por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







martes, 29 de enero de 2013

Curso 'Historia del Baile Flamenco'

Repetimos el curso 'Historia del Baile Flamenco' en el XVII Festival de Jerez


Adiós a la memoria de la Alameda


Muere a los 88 años el cantaor Pies Plomo, padre de José de la Tomasa y último protagonista de los ‘cantes de cuartito’ de la Alameda de Hércules



Lo que se va es la memoria de la Alameda. Un sistema artístico tan despótico y humillante en lo personal como sublime en lo artístico. Los cantaores, los guitarristas, y también algunos bailaores que antes de la guerra civil habían triunfado o “echado los dientes” como artistas en las plazas de toros de toda España, tuvieron que buscar su manutención en la posguerra en el cuartito. El público proletario que había surgido como consumidor por las nuevas condiciones laborales de la República, no estaba para fiestas en los cuarenta y el señorito pasó a ser el sustento del flamenco. Lo contó el propio Pies Plomo y así lo trascribió Lola Pantoja: “había una relación entre el cantaor y la prostituta y si el señorito la tocaba y armaba alboroto, el cantaor no tenía más remedio que aguantarse y cantar”. Pero en esta precariedad de medios y de dignidad, se desarrolló el arte de genios del siglo XX como Tomás Pavón, Pepe Aznalcóllar, Antonio el de la Calzá y un largo etcétera entre el que está el propio Manuel Vallejo o la Niña de los Peines. Con ellos convivió y de su arte se alimentó un joven Manuel Giorgio Gutiérrez, que había nacido el año 24 en el 40 de la calle Ciego, en el corazón de la Alameda de Hércules sevillana, que con trece o catorce años ya frecuentaba Casa Morillo, La Sacristía, Casa Bautista, Las Siete Puertas y Los Majarones, esto es, los locales de cante flamenco de la noche alamedera. Se lo contó a Manuel Cerrejón en la película ‘Alameda de Hércules’ y a Pantoja en el libro citado ‘El cante de cuartito’: “Algunas veces mi suegra me mandaba por mi suegro [Pepe Torre] y yo le decía: “que me ha dicho Gracita que si ha ganao usté algo”. Y él me daba un duro y con eso ya tenía para mantener un día a toda la familia, que eran siete chiquillos”. Pies Plomo era la memoria de la Alameda y la de Triana, es decir, de todo el cante de Sevilla. Pues en sus tiempos de pescador de río alternó con los cantaores del Zurraque que le enseñaron los cantes de la Adonda y de Ramón el Ollero.




Grabó en 1973 con la guitarra de Eduardo de la Malena, y dos obras colectivas en los 80: el primero fue un disco doble del 86, ‘Los últimos de la fiesta’, con Tragapanes, Maera, El Coco, Cobitos, Enrique Orozco, Manuel Ávila, La Periñaca, Tía Marina, El Negro, La Sallago, Pepe Albaicín, Tío Juane, Isidro Sanlúcar, Eduardo de la Malena, Habichuela el Viejo, Manolo Carmona, El Tranca y su mujer, Tomasa. Este disco, y la gira a que dio lugar, fue una idea genial de Ortiz Nuevo que puso en órbita a algunas de las viejas glorias vivas de nuestro arte, con el baile de Tía Juana la del Pipa y Pastora la del Pati. La otra grabación colectiva de los 80 fue ‘En la raíz del Cante’ (1988) con Perrate, Tomasa y Pedro Peña. Pies de Plomo cantaba con un hilillo de voz dolorida, dulce y sentimental.


Pies Plomo estaba casado como saben con Tomasa Soto Díaz, La Tomasa, hija de Pepe Torre y sobrina del mítico Manuel Torre. La Tomasa falleció hace unas semanas por lo que imaginamos la soleá inconsolable que reina en estos días en la casa del cantaor José de la Tomasa, hijo de la pareja. Fue Pepe Torre el que le dio nombre artístico a Pies Plomo, que es el dedicatario de una peña flamenca situada en la calle Dársena de Sevilla.

miércoles, 9 de enero de 2013

Curso 'Historia del baile flamenco'


Un regreso a los orígenes


Cante: Rafael Ojeda Rojas 'Falete'. Guitarra: Víctor Torres. Piano: Alejandro Cruz. Teclados, saxos y flauta: José Luis. Bajo eléctrico: Manolo Nieto. Palmas y cante: Javier Flores, Emilio Molina. Batería y cajón: David Chupete. Baile: José María de la Línea. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Martes 8 de enero. Aforo: Lleno.

Fue Vallejo el que inició la tradición de cantar éxitos populares a ritmo de bulerías y tangos. Durante años el procedimiento fue habitual en los tablaos y en los 60 y 70 surgieron cultivadores especializados que llegaron a ser primeras figuras. Falete se inició en esta línea de canción aflamencada con su primer disco, Amar duele (2004), que aún sigue siendo el más vendido de su carrera. Era aquella una producción modesta, austera en lo instrumental y desgarrada en lo vocal. Se trataba de un ramillete de coplas y boleros a ritmo de bulerías y rumbas. En sus siguientes obras se fue alejando de esta fuente e inclinándose hacia la canción ligera. Y, de hecho, en sus declaraciones de estos días, señalaba que Sin censuras, el disco que presentó anoche, es el menos flamenco de su carrera. No lo fue, sin embargo, la puesta en escena del mismo.

El espectáculo constó de dos partes diferentes: primero cantó las canciones de Víctor Daniel que integran la nueva obra. Pero luego El Chupete cogió el cajón, salieron los palmeros y cobró sentido la presencia de la guitarra flamenca. Allí empezó la fiesta. Falete cantó y bailó por bulerías, por tangos y por rumbas. Se acordó de Rocío Jurado 'En el punto de partida', con el solo acompañamiento del piano, y en 'Lo siento mi amor' por bulerías. De Lola Flores en 'María de la O' y 'Miedo' por fiesta, donde se pegó una pataíta enérgica y deliciosa. A Manolo Caracol, de nuevo a piano solo, lo evocó con dos zambras, 'La Salvaora' y el 'Romance de Juan de Osuna', así como con sus fandangos personales y del Niño Gloria. Demostró Falete que no ha olvidado sus orígenes, su debut en este mismo teatro a los 15 años en un homenaje a Gabriela Ortega, su dedicación a cantar para el baile, siguiendo la tradición paterna, antes de convertirse en estrella. Demostró que su sentido del compás permanece intacto y que su capacidad melismática es notable. Que su voz es plástica, plena de colores, cuando se hace jonda. Dedicó la canción 'SOS' de Mayte Martín a Dorita la Algabeña, presente en la sala. Recordó también a Bambino con 'Payaso'. La cosa acabó con una fiesta en la que cantaron los jóvenes Javier Flores y Emilio Molina para el baile de José María de la Línea, que ya había interpretado unas alegrías en la primera parte del concierto, y al que también le cantó Falete. De hecho, el cantaor cerró su actuación con una pataíta a medias con el bailaor. Falete estuvo enérgico, desbordante, muy sentimental, con su humor y su sorna habituales, y muy entregado.

En fin, que se paseó, por supuesto, pero que, ante todo, cantó.

Curso 'Historia del baile flamenco'


La otra búsqueda





‘Cambio de Sentido’ Dani de Morón. Producido por Dani de Morón. Bujío/La Voz del Flamenco.



En ‘Inmigración’, la composición que cierra el disco, dividida en dos partes, cesa de repente la ansiedad. El alma se serena y da las gracias. El silencio da cabida a la intención, al deseo. La claqueta, que ha sido el enemigo mayor de lo jondo en los últimos tiempos, cesa para mostrarnos que, en efecto, lo que hay en las manos del tocaor es un instrumento musical, ingenio y ternura, manufactura precisa y azar, tiempo y presente. El río, de repente, comienza a fluir de forma natural, no es necesario apremiar al agua puesto que va a llegar al mar de todas formas. Y, aunque es un drama terrible lo que inspiró este tema desarrollado en dos piezas, la obra lo que trasmite es una serena melancolía, una lágrima que fluye con naturalidad, un manantial que brota de una roca, reticente, esforzado y sutil. Porque escuchamos al músico respirar, porque notamos el sonido de su dedo deslizándose en el mástil, la obra es aún más bella y en la noche brilla como una estrella que nos conduce a un lugar seguro, donde el dolor habita, claro, porque somos adultos y sabemos que, como decía el poeta, no hay amor sin espinas.





