'Antología’ Enrique de Melchor. Producido por Enrique de Melchor.
Warner/Dro
La última discográfica del desaparecido Enrique de Melchor publica de una sola tacada los cuatro discos que el tocaor marchenero registró en ella como solista.
La última discográfica del desaparecido Enrique de Melchor publica de una sola tacada los cuatro discos que el tocaor marchenero registró en ella como solista.
No se trata tanto de una antología sino de los últimos cuatro discos,
al completo, del tocaor fallecido a comienzos de este 2012. ‘Bajo la luna’ (1988), ‘La noche y el día’ (1991), ‘Cuchichí’ (1992) y ‘Arco de las rosas’ (1998), a los
que se añaden otros cuatro temas inéditos hasta entonces publicados en 2005 en
la recopilación ‘Raíz flamenca’.
El esquema de cada una de estas entregas es el mismo: cantes de fiesta, con
tangos y bulerías como piezas de presencia obligada, a los que se añade,
dependiendo del disco de que se trate, alegrías o sevillanas, colombianas o
rumbas. Y un par de temas graves, de puro concertismo, soleá o seguiriya, a los
que se añade taranta, rondeña o granaína. Es decir, toda una antología de
guitarra solista que se inicia en 1977 y cuyos dos primeros discos, inédito el
segundo de ellos en formato CD, siguen hoy descatalogados.
Llevó el toque de marchamo familiar al siglo XXI investigando en los aspectos armónicos y los arreglos hacia grupos de pequeño formato que incluían percusiones, bajo y otro instrumento melódico como flauta o violín. El toque de Enrique de Melchor (Marchena, 1950) aúna la contundencia paterna con un intenso lirismo de cosecha propia. En las mineras, tarantas y rondeñas es donde lleva a cabo su mayor despliegue técnico de trémolos, arpegios y picados de vértigo. Demuestra además que es un inagotable inventor de melodías. Desde la solidez de la minera hasta la poesía sentimental de la taranta titulada ‘Oscuridad’, con un arpegio tan sencillo como emocionante, mientras que la titulada ‘Vivencias’ recoge todo el sabor minero. La sencillez interpretativa, la total ausencia de énfasis, se pone de manifiesto en la rondeña que dedica a la memoria de su cuñado Ray Heredia. Una de las piezas de concierto más redondas compuestas por Enrique de Melchor, ensombrecida por los arreglos de cuerda: ese fue quizá el talón de Aquiles de la obra solista de Enrique de Melchor: la vocación del tocaor de dotar a sus composiciones de vuelos camerísticos introduciendo arreglos de instrumentos ajenos en la fecha al concertismo flamenco. Si Paco de Lucía optó por la influencia del jazz, Enrique de Melchor buscó un sello propio de música ligera en flautas, violines y bajos eléctricos que no hicieron sino volver más convencional una música que desnuda siempre resulta brillante. De ahí la eficacia de los estilos más graves de su producción, donde su potencia creadora e interpretativa se pudo mostrar despojada de todo artificio. Como en la soleá ‘Sonando’: desnuda, visceral, portentosa, plena de ritmo y sabor flamenco, hipnótica en su enérgica rueda armónica, especialmente cuando, siguiendo la huella paterna, las variaciones melódicas inciden en el bordón y se construyen sobre las armonías modales tradicionales. Un verdadero monumento. Todavía mayor es la influencia de Melchor de Marchena en algunas falsetas de Mi verea, otro toque por soleá de esta recopilación, otra obra maestra. Deliciosa y tremenda, de gran sabor clásico, es la seguiriya que cierra esta recopilación, grabada en 2005, en donde los silencios ocupan su espacio. De intenso y solemne ritmo interior.
