XVII Bienal de Flamenco. 'Tuétano' Baile, coreografía, dirección artística y escénica: Andrés
Marín. Guitarra: Raúl Cantizano. Baile y palmas: Concha Vargas.
Cante: La Macanita. Percusión off: Luis Tabuenca. Lugar: Teatro Lope
de Vega. Fecha: Martes, 11 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Era una apuesta muy
fuerte. Algo, mucho, se ha ganado. Y algo se ha perdido. Lo mejor de
'Tuétano' es cuando Marín entra en el terreno en el que se
siente seguro, que conoce, que domina como pocos, la verdad sea
dicha: uno que toca, otro que canta y otro que toca las palmas.
Cuando la puesta en escena se limitó a este trío clásico, la obra
funcionó a la perfección. El acierto enorme de la propuesta, el
cuerpo de la misma, es el diálogo entre el baile y la guitarra. Da
igual que se trate de una guitarra eléctrica, que no es precisamente
una recién llegada, ni a la música ni a lo jondo. En la partitura
que ha elaborado Raúl Cantizano, que está inmenso, la petenera
suena a Stravinski. A los romances y las bulerías suceden pasajes
dignos de Ritchie Blackmore, Ted Nugent, Metallica y John Cage.
Aunque lo mejor es cuando la bulería suena a Metallica y John Cage y
la petenera a Ted Nugent. Si inmenso está Cantizano, inmensa, como
suele, le responde la danza de Marín. No obstante, casi todos los
efectos de la puesta en escena se revelan efectistas, desde la mesa
con espejo hasta las gallinas del último acto, que no es sino una
broma. El público, el mejor director de escena que conozco, señaló
bien dónde debe ir el final de la obra cuando se confundió pensando
que había finalizado porque el escenario quedó en completa
oscuridad durante unos segundos. La propuesta, el intento, era
eliminar toda la carne para irnos al puro hueso. Pero aún quedan
muchos elementos epidérmicos que limar. También la participación
de Concha Vargas y La Macanita resulta superflua. No porque no se
trate de enormes intérpretes sino porque Marín no le ha sacado el
jugo a su participación. Lo femenino sigue estando completamente
ausente del universo poético de Marín. El espectáculo está
pidiendo a gritos una dirección de escena. Por ejemplo, el texto que
recita el bailaor no se entiende en absoluto en el patio de butacas.
La broma de las gallinas, que no es más que eso, una broma, resulta
inoportuna y rompe con la atmósfera íntima, solemne, épica, que
hasta ese momento dominaba el espectáculo. Marín se lleva bien con
la épica; su lucha, su búsqueda, como la de todos nosotros, lo es.
Y esta ruptura de la épica irrumpe para llevarnos a ningún sitio.
Para llevarnos al final. El intenso camino de búsqueda del bailaor
sevillano es una de las aventuras más interesantes a las que estamos
asistiendo en los últimos años los aficionados al flamenco. Pero en
esta búsqueda Marín aún no se ha encontrado.
Ya estoy escuchándolo,
lector pejiguera, diciéndome: "Pero eso no vale, la apuesta era
todo o nada, a vida o muerte". Y no voy a ser yo el que le quite
la razón. Pero tampoco se la voy a dar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario