Me despierto
agitado, otra vez he soñado con la guerra.
Por primera
vez subo a la trinchera. Miro por la tronera y veo al otro lado la
muralla de ellos. Es, como la nuestra, de estuco pardo. Sé que
pronto estarán aquí, así que me deslizo por el agujero. Me atasco,
pero consigo pasar por el estrecho pasadizo. Entonces veo a la
muchacha que se acerca hacia nosotros. Cuando sube la escalera, tengo
mi arma lista. Apunto a su cabeza. Lo más fácil, lo más rápido,
sería disparar.
- Pero, ¡yo te quiero!
- ¿Cómo me vas a querer si me traicionas?
En el
interior de la enorme bodega, casi arruinada, enterrada por efecto de
las bombas, cabe el universo entero, excepto el mal. Me siento a
salvo.
Escucho el
disco ‘Holiday’ de América en mi grabación de los 15 años,
hecha de casete a casete. Es un milagro que suene, y, sin embargo,
los arreglos de George Martin siguen siendo exuberantes y delicados.
Lo que contienen estos acordes es todo el deseo, todas las ganas de
vivir que había en mi pecho. Todas las mujeres que vinieron. Y las
ciudades. Las noches y las madrugadas. Las mañanas, junto a ti,
paseando por el centro recién regado, impoluto, de Lisboa. He
cumplido las expectativas del adolescente que fui. Ahora es el tiempo
de ser un hombre. Durante el desayuno tengo la tentación de conectar
la radio. Pero no lo hago, finalmente. Me he hecho el propósito
firme de no ingerir tóxicos, ni físicos ni espirituales, durante
una temporada. Me siento un rato a meditar. Enciendo una vela verde,
con la esperanza. Pienso que es un privilegio maravilloso respirar el
aire de esta mañana y la emoción nace en mi pecho.
Busco entre
mis papeles. Busco recordar: ¿cómo era que se echaban las monedas
del ‘I Ching’? Finalmente las echo a lo que salga. Pienso en L.
al hacerlo. Escribo la pregunta en mi cuaderno: “¿qué hago con
L.?”. El hexagrama 46 me dice que el éxito de la relación está
asegurado y que hay que trabajar mucho. L. está al otro lado del
océano. Hay que subir escalón por escalón. Hay que consultar al
hombre sabio. Hay que venirse al sur.
Conecto el
ordenador, aunque sigo sin tener wifi. Ya son cuatro meses sin
conexión. Por ahora no me lo puedo permitir. Eso es lo que hay. No
pasa nada con ir al locutorio de las colombianas, cada día.
Trabajaría mejor con la conexión en casa. Y ligaría más. Ahora
son los handicaps de mi vida, las grabaciones con ruido de fondo y la
falta de conexión con el mundo virtual.
Me pongo a
trabajar en mis conferencias y busco una titulada ‘Flamenco y
poesía en la obra de M.’. La reviso y, cuando acabo, resuelvo que
no está nada mal. Aunque la escribí hace nueve años, todavía
suscribo casi todos sus puntos. Pero no es lo adecuado, esta vez. No
quiero hacer una exposición envarada de mi maestro. Pienso que es
mejor improvisar, leer algunos de los artículos que he publicado
desde su muerte. Y dejarme llevar por la emoción de su recuerdo. Se
murió muy pronto, quisiera haberlo podido tratar más, conocerlo
mejor. Siempre que lo veía me expresaba su deseo de conocernos
mejor, de vernos más. Creo que fue la timidez lo que me impidió
profundizar más en la relación. Pero fue un privilegio enorme de la
vida el poder conocerlo, tratarlo y quererlo como lo quise. Y lo
quiero.
Pero estás
al otro lado del océano, ¿cómo voy a profundizar en la relación?
Me muero de celos cuando pienso en tus amantes veinteañeros, ¿cómo
competir con ellos desde mis achaques de los cuarenta y tres años,
desde mis handicaps? Soy un hombre que se cansa. Y, sin embargo, me
dijiste que soy tu mejor amante. Me enorgullece. En el momento, sentí
orgullo. Cuando era solo una noche, sentí orgullo. Una noche
maravillosa, que me abrió las puertas del corazón de par en par,
encerrado como estaba desde hacía meses. Pero sólo una noche.
Cuando me fui enamorando cada vez más empezó el dolor de ser uno
entre otros. El dolor se hace más profundo con la lejanía, con la
soledad. Ellos están allí, contigo, y yo aquí. Me lo dijiste, que
no estás hecha para pertenecer, para uno solo, que lo nuestro tenía
el final escrito. Que yo era un hombre muy formal, que estaba muy
lejos de tus deseos el armar una familia. Por cierto que no te pedí
en matrimonio. Aunque sí quisiera poseerte, encadenarte a mí.
Quisiera que me pertenecieras, y que tu vagina me perteneciera, con
la exclusiva de sus frutos. Pero estás al otro lado del océano.
Quizá pueda dar otro paso, subir un escalón.
Leo un poema
de Al-Mutamid que cantó el maestro. Me sirve para los dos, para él
y para L. : “Ignoran mis ojos tu presencia, pero vive tu semblante
en mi recuerdo”. Cuando voy al locutorio leo un twit de Soleá y
empiezo a deducir que hoy, justo hoy, hace dos años que murió.
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