Enrique de Melchor es mejor cuanto más desnudo se nos ofrece, a pesar de ser uno de los tocaores más sociales de la historia del flamenco, con más de 200 discos como acompañante al cante, a las sevillanas y a la copla de Rocío Jurado. Este aspecto está bien representado también en sus discos como solista, como se puede ver aquí en las colaboraciones de José Menese, Mercé, Manzanita, Paco de Lucía, Tomatito, Sordera, Vuelo Blanco, Marta Heredia, Carles Benavent, Guadiana, Paco Rabal y Amancio Prada.
Un buen ejemplo de lo dicho es ‘Viejos tiempos’, un mano a mano con Paco de Lucía por fandangos de Huelva, en el que los dos guitarristas recuerdan cuando Enrique fue el escudero de Paco de Lucía en sus primeras giras internacionales, entre 1968 y 1971, año este último en que intervino en el disco Recital del algecireño universal.
Llevó el toque de marchamo familiar al siglo XXI investigando en los aspectos armónicos y los arreglos hacia grupos de pequeño formato que incluían percusiones, bajo y otro instrumento melódico como flauta o violín. El toque de Enrique de Melchor (Marchena, 1950) aúna la contundencia paterna con un intenso lirismo de cosecha propia. En las mineras, tarantas y rondeñas es donde lleva a cabo su mayor despliegue técnico de trémolos, arpegios y picados de vértigo. Demuestra además que es un inagotable inventor de melodías. Desde la solidez de la minera hasta la poesía sentimental de la taranta titulada ‘Oscuridad’, con un arpegio tan sencillo como emocionante, mientras que la titulada ‘Vivencias’ recoge todo el sabor minero. La sencillez interpretativa, la total ausencia de énfasis, se pone de manifiesto en la rondeña que dedica a la memoria de su cuñado Ray Heredia. Una de las piezas de concierto más redondas compuestas por Enrique de Melchor, ensombrecida por los arreglos de cuerda: ese fue quizá el talón de Aquiles de la obra solista de Enrique de Melchor: la vocación del tocaor de dotar a sus composiciones de vuelos camerísticos introduciendo arreglos de instrumentos ajenos en la fecha al concertismo flamenco. Si Paco de Lucía optó por la influencia del jazz, Enrique de Melchor buscó un sello propio de música ligera en flautas, violines y bajos eléctricos que no hicieron sino volver más convencional una música que desnuda siempre resulta brillante. De ahí la eficacia de los estilos más graves de su producción, donde su potencia creadora e interpretativa se pudo mostrar despojada de todo artificio. Como en la soleá ‘Sonando’: desnuda, visceral, portentosa, plena de ritmo y sabor flamenco, hipnótica en su enérgica rueda armónica, especialmente cuando, siguiendo la huella paterna, las variaciones melódicas inciden en el bordón y se construyen sobre las armonías modales tradicionales. Un verdadero monumento. Todavía mayor es la influencia de Melchor de Marchena en algunas falsetas de Mi verea, otro toque por soleá de esta recopilación, otra obra maestra. Deliciosa y tremenda, de gran sabor clásico, es la seguiriya que cierra esta recopilación, grabada en 2005, en donde los silencios ocupan su espacio. De intenso y solemne ritmo interior.
Enrique de Melchor es mejor cuanto más desnudo se nos ofrece, a pesar de ser uno de los tocaores más sociales de la historia del flamenco, con más de 200 discos como acompañante al cante, a las sevillanas y a la copla de Rocío Jurado. Este aspecto está bien representado también en sus discos como solista, como se puede ver aquí en las colaboraciones de José Menese, Mercé, Manzanita, Paco de Lucía, Tomatito, Sordera, Vuelo Blanco, Marta Heredia, Carles Benavent, Guadiana, Paco Rabal y Amancio Prada.
Un buen ejemplo de lo dicho es ‘Viejos tiempos’, un mano a mano con Paco de Lucía por fandangos de Huelva, en el que los dos guitarristas recuerdan cuando Enrique fue el escudero de Paco de Lucía en sus primeras giras internacionales, entre 1968 y 1971, año este último en que intervino en el disco Recital del algecireño universal.