por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 29 de abril de 2011

Las dosis casi perfectas de artificio y frescura

Guitarra: Dani de Morón, Alfredo Lagos. Artista invitada: Pastora Galván. Lugar: Teatro Central. Fecha: Jueves 28 de abril. Aforo: Casi lleno.


Si usted es aficionado y no estuvo anoche en el Central tengo que darle mi pésame. Fue el evento flamenco de la temporada. Son valientes e inteligentes y la puesta en escena, un hombre, una guitarra, es fruto de lo segundo, aunque con el requisito indispensable de lo primero. Por supuesto que ellos, para ser valientes, tienen el respaldo de su dominio técnico asombroso, la identificación total del hombre con su instrumento (que no es la guitarra sino el corazón, claro).


Daniel de Morón tiene un universo propio. Es lo más que se puede decir de un creador. El paisaje que nos presenta el tocaor tiene todos los caracteres de la obra de arte pertinente, resulta tan familiar como extraño. Esa es la facultad del arte, la facultad de este intérprete, iluminar la parte en sombra de la realidad que tenemos delante de las narices. Aunque para ello se sirve de una panorámica en embudo. Todavía entiendo que hay un velo, que son demasiadas notas las que arroja sobre el escenario. Más ese cuadro de melancolía abstracta es un territorio conquistado por él a solas. Cada noche. Y eso, la emoción, es lo que persigue el aficionado, el ser humano, en la música.


Lagos, de pulsación perfecta, la elegancia, la pulcritud. Dialoga con más franqueza con la tradición. También resulta más contenido, algo convencional en ocasiones por ello. Redondo, inmutable. Fresco, pulido, primaveral: pleno de colores. Elocuente. El arte de la puesta en escena es arte de composición, y los dos son notables compositores. Ducho, artesanal, el segundo, imaginativo y rebelde el primero. Por eso el espectáculo se cerró con una buena dosis de energía y perfecta manufactura. Arte de la composición, labor de limpieza, de pulir hasta la trasparencia. Anoche la dosificación de artificio, algunas de las composiciones tienen más de diez años, y frescura, fue casi perfecta.


Las imágenes pertenecen a otros conciertos.

jueves, 28 de abril de 2011

El asno de Buridán

'Concierto de Guitarra'. Guitarra: Chicuelo. Viola: Elizabeth Gex. Percusión: Isaac Vigueras. Artista invitado: Duquende. Lugar: Teatro Central, Sevilla. Fecha: Martes, 26 de abril. Aforo: Lleno.

Fue un ejercicio de nostalgia y también de épica. Duquende conserva intacto el ademán que lo convirtió en un héroe, con el mismo repertorio, timbre e, incluso, letras, que su modelo confeso, Camarón de la Isla. Es una foto fija de los años 80, de los 90. El concierto se quedó en un medio camino hacia ninguna parte: fue medio recital de guitarra solista y medio concierto de cante. Esta indefinición afectó negativamente al resultado global de la propuesta.

Chicuelo es ante todo un estilista de la melodía. Sabe el guitarrista que es y no pretende ser otro. Por eso se apoya en la efectividad rítmica y en la sostenida emoción del arpegio. Inventando sencillas y notables frases musicales, sin grandes aventuras armónicas, sobre todo en los estilos más alejados de la tradición modal flamenca. Así los dos toques en los que buscó la complicidad melódica con la viola. El mayor despliegue compositivo y de recursos técnicos lo ofreció en la taranta, serena, conmovedora. En la segunda parte del recital mostró su habilidad y sentido para acompañar al cante.

Duquende por su parte asume, como dije más arriba, el repertorio de Camarón. Incluso, a través de Camarón, los de de Antonio el Calzá, Niño Gloria... o Morente en las seguiriyas. Pasado todo ello por el tamiz del isleño. Enorme en los trabalenguas y cierres, rotundos, inopinados, de los cantes, su sentido prodigioso del ritmo está más allá de toda duda. Para mi gusto estuvo más grave y profundo en los fandangos, las bulerías e, incluso, en los tangos, y plenamente festero en las alegrías finales, que por seguiriya y soleá. El conjunto es un artefacto metálico y congestionado, con la voz siempre en falsete, y una guitarra dura de tan contundente.


Imágenes: Duquende por Tomoyuki Takase.

lunes, 25 de abril de 2011

La fiesta infinita

Carátula del CD 'La Boda'
Confesaba Manolo Sanlúcar en su libro de memorias que las últimas grabaciones de La Niña de los Peines las hizo con la guitarra de Melchor de Marchena y con él mismo como segunda guitarra con tan sólo 15 años. Se trata de un ep grabado a finales de los años 50 y que jamás llegó a ver la luz. Su hallazgo sería de una importancia fundamental en la historia del flamenco, tres genios de tres generaciones flamencas unidos por el estudio de grabación. De igual magnitud puede considerarse esta edición de una grabación privada efectuada en 1964 en el transcurso de la fiesta de bodas de Juan Peña 'El Lebrijano'. Tres intérpretes de primera magnitud, tres puntales de tres generaciones del cante, protagonizan la obra. Por una parte, el propio Juan; encontramos también a Antonio Mairena; y el genio del cante del siglo XX, Pastora Pavón 'La Niña de los Peines'. La imagen que nos ofrece este disco de la última Pastora Pavón (recordemos que sus últimas grabaciones de estudio son de 1950) es la de una intérprete tan familiar como extraña. Con la voz envejecida, sí, metálica y reducida. Y, al mismo tiempo, inmensa en su dominio de la expresión, del melisma y del ritmo. Del sabor. Y también del timbre, del rajo. Aunque se trata de una cantaora en las puertas de la ancianidad, conserva el brillo y el conocimiento de toda una vida siendo la cantaora más trascendente de la historia. De ahí la variedad de melodías y letras que ofrece en esta hora y pico de fiesta que no acaba jamás. Mejor no se puede cantar.



Fue un encuentro único, memorable, que resume, prácticamente, toda la historia del flamenco. Pastora es una cantaora decimonónica: en la última década del siglo XIX tuvo lugar su aprendizaje y desarrollo del lenguaje jondo. Y escucharla en 1964, junto a las voces de Antonio Mairena, en la plenitud de su reinado jondo, y de Juan Peña, a las puertas de ese gran salto hacia delante que propinó a este arte, es un ejercicio alucinante. Ver a Velázquez junto a Goya y Picasso. El ojo, el oído, va de un momento histórico a otro condensados en un instante que por la magia de la grabadora quedará impreso para siempre. O para ese ratito que pasamos los humanos recorriendo este planeta que llamamos siempre. Y la pupila tarda un rato, en el oído se produce un desajuste momentáneo al pasar de la dicción, la afinación y las formas decimonónicas, a las del siglo XXI, pasando por el clasicismo reposado de Mairena. Mairena cálido, íntimo, gracioso en los cuples y recitados. Desinhibido lejos del estudio y la solemnidad rígida de la posteridad. Y Juan Peña pujante, pletórico, viril. Se ve una línea, la continuidad de una forma de decir el cante pero, al mismo tiempo, se evidencia más que en ninguna otra ocasión las enormes diferencias de expresión que se dan en estos grandes intérpretes.


Pero no sólo ellos: mágico Pepe Pinto con esa voz natural, juvenil, vibrante, llevando por bulerías los tercios aún más lejos, rompiendo el aire de transparencia, incluyendo con toda la naturalidad las tarantas en el ritmo de las bulerías. Y La Perrata, divertida, pícara y popular. Un disco que es una obra de arte, también un documento histórico fundamental para lo jondo y, sobre todo, el retrato fiel de un momento único, de un instante que ya será, por siempre, una fiesta que no acabará.


Imágenes: 1. Carátula del CD 'La Boda'. 2. Antonio Mairena. 3. La Niña de los Peines. 4. Juan el Lebrijano por Tomoyuki Takase.

sábado, 23 de abril de 2011

Flamencas de Holanda (y X): la muchacha dorada

La muchacha dorada no va a ningún sitio. La razón es que quiere llegar a todos, y al mismo tiempo. Le pierden los planes, los planes alternativos. La confunde la noche, y el día. No sabe lo que le conviene. Cree siempre que la vida está en otra parte y corre enloquecida en pos de la  misma sin saber que, siempre, la deja a sus espaldas.

En Rótterdam me hizo una pregunta muy concreta mientras me estaba lavando las manos. Y cuando yo, secándome, iniciaba mi respuesta, me pidió disculpas y me dijo “ahora mismito me lo cuentas” para irse detrás de un famoso guitarrista que actuaba esa noche y que acababa de pasar por el corredor del teatro. Comprendí que es una recién llegada y que todavía anda buscando quien le dé abrigo. No comprende que nadie va a ayudarle si no halla un poco de la serenidad que habita en el fondo, muy en el fondo, de su corazón.

Con todo, quise agradecerle su gentileza de llevarme a Rótterdam, y la invité a un concierto. Llegó tarde. Paseamos y hablamos. Habló de sus desavenencias amorosas. Me provoca ansiedad esta mujer cuyo tren de pensamiento no cesa nunca y tiene línea inmediata con su lengua. Me dijo su edad y me sorprendió. No la creí, aunque ella sí se creyó. Pero las arrugas de su frente, la desesperación de su mirada, la desmienten. Eso sí, su culo va a su favor. Al cruzar el paso de cebra la dejé pasar delante de mí y le miré sin disimulo las piernas. Tenía la falda corta y el culo pequeño. Es una cosa sorprendente, los culos de las mujeres holandesas. Sorprendentemente pequeños, comparados con los generosos culos del sur, que crecen y crecen sin cesar con los años. Será parte del proceso de masculinización de la mujer holandesa. La muchacha dorada es una mujer alta, elegante, estilizada sobre su tacón. Tiene, sin embargo, una energía chunga para mí. Me provoca ansiedad, fuertemente marcada en la mirada preocupada, decepcionada, desesperada, que no cesa de buscar. En un miedo que no se conoce. Cree que la vida está allí, detrás de la línea del horizonte. Cuando salimos del café, se puso a mi derecha y se cogió de mi brazo. Ese gesto me gustó. Llegué al teatro presumiendo de rubia ante mis amigos y conocidos. Sentí la debilidad vanidosa de llevar a una mujer hermosa del brazo. En el hall del teatro seguí fardando cuando de repente mis ojos la vieron. Era C. Tuvimos nuestro mes de pasión. Me asaltó y me dejé asaltar. Habíamos cortado una mañana de sábado, al sol. El hecho de ir con la muchacha dorada me dio fuerzas ante C., aquella noche. “No estoy solo, no eres la única. Jódete por lo que te perdiste”, eso fue lo que pensó mi desolación, el niño abandonado que alguna vez fui. C. hizo un amago de silencio estratégico. Así fue. La noche del verbo incontenible fue, para equilibrar, también la de los silencios estratégicos. El culo gordo. En el recital estuve apático y cansado, muy cansado. Incluso bostecé un par de veces. La muchacha dorada sintió frío y le di mi bufanda. Quería darle también la chaqueta pero no me atreví. Pensé que la había juzgado mal y que podía tomarme en serio su invitación de acogerme en su ciudad, en mi próxima visita de primavera, que antes había dejado pasar con un ligero capotazo. Estuvo todo el concierto mesándose el cabello, en un gesto mecánico y neurótico. Muchacha, podrías aprender tanto de tu paisana la lechera ..., de su mística concentración en la mínima tarea de verter la leche en el recipiente de barro. Hay tanta verdad en esta fantasía y tanta fantasía irreal en esta verdad de carne y hueso que estuvo dos horas sentada a mi lado sin parar de moverse, sin dejarse.

A la salida encontró a un conocido y mientras hablaban, infatigablemente, yo, fatigado como estaba, me fui a mear. Me tenía que ir a trabajar después del concierto. No obstante tenía ganas de despedirme, concretar los detalles de su invitación ... invitarla a acompañarme hasta la puerta del periódico. No fue posible. Cuando ella estaba hablando con sus amigos, C. volvió a la carga. Me asaltó, me preguntó por nuestra última e íntima conversación y yo le dije que no era el lugar. Usó tres o cuatro de sus silencios estratégicos, esos que le han servido para desarmar y esclavizar a sus hombres. Vale, me sentí incómodo, pero no le sirvió de nada. En realidad nunca le han servido de nada, sino para joderse la vida y jodérsela a los demás. Eso sí, con el orgullo satisfecho de haber vencido a todos los hombres con los que se ha cruzado, incluyendo los de su familia ... En ese momento me sentí enormemente cansado y con ganas de irme a trabajar. De estar a solas con mis lectores. En uno de sus silencios le dije que me tenía que ir al cuarto de baño, que no era el lugar ni el momento. Que ya nos llamaríamos a sabiendas de que no lo íbamos a hacer, de que lo nuestro es imposible, de que el orgullo, el maldito orgullo ...; pero fue lindo mientras duró. Muy hermoso. Y se acabó. Me fui a mear.



