XVII Bienal de Flaemnco. José de la Tomasa / Julián Estrada / Adela Campallo. Cante: José de la Tomasa, Julián Estrada. Guitarra: Antonio Moya, Manuel Silveria. Baile: Adela Campallo con El Extremeño, Juan José Amador (cante), Juan Campallo, David Vargas (guitarra), Torombo (palmas) y José Carrasco (percusión). Lugar: Teatro Lope de Vega, Sevilla. Fecha: 9 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Tiene perfil de medalla, de general cartaginés. Cuando aborda los estilos fundamentales de su casa, soleares y seguiriyas, la solemnidad emana a oleadas desde la escena al patio de butacas. Pocos recitales de cante clásico vamos a escuchar esta Bienal. Así que todo lo que ayer dijo este sevillano de la Alameda nos lo bebimos como fieles en una ceremonia sagrada. La emoción directa de la seguiriya, el rito circular de la soleá. Esos medios tonos maravillosos que van ganando terreno sobre el grito en la garganta de Tomasa, flamante Premio Nacional de Flamencología. El aroma que confiere a cada cante: el intimismo de la taranta, la lucha por la vida de posguerra en los fandangos, con ecos de Aznalcóllar, El Sevillano y otros supervivientes a la desolación del cuartito, en la más terrible de nuestras historias recientes. La granaína, la malagueña de Gayarrito que con unción recibimos. Había mucha sed de Tomasa, incomprensibles sus prolongadas ausencias de los escenarios en su tierra: pero trate usted de entender a los programadores de flamenco y se volverá loco.
Cuando presentó a Antonio Moya hizo un guiño, por lo que entendí, al reciente y fallido ciclo de los 'Diálogos en el Alcázar': "la orquesta barroca de Utrera", que estuvo sensible al cante, íntimo, delicado en las falsetas y contundente a la hora de marcar el soporte armónico de la voz. Adela Campallo ha comprendido que los bailes no pueden ser eternos. Su estilo sigue siendo muy físico, masculino, de fuerza, de precisión y de estilización radical en donde, en ocasiones, parece desaparecer la vida, el alma. Dura, cibernética, metálica, inclemente, a veces asfixia y se asfixia, pese al poderío físico del que hace gala. Se supo rodear de un grupo con sus mismos valores musicales. La feminida se cuela en su danza de puntilas, delicadamente, en la punta de sus dedos, en la torsión de sus muñecas, de su tronco. En la plasticidad de su baile. Un par de números deliciosos, lo mejor que le he visto, con dos pespuntes de caramelo del Torombo. De Julián Estrada puedo decir aquello del maestro Caracol de que el cante no es para sordos: los matices se pierden. El único defecto de la velada fue el exceso de duración.
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