo de parecer un retrógrado. Un señor de 70 años. Que hace lo que quiere en la escena: baila, se contonea, canta, recita, se tira al suelo, mueve la barriga, se monta a lomos de su cantaor: grandes variedades flamencas. Dentro de su anarquía, El Carrete ha sido lo mejor del festival por la gran lección de libertad que ha aportado. Un desmentido a la situación actual de la danza jonda saturada de técnica y huérfana de personalidad y frescura. Huérfana de baile, en el fondo, porque cuando el intérprete se escuda en la técnica no queda nada. Entiendo que desnudarse en el escenario es muy difícil, por otro lado.



Al margen quedan las 'Mudanzas boleras', un espectáculo que, desde una puesta en escena minimalista, rescata y actualiza el repertorio de los Pericet y el espíritu, libre, sí, fresco, sí, extraacadémico y pícaro de las danzas boleras del siglo XVIII. Con seis intérpretes en estado de gracia y una coreografía de Fran Velasco que trata de ampliar los horizontes de esta tradición dancística. De las jóvenes promesas de la danza, otro capítulo habitual en Jerez, me quedo con la apuesta por Lucía Álvarez, La Piñona, la última revelación de la danza jonda.

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