Cuando salgo, la muchacha dorada y sus amigos han desaparecido. Deambulo un rato por el hall y luego en la calle. No la encuentro. Los trabajadores cierran las puertas del teatro. Voy de un flanco a otro del edificio cerrado. Me encuentro a un par de conocidos. Cuando M. F., que ha sido una de las estrellas del espectáculo, se para a saludarme, me llama ‘Banquero’, por el vídeo que podéis ver aquí, a la derecha. Una muchacha de ojos oscuros desliza su mano en la mía, pero no llegan a encontrarse, porque yo aparto instintivamente la mano. En otra época sus ojos oscuros me fascinaron. Ahora veo el devastador paso del tiempo, de la desilusión, en su rostro hinchado y siento una gran congoja. Con todo le digo que sí, que nos vemos cuando ella quiera. Sé que ya ha pasado demasiado tiempo de espera. Sé que me va a devorar. Llamo a la muchacha dorada y rechaza mi llamada. Me voy camino del periódico. Conforme me voy acercando me cabreo más. Confirmo que las primeras impresiones son siempre las que valen. También pienso en C. y en la inutilidad de sus silencios estratégicos. Pienso en tantos hombres, yo mismo, que se han precipitado por ellos como agua de lluvia por los sumideros. Y así, vistos de cerca, son ridículos. Llego al periódico y, antes de ponerme a trabajar, pongo el teléfono en silencio. Justo entonces veo que la muchacha dorada me está llamando.

Madrugá en Sevilla

Día maravilloso en la ciudad. Lo sagrado ha tomado la palabra. La naturaleza muestra su poder sobre los edificios, las casas, las calles. La verde esperanza de los labriegos se traslada a la urbe. La naturaleza y su poder, inasible para el hombre. Las canales golpean contra la tela impermeable en un tumulto más atronador que los tambores de Calanda. Las calles son ríos, las avenidas océanos. De repente, el silencio. Los adoquines son espejos que reflejan un mundo. No un espejo al borde del camino sino muchos espejos en el camino. Lujuria de agua caliente. Mi coche refleja los rayos del sol. No queda un resto del polvo de la sierra que lo envolvía ayer. Llego a casa empapado y feliz. Lo que para otros fue un calvario para mí, labriego al fin, aunque trasplantado a la ciudad, representa la esperanza en la concepción de la tierra. En el cielo vemos la mañana que alimentará a nuestros hijos.

miércoles, 20 de abril de 2011

Soleares para el baile de L.

I. El hilo de Ariadna



A veces crema,
a veces piedra.

Lo que sé de L.
es que está dentro de mí.
Extrañamente.

Lo que sé de L. es
lo que no quiero decir
por no asustarla.

Lo que hay dentro de mí:
que el día es gris
esta verde primavera,
y mi frente está arrugada.
En guerra conmigo,
buscando una estrategia.
En guerra con mis hombres
por no asustarla.

Que en la punta de sus dedos
tiene un finísimo hilo
de oro
que está deseando salir.

También el miedo:
a que yo hable.
Por mi parte.
Por su parte.

Por los sueños sin cumplir,
por los sueños sin soñar:
que te tuve una noche,
una tarde, una madrugada.

Que en la punta de sus dedos
un hilo dorado
conduce a la inmortalidad.

Es lo que no quiero expresar
por no asustarla.



II. Toro verde de primavera.

¿Qué cosa eres tú?
¿Eres un regalo del cielo?
¿Eres la encarnación de mi deseo?
¿Eres una fantasía
o una realidad?
¿Eres un fantasma
o te puedo tocar, esta noche?
Te podré tocar.

A veces piedra,
a veces crema.

¿Eres una mujer clara
o un ensueño turbio
creado por mi puro deseo?

Eres ambas cosas
y no eres nada.
Pero a veces,
es extraño porque no te conozco,
lo eres todo.

Conozco lo suficiente:
que en ocasiones ríes
y otras lloras.
Sé la música de tu voz,
no quiero saber más.
Sé que eres dura contigo,
Es decir con los otros,
Y amable conmigo.
No quiero saber más.

A veces eres dura.
No quiero saber más.

Tan sólo si
ésta u otra noche
te podré tocar.
Para creer,
para creer más.

Siempre crema.

Te creo tanto,
te quiero tanto,
porque creo en mí.
Te creo.
Creo.
Toro verde en la primavera.

lunes, 18 de abril de 2011

Flamencas de Holanda (IX): Anne Frank

La casa son apenas dos habitaciones alargadas y muy estrechas, apenas dos cajas de zapatos, sumidas en la penumbra de unas lámparas titubeantes. El papel de la pared es parte del original de los años 40. La casa está desolada porque la Gestapo se llevó los muebles. ¿Para qué necesitaba el Führer dos mesas, dos divanes y una cama estrecha? Lo más asombroso, lo más terrible, lo que más me impresiona son las imágenes recortadas de Ray Milland, Ginger Rogers y la divina, Greta. Anne buscaba la luz de las estrellas que iluminaran su sombra. Era una niña. Esa luz de cotidianeidad, de familiaridad. De proximidad: amaba las mismas películas, tenía los mismos sueños que nosotros, que cualquiera.



