por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 7 de septiembre de 2012

La Farruca, sola y en soleá


XVII Bienal de Flamenco. ‘Las huellas’. Cía. La Farruca: Con La Farruca, El Carpeta, El Granaíno, Mara Rey, Juan Requena, Bernardo Parrilla, Paco Vega, Octavio Lozano. Anuj Arjun Mishra Kathak. Con Anuj, Smriti, Kantika, Dharamnath y Vikas Mishra y Hridya Desai . Teatro Tascabile Di Bergamo. Lugar: Real Alcázar de Sevilla. Fecha: 6 de septiembre. Aforo: Casi lleno

La Farruca derramó toneladas de adrenalina por soleá. Estos días ha circulado, por enésima vez, un malentendido en torno a la creación de Antonio Montoya 'Farruco'. No se trata de un arte rancio y primitivo, aunque sí primitivista. Es un fruto contemporáneo de una estética muy concreta. Por fortuna, tenemos grabaciones cinematográficas del baile flamenco desde los orígenes de ambos géneros, practicamente. Así, podemos comprobar que como bailaba Farruco, como baila su familia, jamás se bailó en la historia. Es fruto personal de un concepto, el de pureza, acuñado en un momento histórico, un fruto de la estética mairenista. Es decir, de ayer mismo. Una estética, eso sí, que apela a los valores y emociones básicas del ser humano. Pero el grado de sofisticación, de estilización, de civilización, que exige esta conexión con lo emocionalmente básico, se pone de manifiesto si tenemos en cuenta que no siempre se da esta conexión desde el cuerpo a la emoción. El flamenco es un arte abstracto y emocional, mientras que el 'kathak' es narrativo y, por lo visto anoche, hasta descriptivo y didáctico. La propuesta evidenció lo alejados que están estos dos artes, uno antiguo, nacido en los siglos XV-XVI, y otro, el farruquero, contemporáneo, creado en los años 50 y 60 del XX.

No hubo diálogo, sino monólogos sucesivos. El único intento de entendimiento fue un desencuentro, el que se produjo, sobre la amalgama de la bulería, entre El Carpeta y Smriti y Kantika Mishra. La puesta en escena fue lamentable, con un extemporáneo cuentacuentos en el que se mezclaban, sin acreditar, una narración de Manuel Machado y una anécdota atribuida a Pastora Pavón. El acierto mayor de la puesta en escena fue devolver a los flamencos su sitio en la soleá. La Farruca tensó el ritmo, tensó la emoción. Tensó su cuerpo, escapándose de toda regla postural para arrojarse al compás de doce tiempos y dejar, como decía al princpio, que la emoción fluyera a borbotones. En ese momento el espectador tenía un único mandato: dejarse llevar por su columna vertebral. Ahí cesa el pensamiento, el análisis de la situación, y sólo cabe arrojarnos a lo que sentimos. Y lo que sentimos es que el único diálogo posible es el de las emociones básicas que nos igualan a todos los humanos, en todas las latitudes. Lo que expresó La Farruca fue el dolor de la pérdida, la rabia por el abandono. No en los gestos grandilocuentes del final, que ya no importaban porque el trabajo estaba hecho. Lo que expresó esta mujer con su cuerpo es que algún día no estaremos pero que anoche estábamos. Vivos y dispuestos para aprovechar el aire en nuestros pulmones, el vértigo de nuestro cuerpo lamentándose en el espacio. En la soleá, La Farruca nos dio nuestro sitio, el que nos pertenece por flamencos y por humanos. El sitio de los vivos. De los que sufren, de los que gozan. El sitio de los que nacen y mueren en soledad. En soleá.

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