Cante: Argentina.
Guitarra: Eugenio Iglesias, José Quevedo 'Bolita'. Lugar: Sala
Joaquín Turina. Fecha: Jueves 15 de noviembre. Aforo: Lleno.
La comunicación con el público es total. Es enorme la energía que despliega la cantaora. No son sólo unas condiciones físicas extraordinarias. Una voz oscura, templada, ocre, de raro y hermoso timbre. Y también poderosa, de amplio registro, con esos graves tan característicos, de virtuoso fraseo interminable. Es el conocimiento de los estilos: tan sólo en los cantes levantinos hubo alguna duda porque la emoción que éstos invocan está, hoy por hoy, en la antípoda estética de la intérprete. Esos detalles, esos matices casi invisibles pero fundamentales al evocar el miedo al derrumbe minero, están muy lejos de la pura energía, la pura alegría que la cantaora derrama hoy en sus recitales.
Por eso brilla en las cantiñas, en la larga serie por bulerías, con cuplés varios incluidos. En los tangos del Piyayo y en los trianeros. Es la solemnidad sentenciosa de la soleá del Zurraque. Es también la pura energía de la rabia en la seguiriya, acaso el momento cumbre de la noche, en el cante atribuido a Juanichi el Manijero. Y por supuesto los fandangos de Huelva: la cantaora terminó su recital haciendo un recorrido por la geografía y la historia onubense con escalas tan destacadas como Rebollo o Paco Isidro.
Eugenio Iglesias desde la serenidad y José Quevedo desde la fantasía trenzaron un acompañamiento virtuoso esencialmente rítmico tan efectivo que no se notó la ausencia de los habituales palmeros/jaleadores del grupo de Argentina.
La comunicación con el público es total. Es enorme la energía que despliega la cantaora. No son sólo unas condiciones físicas extraordinarias. Una voz oscura, templada, ocre, de raro y hermoso timbre. Y también poderosa, de amplio registro, con esos graves tan característicos, de virtuoso fraseo interminable. Es el conocimiento de los estilos: tan sólo en los cantes levantinos hubo alguna duda porque la emoción que éstos invocan está, hoy por hoy, en la antípoda estética de la intérprete. Esos detalles, esos matices casi invisibles pero fundamentales al evocar el miedo al derrumbe minero, están muy lejos de la pura energía, la pura alegría que la cantaora derrama hoy en sus recitales.
Por eso brilla en las cantiñas, en la larga serie por bulerías, con cuplés varios incluidos. En los tangos del Piyayo y en los trianeros. Es la solemnidad sentenciosa de la soleá del Zurraque. Es también la pura energía de la rabia en la seguiriya, acaso el momento cumbre de la noche, en el cante atribuido a Juanichi el Manijero. Y por supuesto los fandangos de Huelva: la cantaora terminó su recital haciendo un recorrido por la geografía y la historia onubense con escalas tan destacadas como Rebollo o Paco Isidro.
Eugenio Iglesias desde la serenidad y José Quevedo desde la fantasía trenzaron un acompañamiento virtuoso esencialmente rítmico tan efectivo que no se notó la ausencia de los habituales palmeros/jaleadores del grupo de Argentina.
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