Era el 13º cumpleaños de mi hermana. Yo tendría 10, por tanto. Sus amigas le regalaron un libro. Yo cogí el libro, me lo puse en la cabeza y caminé de esta guisa por el patio de mi casa, por el estrecho espacio que dejaban las exuberantes macetas que mi madre coleccionaba. Percibí la cara de fastidio de mi hermana. No debía ser agradable para ella tener a su hermano pequeño en la fiesta de su 13º cumpleaños. Yo sólo quería divertir a sus amigas. Me gustaban todas. Ellas protagonizaron mis primeros ensueños eróticos. Sobre todo los sábados por la mañana. Yo me despertaba pero permanecía un rato en la cama, puesto que no tenía que ir al colegio. Pero mi hermana llegaba con la radio, los 40 principales a toda leche, y la escoba para limpiar. Yo me revolvía en el lecho y esto era lo que soñaba: sentía que tenía un reloj en la muñeca. Soñaba que B. llegaba a casa en busca de mi hermana. B. tenía dos años más que yo y un culo espléndido, que me hacía soñar, a sus 13 años. A mis 10. Todavía recuerdo la forma exacta de su trasero, bajo aquellos estrechos pantaloncitos cortosde entonces, que ahora están otra vez de moda. Era una niña llena de vida y deseos. Ahora una sombra le cruza la mirada. Es una mujer, madre, profesional liberal. Y un velo le cubre el timbre de la voz, la deja en sordina. Mira a la vida, me mira, desde el fondo de sus ojos en sombra: es la marca inequívoca de los antidepresivos.

Pero vayamos con el sueño: ella iba en busca de mi hermana que estaba limpiando su habitación. Charlaban de cosas intranscendentes y yo me hacía el dormido. De repente ella quería saber la hora. Tenía una urgencia arrebatadora por mirar el reloj. Y  yo, como sabéis, tenía un reloj en mi muñeca. Pero mi mano estaba, estratégicamente, entre mis piernas. De manera que ella metía la suya entre las mías, buscando el reloj. Y, claro está, me rozaba los genitales. Así descubrí el placer, el temblor absoluto del orgasmo. Así me iba en las tardes de la primavera a ver irse el sol y a tocarme, encaramado en un olivo, pensando en B. Son sueños de adolescentes. Historias de chicas, vistas por un adolescente algo petulante.

Mi hermana no leyó nunca aquel libro. Yo lo hice. No recuerdo la portada. Sin duda sería un expresivo dibujo de un campo de concentración, con una alambrada de espinos, una torre de vigilancia y una niña llorosa. Es una de las imágenes más extendidas del holocausto judío, pese a que semejante escenario jamás aparece en la obra. Salvo en la imaginación del lector, en el imaginario colectivo. Era la colección Reno, de Plaza y Janés, de los setenta, caracterizada por sus impactantes sobre-cubiertas. Lo que recuerdo es que, debajo de la sobrecubierta, había un austero libro blanco con el título en gris: ‘Diario’. Las páginas, grises, se desencuadernaron en pocos días. La autora era la niña Ana Frank. El papel de los setenta apenas tenía consistencia para sostener la tinta, que resistía como podía en la página turbia, amarillenta.

