When the train left the station
It had two lights on behind,
The blue light was my baby
And the red light was my mind.
All my love was in vain.
It had two lights on behind,
The blue light was my baby
And the red light was my mind.
All my love was in vain.
(Robert Johnson)
Estamos sentados a la orilla del
Barraco de la Arena. Ella me lo dice:
- M: Ahora él es lo más
importante para mí, más que la música o la danza. Y lo hice por respeto a él,
para cuidarlo.
- N: Además, ella es una muchacha muy cuidadosa, muy responsable.
Le lanza un
huevo y la muchacha lo atrapa cuidadosamente, para no romperlo, en el aire. Es
un huevo cocido, hueco por dentro. También atrapa el segundo huevo. Pero el
tercero se le escapa. Se ríe. No pasa nada. Ya ha demostrado con los dos
primeros huevos que es una mujer
cuidadosa, responsable. Se ríe con su pelo rizado, con su carita morena, con
sus ojos preocupados. Si no fuera tan responsable tal vez los ojos serían más
francos. No hay de qué preocuparse esta tarde. El sol se está yendo poco a
poco. Sólo se escucha el canto de las chicharras. Del verano.
Robert Johnson |
Ya no me
gustan tanto las películas de vaqueros tristes como en mi adolescencia. Los
westerns crepusculares, que dicen los inteligentes. Aunque fue una película de
Peckinpah la causante de nuestra separación. Sé que no es exactamente así, pero
suena más literario. ¿O no? En mi adolescencia hubiese pensado que sonaba
literario.
Me sentí como un niño perdido. Rodeado de miles de personas,
caballos, botellas vacías, cacharros con luces azules y rojas y vendedores de
globos. En el centro del universo, el ombligo del mundo, y completamente
perdido. Pensé “otro amor en vano”. ¿De dónde sacarían los negros esa fuerza
para cantar rotos y chulos? Lo de Mick Jagger lo entiendo, era un adolescente
mimado. Como adolescente en crisis yo escuchaba a un judío sesentón de voz
nasal al que no le entendía una palabra, sino el dolor. Más roto que chulo, no
dejaba de ser un bluesman. Había llegado hasta mí el disco más dolorido de la
historia, ‘Blood on the tracks’. El hombre, el niño, cantaba hasta con felicidad
la desolación. Cuando no se ha tenido otra cosa sino la desolación uno puede
hacer de ella una forma de vida e, incluso, sentirse cómodo dentro. De manera
que, al salir, te sientes perdido. Allí estaba yo, en el centro del universo y
perdido. Encontré a mi padre, una tarde fría de otoño. Allí, con 42 años y solo
y perdido. Hay noches en las que la caseta de los niños perdidos es todo el
recinto ferial. Nunca me habían dejado a través de SMS. Fui ‘Ojitos’ de Buñuel.
Fui el vagabundo de ‘Luces de la ciudad’: me acuerdo cuando intenté devolverle
la vista. Y siempre que me acuerdo me viene a la memoria esta sevillana de
Isidro Muñoz:
Pasando la vi
Por el puente
Silencio que no
Se despierte.
Si no
querías despertar, ¿verdad? Quise ser un héroe por vez primera. El soldadito,
el príncipe, en lugar de la doncella en apuros. Quise salvarte pero ¿a quién le
interesa la salvación? La vida en la feria es de otra calidad, intensa,
exclusiva. La lógica con la que intentamos atrapar la realidad habitual es completamente
inútil en la feria. Por eso no me sorprendió cuando, al volverme a ver quien me
tocaba por segunda vez en el hombro, me encontré con tu cara brillante,
impoluta, marmórea. Linda. No fue una sorpresa pero sí que me dio un vuelco el
corazón. Me aparté a un lado, miré a N. Ella te besó, te abrazó. Viniste a mí.
Te abracé. Impoluta, marmórea, estatutaria, linda, te dejaste hacer pero
convertiste el abrazo en sendos besos forzados en las mejillas. Me dolió. Pero
entiendo que estabas cuidándolo. Que estabas cuidando lo vuestro. Puedo
entender que ahora sea tu prioridad, aunque eso no invalida el que una vez fui
el hombre de tu vida. Pero, ¿te tengo que encontrar cada abril?
Nunca me habían abandonado a través de
un SMS.
'Niños perdidos' es el número 4 |
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