por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 14 de diciembre de 2012

Hoy hace dos años


Me despierto agitado, otra vez he soñado con la guerra.

Por primera vez subo a la trinchera. Miro por la tronera y veo al otro lado la muralla de ellos. Es, como la nuestra, de estuco pardo. Sé que pronto estarán aquí, así que me deslizo por el agujero. Me atasco, pero consigo pasar por el estrecho pasadizo. Entonces veo a la muchacha que se acerca hacia nosotros. Cuando sube la escalera, tengo mi arma lista. Apunto a su cabeza. Lo más fácil, lo más rápido, sería disparar.

- Ven a ver a las personas que has puesto en peligro.
- Pero, ¡yo te quiero!
- ¿Cómo me vas a querer si me traicionas?

En el interior de la enorme bodega, casi arruinada, enterrada por efecto de las bombas, cabe el universo entero, excepto el mal. Me siento a salvo.

Escucho el disco ‘Holiday’ de América en mi grabación de los 15 años, hecha de casete a casete. Es un milagro que suene, y, sin embargo, los arreglos de George Martin siguen siendo exuberantes y delicados. Lo que contienen estos acordes es todo el deseo, todas las ganas de vivir que había en mi pecho. Todas las mujeres que vinieron. Y las ciudades. Las noches y las madrugadas. Las mañanas, junto a ti, paseando por el centro recién regado, impoluto, de Lisboa. He cumplido las expectativas del adolescente que fui. Ahora es el tiempo de ser un hombre. Durante el desayuno tengo la tentación de conectar la radio. Pero no lo hago, finalmente. Me he hecho el propósito firme de no ingerir tóxicos, ni físicos ni espirituales, durante una temporada. Me siento un rato a meditar. Enciendo una vela verde, con la esperanza. Pienso que es un privilegio maravilloso respirar el aire de esta mañana y la emoción nace en mi pecho.

Busco entre mis papeles. Busco recordar: ¿cómo era que se echaban las monedas del ‘I Ching’? Finalmente las echo a lo que salga. Pienso en L. al hacerlo. Escribo la pregunta en mi cuaderno: “¿qué hago con L.?”. El hexagrama 46 me dice que el éxito de la relación está asegurado y que hay que trabajar mucho. L. está al otro lado del océano. Hay que subir escalón por escalón. Hay que consultar al hombre sabio. Hay que venirse al sur.

Conecto el ordenador, aunque sigo sin tener wifi. Ya son cuatro meses sin conexión. Por ahora no me lo puedo permitir. Eso es lo que hay. No pasa nada con ir al locutorio de las colombianas, cada día. Trabajaría mejor con la conexión en casa. Y ligaría más. Ahora son los handicaps de mi vida, las grabaciones con ruido de fondo y la falta de conexión con el mundo virtual.

Me pongo a trabajar en mis conferencias y busco una titulada ‘Flamenco y poesía en la obra de M.’. La reviso y, cuando acabo, resuelvo que no está nada mal. Aunque la escribí hace nueve años, todavía suscribo casi todos sus puntos. Pero no es lo adecuado, esta vez. No quiero hacer una exposición envarada de mi maestro. Pienso que es mejor improvisar, leer algunos de los artículos que he publicado desde su muerte. Y dejarme llevar por la emoción de su recuerdo. Se murió muy pronto, quisiera haberlo podido tratar más, conocerlo mejor. Siempre que lo veía me expresaba su deseo de conocernos mejor, de vernos más. Creo que fue la timidez lo que me impidió profundizar más en la relación. Pero fue un privilegio enorme de la vida el poder conocerlo, tratarlo y quererlo como lo quise. Y lo quiero.

Pero estás al otro lado del océano, ¿cómo voy a profundizar en la relación? Me muero de celos cuando pienso en tus amantes veinteañeros, ¿cómo competir con ellos desde mis achaques de los cuarenta y tres años, desde mis handicaps? Soy un hombre que se cansa. Y, sin embargo, me dijiste que soy tu mejor amante. Me enorgullece. En el momento, sentí orgullo. Cuando era solo una noche, sentí orgullo. Una noche maravillosa, que me abrió las puertas del corazón de par en par, encerrado como estaba desde hacía meses. Pero sólo una noche. Cuando me fui enamorando cada vez más empezó el dolor de ser uno entre otros. El dolor se hace más profundo con la lejanía, con la soledad. Ellos están allí, contigo, y yo aquí. Me lo dijiste, que no estás hecha para pertenecer, para uno solo, que lo nuestro tenía el final escrito. Que yo era un hombre muy formal, que estaba muy lejos de tus deseos el armar una familia. Por cierto que no te pedí en matrimonio. Aunque sí quisiera poseerte, encadenarte a mí. Quisiera que me pertenecieras, y que tu vagina me perteneciera, con la exclusiva de sus frutos. Pero estás al otro lado del océano. Quizá pueda dar otro paso, subir un escalón.

Leo un poema de Al-Mutamid que cantó el maestro. Me sirve para los dos, para él y para L. : “Ignoran mis ojos tu presencia, pero vive tu semblante en mi recuerdo”. Cuando voy al locutorio leo un twit de Soleá y empiezo a deducir que hoy, justo hoy, hace dos años que murió.

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