Pero donde se puede estar seguro de que hay vida y humanidad, que es lo que trasmite Dani de Morón en este toque dividido en dos partes, la primera ‘ad libitum’ y la otra como bulería lenta. La música es vida, porque la música es respiración. En estos tiempos de inhumano frenesí en la guitarra flamenca, en el mundo de lo jondo, frenesí que refleja ciertas realidades sociales, encontramos este oasis de tiempo, en mitad del desierto de la velocidad, este paraíso de ternura en mitad del infierno vertiginoso de los picados.

Es una de las piezas menos arriesgadas desde el punto de vista técnico, físico y armónico. Y, no obstante, es la joya de este disco. Porque se basa en un descubrimiento melódico simple, humano, que está al alcance de la mujer y el hombre de a pie. Aquí cesa la pretensión de asombrar en aras de la pura comunicación de emociones. Cesa el cripticismo en aras de la claridad. Cesa la "jerga de la guitarra" en aras de la voz de los hombres. La inteligencia deja paso a la complicidad. El concepto se hunde a los pies de la vida. 






Con esto no pretendo desacreditar las indagaciones técnicas de este músico brillante. Ni tampoco su calidad como intérprete superdotado. Sólo digo que esas dos virtudes, siendo mucho, son nada comparado con lo que importa. Como dijo Buñuel de Borges: "Sí, es buen escritor, ¿y qué? Buenos escritores los hay a patadas. Lo que importa es otra cosa". Lo que importa es una pieza que tiene el poco eminente nombre de ‘Inmigración (intro)’. Es decir, que parece funcionar en este disco como mero umbral para el tema que cierra la pieza, ‘Inmigración’. Y, sin embargo, es, como digo, la verdadera joya de esta obra rica y hermosa.






Claro que Dani de Morón es un virtuoso, de una precisión absoluta y un toque verdaderamente categórico. Tiene esa fuerza tremenda de su juventud y deseo. Pero, como digo, lo que nos importa es el ser humano que es, que a veces se esconde detrás del guitarrista. Si el músico no pone sobre el tapete sus dolores y placeres, sus iras y miedos, interesa poco al público, más allá de los especialistas. La gente, más humana de lo que Ortega y Gasset hubiese deseado, desea sentir emociones sobre el escenario donde el propio bagaje emocional pueda engancharse y desarrollarse.

En esta misma línea de ‘Inmigración’ se sitúan algunos temas sin adscripción genérica. Los tangos, bulerías, seguiriya, soleá y la rondeña son más fríos, trepidantes, metálicos y fugaces. Un excelente espejo de ciertas condiciones sociales de hoy. Férreos inmutables, extraños, lejanos. Por supuesto que Dani de Morón conoce las raíces, como demuestra en soleá y seguiriya. Y por supuesto que a mí me importan las alas. La discusión no es esa, esta vez. Una obra absolutamente tradicionalista puede ser fría, deshumanizada y de poca tensión emocional. La discusión entre vanguardia y tradición no es una verdadera discusión.

No es el caso de este disco, donde los infiernos y placeres de su intérprete, sin duda a la vanguardia del toque, están más que manifiestos. Es un gran disco. Aunque no se puede ser sublime todo el tiempo. Eso lo entiendo. Pues fíjese si es sutil la caja de ritmos en ‘Momento de calma’: hasta eso me molesta. Es la hora de la guitarra solista y sola, esa es la verdad. Aunque me gusta mucho ese final, tan inopinado, otra de las señas de identidad de este tocaor que huye, como por instinto, del lugar común. Aunque a veces es tan descansado sentirse vulgar ...