No debí acabar el libro entonces porque yo sólo recordaba de su contenido algunas historias de chicos vistas por una adolescente algo petulante. Tampoco sabía quién era Kitty, que es el nombre que Anne dio a su diario, personalizándolo, feminizándolo y haciéndolo así su confesor, su confesora y su cómplice. Su mejor amiga, esa que creía no tener, que todos los adolescentes creemos no tener porque esperan de la vida otra cosa que no es la vida. Que es algo más pequeño que la vida, aunque parezca más grande en nuestra turbia imaginación. ¿Te imaginas que la vida se adaptara a nuestros deseos, a nuestros sueños? Qué pesadilla. Su sueño de niña rica. Pero el aliento de la persecución y la muerte estaba presente. Y la vida. El deseo de luz. Me asombra el gusto holandés por las sombras. La judía alemana Anne quería luz en su casa en sombras del barrio de Joordam: no podían abrir las ventanas de la Casa de Atrás, para no ser descubiertos por los vecinos. Las ventanas estaban cubiertas por telas negras. Las desteñidas figuras del papel de la pared. Y, sobre todo, la sombra. Y, frente a la sombra, la luz de las estrellas (Garbo, Milland, Rogers), la luz de una muchacha que quería ser artista, estrella. Escritora. Y lo fue. Algunas de las obras maestras de la literatura son obras de circunstancias, aunque sean las terribles circunstancias de este diario. Harold Bloom no lo incluye en su canon, pero toda la literatura, pedante, oscura, insufrible, del siglo XX, empalidece ante esta obra maestra de una niña de 13 años. De 14. De 15. En mayo el primer beso y en agosto la detención. En septiembre el campo de concentración y más tarde la muerte. En el desván lloré en silencio, en soledad, viendo las imágenes filmadas por los soldados británicos tras la liberación del campo de Bergen-Belsen. Mi temprana lectura de esta obra marcó mi gusto por este tipo de literatura testimonial. O quizá tiene que ver con la historia de mi abuelo. Al fin y al cabo soy nieto de los que perdieron la guerra. Sólo que la ganaron, el 75.  En el 81. Como dice Moraíto en el documental ‘Goede zang doet Pijn’, que firman Martijn van Beenen y Ernestina van de Noort, estrenado en esta III Bienal de Holanda, “el dolor también nos hace fuertes”. Extraño destino el de la cultura judía. Pienso que otros que no fueran judíos no hubiesen podido sobrevivir dos años en estas jaulas oscuras, cajas de zapatos, agujeros de cuatro metros cuadrados, para ocho personas. Como buenos judíos, me piden un donativo a la salida del museo de la ‘Anne Frank Huis’. La entrada al museo ya cuesta ocho euros.

Por ejemplo ‘Prisionera de Hitler y Stalin’ de Margarete Buber-Neumann. Es una obra desoladora y vital. Es la necesidad del ser humano de buscar luz en las sombras. Pero el final del libro, cuando el estado nazi y sus campos de concentración se desmoronan, cuando Margarete es libre en mitad del caos más absoluto, la destrucción y el hambre, y los rusos están a menos de cinco quilómetros de Ravensbrück. De caer bajo su poder volvería a Siberia. La parte en la que Buber-Neumann describe como recorrió, de un frente a otro, desde los rusos hasta los aliados, una Alemania desolada, es brutal. Como se encuentra con sus antiguos verdugos disfrazados de seres humanos, de anónimos ciudadanos. O, incluso, de víctimas. Bueno, si no tenían alma cuando eran verdugos, porqué la habían de recuperar para huir de sus víctimas, las pocas que sobrevivieron. Cómo Margarete logra, al fin, la libertad, cruzando el río, sobornando a los guardias. Buber-Neumann sobrevivió a la más atroz, inhumana, de las epidemias que han asolado al ser humano: la intolerancia, el racismo, la fe en la supremacía de una raza, el desprecio por la dignidad y la vida de los semejantes. El desprecio por los otros que es desprecio por nosotros, por lo que no nos gusta de nosotros. Eso que creemos que son debilidades y a veces es nuestra única grandeza. El desprecio por la dignidad humana. Margarete vivió para contarlo. Anne, sin embargo, murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, aunque también vivió para contarlo. Quizá todo esto tenga que ver con mi abuelo, y el año que pasó en un campo de concentración tras la guerra civil. Es una historia que nadie me ha contado.

Yo no soy de esta tierra
Ni conozco a nadie;
El que lo haga bien con mis niños
Que Dios se lo pague.

(Seguiriya, atribuida al Loco Mateo).

Antonio Muñoz Molina señala que lo más asombroso de Margarete Buber-Neumann es el estilo notarial, testimonial, de su obra, en la que todo juicio queda excluido. Margarete sobrevivió a Ravensbrück donde su amada Milena Jesenká sucumbió. En el barrio de los museos de Ámsterdam hay un monumento a las mujeres que murieron y que sobrevivieron a Ravensbrück.


