XVII
Bienal de Flamenco. 'La consagración'. Estévez/Paños y Cía.
Dirección, baile y coreografía: Rafael Estévez, Valeriano Paños.
Baile: Antonio Canales, Antonio Ruz, Rosana Romero, Macarena López,
Sara Jiménez, Carmen Manzanera, Sara Arévalo, Ana Latorre, Carmen
Angulo, Andoitz Ruibal, Daniel Morillo, Jesús Perona, Manuel
Ramírez. Cante: Rafael el Falo, El Galli, Sandra Carrasco, Israel
Fernández. Iluminación: Olga García. Lugar: Teatro de la
Maestranza, Sevilla. Fecha: Martes, 25 de septiembre. Aforo: Un tercio.
La
primera parte de la obra son los 50 minutos seguidos más redondos y
enjundiosos de lo que llevamos de festival, donde éste cobra su
sentido de ser un espacio para la búsqueda que equilibra y justifica
su otra parte, la de escaparate. El final de estos 50 minutos, a los
que siguió un descanso "por imperativo legal", es
impactante y hermoso, el colofón de una propuesta inteligente,
comprometida, verosímil a pesar de su costumbrismo "soviético",
brillantísima en el aspecto coreográfico, tanto en las
individualidades como en los movimientos de grupo, fruto de una
intensa búsqueda de la compañía, un largo bagaje intelectual y
físico, una voluntad de aprender, de llegar al fondo, de desgranar.
El
coreógrafo de la segunda parte es el tiempo, con los nombres de
Lenin, Stalin, Hitler, Franco. La segunda parte es una historia muy
triste, sobradamente conocida, redundante, la de todas las
revoluciones y sus finales infelices. ¿Había que contarla, hay que
contarla? Algunos espectadores creyeron que sí. Yo pienso que estaba
contenida en ese vibrante cuadro que es la última escena de la
primera parte. Todo lo que vino a continuación, guerra, muerte,
desolación, traición, es de sobra conocido. Aunque quizá sea
necesario volverlo a contar. Por supuesto que la coreografía hace
una lectura verosímil, poderosa, impactante, de la poderosa e
impactante música de Stravinski. El compositor ruso ha inspirado
esta obra que, no obstante, funcionaría mejor sin Stravinski. El
realismo soviético, proclive a lo obvio, firmaría la obra al
completo. Y firmaría también la primera parte, naturalmente, donde
sí existe una progresión dramática y emocional. Donde el trabajo
con la tonás del campo es asombroso. Quizá sea necesario ajustar el
número de la seguiriya. Pero, con todo, esta parte, austera,
soviética, realista, se acerca a una obra maestra: la coreografía
de las diferentes labores del campo esta diseñada y resuelta con una
contundencia y hondura admirable. El espectador, este espectador, no
puede apartar la mirada de lo que sucede. La segunda parte bebe de
Eisenstein, Lang y Chaplin, y también de Goya, tanto como de
Stravinski. La presencia de la 'estrella' Canales, a pesar de lo bien
que resuelve su parte, no aporta gran cosa a una propuesta que es,
por vocación y definición, básicamente grupal. El compromiso
coreográfico y humano, en los tiempos que corren, hacen de ésta una
obra imprescindible.
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