Tú lo tienes’ lo entiendo como un canto a la complicidad, a la amistad. Un toque en tonos mayores amable y directo. Como escribí en una ocasión, este guitarrista gana cuando se hace cercano, conforme se aleja del intelectualismo. Claro que es comprensible que no quiera renunciar a su búsqueda técnica, pese a que la que más importa es otra búsqueda.


domingo, 6 de enero de 2013

Nuevo disco del Duquende








'Rompecabezas'. Duquende. Producido por Pepe de Lucía. Universal


Después de unos años editando en discográficas independientes, vuelve el Duquende a Universal y vuelve con la producción de Pepe de Lucía, compositor también de buena parte de los números de la entrega. Con grandes colaboraciones en las guitarras de Juan Manuel Cañizares, Tomatito, Raimundo Amador, Niño Josele, Diego del Morao, Niño de Pura y Antonio Sánchez. Y, por supuesto, Paco de Lucía, en cuyo grupo milita el cantaor de Sabadell desde hace años. 
Los trabalenguas festeros son una de las especialidades de este cantaor catalán, como demuestra en las dos entregas por bulerías de este disco, la primera con Tomatito, padre e hijo, con su potencia habitual. Se trata de unas bulerías ligadas, firmadas por Pepe de Lucía, en las que brilla Duquende con su habitual solvencia en estas lides, que cierra con un estribillo. La bulería es, desde los 80, vehículo para todo tipo de emociones flamencas, como demuestra la segunda entrega, 'Fue mi ruina', un cante ligado y sombrío, con la contundencia cálida de Diego del Morao. La cosa acaba con un estribillo-trabalenguas en donde el cantaor se hace acompañar de Inma La Carbonera y Lucía Limón. Más fiesta flamenca en los tangos, de los que este disco ofrece una forma lenta, tres con derivaciones rumberas y una rumba pura. 'Herida consumida' presenta la guitarra pletórica, ubicua, de Raimundo Amador y los correspondientes estribillos a cargo del coro femenino. 'Macabi' y'Humareda', con sus arreglos chicheros, a guitarra y teclados, con sus estribillos resultones, está directamente concebido para la radiofórmula, una fórmula del pasado. En 'Na más que el día' podemos escuchar el sexteto clásico de Paco de Lucía al completo: Benavent-Pardo-Dantas y los arreglos de Amargós, y las voces y palmas del productor del disco, Pepe de Lucía, además del propio tocaor algecireño, secundado por Tomatito, con uno de sus míticos picados. 



Otra guitarra feroz y velocísima, la del Niño de Pura, irrumpe por alegrías, con teclados, estribillos corales y bajos eléctricos: por cierto, la mitad de los músicos no están acreditados, que parece ser la última moda en los discos producidos por las multinacionales. El tocaor sevillano repite en los fandangos, atribuidos a Canalejas y La Parrala, con más espacio para el lucimiento de su toque solemne y seguro. Son lo mejor del disco junto a la granaína-malagueña dedicada a Enrique Morente que abre la entrega, con la guitarra sentimental de Cañizares que nos ofrece un brillante trémolo. Un disco que se cierra con una toná orquestal, con yunque y todo, arreglada por Jesús Bola. 

El Duquende (Juan Rafael Cortés Santiago, Sabadell, Barcelona, 1965) se inició siendo casi un niño en compañía de su paisano Juan Manuel Cañizares. Con tan sólo 9 años de edad, en Badalona, Camarón, el ídolo flamenco del catalán, acompañó al Duquende en un recital en calidad de guitarrista. En sus primeras entregas de los 80 estuvo secundado por la guitarra del cantante y tocaor, por entonces retirado de la canción, Manzanita. Militó en los grupos de Tomatito, con el que grabó su quinto disco, y Paco de Lucía. Ésta es su novena entrega discográfica. Entre ellas, 'Samaruco' (2000), producido por Isidro Muñoz, es de los más memorables.