Fotos: 

1. En la casa de Anna Frank.
2. Esta es la fachada del almacén de negocio de compotas y conservantes vegetales de Otto Frank. En la parte posterior, detrás de una estantería, estaba la Casa de Antrás, en la que la familia Frank vivió dos años y pico, con los Van Pels (Auguste, Hermann y Peter) y Fritz Pfeffer. En la mañana del 4 de agosto de 1944 la Gestapo irrumpió en el escondite apresando a todos sus moradores y a los cuidadores de los mismos, Kluger y Kleiman. Estos últimos fueron liberados. Los escondidos acabaron todos en campos de concentración siendo Otto Frank, el padre de Anne, el único superviviente.
3. Esta edición del ‘Diario’ se puede adquirir en la Anne Frank hois por el módico precio del 9,95. Se trata de una versión, un extracto de los escritos de su autora, sin la censura que Otto Frank impuso en la primera edición de la obra.

domingo, 3 de abril de 2011

Las miradas de Morente

El Festival de Cine de Málaga, que se clausuró anoche, presentó la obra póstuma del cantaor, la película 'Morente. El barbero de Picasso' de Emilio Ruiz Barrachina
La obra presenta más similitudes de lo que cabría esperar con Morente sueña la Alhambra. Teniendo en cuenta que la firma Emilio Ruiz Barrachina, y que aquella venía de la mano de Sánchez Montes, hemos de suponer que es la mera presencia de Morente la causa del aire de familia. De hecho, el cantaor aparece en los créditos de Morente.El barbero de Picasso como director musical. Y Barrachina y Estrella presentaron El barbero como la última obra del cantaor. Póstuma, inconclusa. Morente comprendió que el presente del arte es audiovisual, de ahí que combinara la grabación de sus discos con experiencias para la pantalla.


No obstante, sea por la falta de bagaje del cantaor en el medio o por la súbita aparición de la muerte, El barbero es una obra inconclusa. Sobre todo en lo que respecta al argumento que le da título, la relación entre Picasso y Eugenio Arias, su peluquero; y entre éste y Morente. Una línea argumental que se desvanece al final sin haber sido más que apuntada. Lo demás se resume en interiores de cantaor con familia y fragmentos de conciertos en Buitrago del Lozoya y Barcelona. Lo mejor es cuando ambas corrientes se juntan, cuando cantan, en el Bañuelo, los hijos de Morente bajo la mirada tierna, protectora, del patriarca. Ése es uno de los legados más válidos del filme, del cantaor: el que fuera rompedor, el que no se ajustaba a norma, se presenta en la imagen última como magno patriarca. Sereno, panzudo, amoroso. Cuidador. Buda del Albaicín.

 
La sorpresa de esta serie cantaora en la Carrera del Darro es Soleá Morente. En la belleza de esta gitana se unen el gélido ademán de la desolación y el fuego carnal de su raza. Una mezcla explosiva que no sólo atañe a su voz, a la manera perfeccionista y naïf de atacar las Palabras para Julia de Goytisolo-Ibánez; también su rostro, la música de su cuerpo. Estremecedores. Eso da esta obra, música del cuerpo. Un Morente con aura juvenil, patricarca en deportivas. La única novedad musical es su versión de El ángel caído de Antonio Vega. Lo vemos caminar por El Retiro y burlarse con el demonio. Lo vemos como nuestro dáimón socrático, aquel que nos indica el camino de la libertad, de la dignidad, de la vida.


Lo mejor del filme son los apuntes en los márgenes que, lejos del guión, nos revelan al Morente más verdadero. No sé si el cantaor es un actor mediocre haciendo de Morente o, más verosímilmente, el guión y la actitud reverencial del director malogran sus posibilidades interpretativas. Pero en los márgenes Morente se nos revela como un intérprete descomunal de sí mismo. Allí donde corrige, con autoridad y ternura infinita, a los flamencos que habían corregido al batería de rock Eric Jiménez. Es un interior, un ensayo. Los palmeros refutan con guasa flamenca el sentido del compás del percusionista. Morente, en silencio, con la frente fruncida, concentrado. Al instante siguiente sabremos que busca las palabras exactas, esas que marcan la diferencia entre el totalitarismo y la autoridad benevolente. Con su comentario reintroduce al batería en el grupo (al fin y al cabo es el único extranjero en tierra jonda) sin desautorizar a los palmeros. Hace de un grupo un clan, una reunión de amigos íntimos, de fieles incondicionales, que es lo que hizo siempre, ganarse a la gente por la vía de la ternura, la compasión, el amor. Salidas que marcan la diferencia entre un artista y un genio. Genio de la vida cotidiana, me refiero, pues hay quien sólo puede serlo en escena. O el comentario a la estatua humana de las Ramblas, que representa a un hombre decapitado, al arrojar una moneda en la escudilla: "Te quiero, no te veo pero te quiero". Es imposible más ternura, más compasión en la mirada. Son dos detalles marginales, dos de las muchas miradas que pueblan este Barbero y lo colman de verdad y de humanidad, siendo como es una película fallida. Apuntan a las nuevas obras maestras que Morente habría conseguido, pues tenía una intuición rotunda, afinada hasta la transparencia con los años, en el nuevo medio que empezaba a explorar. Las miradas de Morente de pura alegría o pura desolación, que son lo mismo, cuando se sale del guión. Pues es cierto que si no supiéramos de la muerte, conciencia que nos desuela, no volveríamos a reír. Como lo echamos tanto de menos, está más que nunca en nuestras vidas.
 Todas las imágenes son fotogramas de la película 'Morente. El barbero de Picasso' de Emilio R. Barrachina: 1. El cantaor interpretando 'El ángel caído' de Antonio Vega. 2. Soleá y Estrella Morente. 3. Frente al Guernica.

sábado, 2 de abril de 2011

¿Por qué nos duele Japón?

Carmen Ledesma nos llevó al cielo con una pataíta completamente zen, que apeló a la contención, a la inmovilidad, al silencio. Pero, ¿cómo no hablar por Japón, que son carnes de nuestras carnes? Es el punto y seguido de una historia de amor que empezó allá por los 20. Fue la Argentina, la gran Antonia Mercé, que decidió pasar por Tokio al volver de Filipinas. No sabía la que se iba a formar.

Tiene el corazón razones que no se pueden explicar, aunque seguro que hay algún psicólogo con su hipótesis. Porque Japón no sólo está en la antípoda física del flamenco, también, sobre todo, en la emocional. Hoy, como ayer, no existen las distancias. ¿Por qué alguien que parece no romperse por nada se rompe por esto nuestro? Ahora la tierra se ha roto y son nuestros corazones los que se desangran por sus simas. Los corazones flamencos. Los corazones de La Yunko, Eri Fukuhara, Kaori Taniguchi, Yuki Tawara, Keiko Ishiwaka, Nanako Aramaki, Sachiko Nishiuchi. En sus cuerpos y en su arte flamenco decimos "gracias Japón". Gracias por todo lo que le has dado al flamenco. Has sido el sustento económico y espiritual de todos los artistas jondos. No hay flamenco que no escuche hablar de Japón al poco de tener uso de razón. Ademas La Yunko, Keiko y compañía no se han limitado a alimentar su pasión desde el patio de butacas. El miércoles se subieron a las tablas del teatro Alameda y abrieron la noche por alegrías. Japón nos duele porque es parte de nosotros, porque en el planeta jondo ocupa una región muy importante.

 Allí donde el flamenco no encontró el sostén físico necesario, precisamente en su tierra de origen, por la precariedad que ha sufrido la misma, lo encontró allende los mares, al otro lado del planeta. El 90% de un arte, de una cultura, es su gente, es su asiento. Estuvieron cuando los necesitábamos: qué menos que estar ahora con ellos. Estar por nosotros. Más que dinero, lo que necesitan es precisamente aquello que nos dieron: sustento espiritual. Decirles lo que nos dijeron, que nos querían, que vivían por nosotros. Que por nosotros aprendieron el lenguaje de nuestras penas, aunque fuera algo tan dificil de pronunciar como unas seguiriyas. El lenguaje de nuestras alegrías. Que por nosotros cruzaron el planeta para tenernos en sus brazos, en sus bocas, en la punta de sus dedos. Adela Campallo, Esperanza Fernández, Pedro Sierra y compañía fueron nuestros brazos, nuestras manos, nuestras gargantas para decir: "Os queremos. Nos duele vuestro dolor porque sois parte de nosotros, porque nuestros pasos están indisolublemente unidos desde que en un día de 1927 una mujer llamada Antonia Mercé descendió de un avión y pisó vuestra bendita tierra, esa que ahora tiembla. Esa que nos cubrirá por siempre".
Imagen: la bailaora japonesa Yunko Hagiwara.

viernes, 1 de abril de 2011

Próximos eventos

Día 11 de abril, 'Flamenco y poesía en la obra de Enrique Morente' Citivox Iturrama, Pamplona, 19, 30 horas.

Día 15 de abril, 'Los años flamencos de Luis Buñuel (El cine flamenco Republicano)' Sociedad Flamenca El Dorado, Centre Civc Parc Sandaru, C/ Buenaventura Muñoz 21, Barcelona, 20 horas.