por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







miércoles, 27 de octubre de 2010

Próximas actuaciones

20 noviembre, ‘El enigma de Manuel Vallejo’, Conferencia Escénica, Casa de la Cultura de Los Molares (Sevilla).

Sinopsis de la conferencia: Se trata de un recorrido por la vida y, sobre todo, por la obra del gran cantaor sevillano, del que este año celebramos el 50 aniversario de su muerte. Manuel Vallejo (1891-1960) ha dejado una de los legados discográficos más extensos de la historia del flamenco. Sin embargo apenas sabemos unas cuantas anécdotas de su vida. El cantaor no concedía entrevistas, ni escritas, ni habladas, y guardó celosamente el secreto de su vida. Eso sí, a cambio nos dio una de las aventuras más bellas del cante flamenco del siglo XX.


martes, 19 de octubre de 2010

Adiós a la Bienal 2010

Lo digo de entrada y sin paliativos: el mejor espectáculo de la XVI Bienal de Flamenco ha sido ‘Pastora’ de Galván. No sólo por el baile. También acogió el mejor cante, la malagueña nutricia de David Lagos que, no sé porqué, canta mejor con alguien ante él. La voz descomunal de José Valencia. Y el toque: Ramón Amador pletórico de gusto, de sabor clásico, acompañando al cante y al baile. Porque es un enamorado del cante, como demostró, en propia voz, por tarantos. Desplegando un colchón de tonos áureos para los otros, para que brillaran los otros. Como el Bobote, un señor que marca, sigue marcando el flamenco desde hace años. Que una Bienal más se ha desdoblado, destriplicado (estuvo con La Tremendita, Rafael Campallo, Argentina, con muchos, con todos), para acompañarnos tantas noches, mucho compás, la base de todo este edificio llamado flamenco. Un artista único, un seguro de vida jondo para cualquier intérprete, que faculta a los demás para elevarse por cualquier región armónica, melódica, coreográfica, sabiendo que gozará de un salvoconducto para regresar a lo más jondo de la tierra.


Y Pastora, claro. Que individualiza, se afirma como intérprete personal, desde el título de la propuesta. Es su espectáculo más propio, más yo. Por supuesto que en él cuaja toda una estética Galván que es también De los Reyes, el apellido de su madre, bailaora. Pero asumido, respirado, en cada poro de una mujer polisémica, la parodia se hace homenaje o viceversa, pero todo es verdad, arrebatadora, fértil, torrencial y flamenquísima.

La clave de ‘Pastora’ es que su intérprete baila. Baila hasta la extenuación, aunque ésta no hace acto de presencia. Cosa que no vimos ni en ‘Sonerías’ ni en ‘Cuando yo era’ por mentar dos de los sonadas decepciones. La diferencia es que los territorios flamencos nuevos que inaugura Pastora se descubren desde su propia alma, desde su propia necesidad. Por eso el resultado es tan equilibrado como veraz. No hay voluntad de asombrar al público sino la mostración del asombro del intérprete ante esa anomalía llamada la vida.

Lo mismo pasó con Juan Carlos Romero y su ‘El agua encendida’. Ha sido el mejor concierto que nos ha dado el tocaor en su historia. Una sorpresa mayúscula porque el de Huelva ha desbrozado la melodía para mostrar el tuétano de sus composiciones. Con toda crudeza, nos ha dado su asombro. Sin énfasis, como el que ve la lluvia, el prodigio de la lluvia de este otoño que se nos apropia del corazón. El lirismo, en el caso de Juan Carlos Romero, es una piedra mojada y olvidada en mitad de la maleza.

Luego quedan esas joyas perdidas, esos instantes, destellos, a los que tan dado es este arte, pero que no justifican necesariamente las propuestas en las que vinieron envueltos. En el Hotel Triana, la Kaita por tangos y jaleos de su tierra. En mitad de un programa con más nombres que la guía de teléfonos, ‘La noche de Extremadura’ una mujer que se da toda en cada tercio, que canta como si la vida le fuera en ello, porque, de hecho, así es. Esa noche, por sorpresa, nos dio vida y nos provocó la extrañeza de las estrellas, algunas ya extintas, por más que aún nos llegue su luz que ya fue. En el mismo lugar, una semana más tarde, los fandangos del Boquerón, los cuplés por bulerías del Moro. Y el baile insustituible, convulso, crudo, apocalíptico, de una señora llamada Angelita Vargas. El himno de los gitanos, un dúo de Dorantes-Esperanza Fernández, y las terribles seguiriyas de un Lebrijano capaz de resucitarse una vez más, coincidieron con otras malas noticias de acciones ilegales contra esta etnia por parte del legal gobierno francés. Con lo que el mensaje multisecular de estas melodías de perseguidos y excluidos se multiplicó por tres. Ya que tantos intentos de ‘fusión’ inútil hemos tenido que soportar, hubiese sido el momento de invitar a algún grupo de gitanos búlgaros o rumanos a esta edición de la Bienal.

sábado, 16 de octubre de 2010

Paco de Lucía en Sevilla

XVI Bienal de Flamenco

Concierto de Clausura

Guitarra, composición y dirección: Paco de Lucía. Segunda guitarra: Antonio Sánchez. Armónica: Antonio Serrano. Bajo: Alain Pérez. Percusión: El Piraña. Cante: El Duquende, David de Jacoba. Baile: Farruco. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 9 de octubre. Aforo: Lleno.




Los héroes, para serlo, tienen que ser, al menos en un cincuenta por cien, humanos. Paco de Lucía se mostró nervioso en su concierto en Sevilla. Increíble, dirá usted, un músico de esta talla y reconocimiento mundial. Así es. Y no sólo eso. Llevaba apenas 20 minutos de duración el recital cuando lo dijo "Qué fatiguitas, cuando pienso que estoy en Sevilla". Pues no lo piense maestro. Déjese llevar. No piense, deje que la música fluya de sus manos. Ellas saben a dónde deben llevarlo, llevarnos. Son tantas las noches, tantas las melodías, tantos los acordes que han recorrido. Hasta el punto de dar dos o tres vuelcos a este arte llamado flamenco, a la música popular contemporánea. Esa sabiduría que atesoran sus dedos, esa familiaridad con el misterio, con el silencio, es lo que provoca la tensión en el público. Sale el tocaor al escenario y la ovación es atronadora. Él mismo debe cortarla para poder empezar. Hizo sólo un toque en solitario, ¿sería para alejar las fatigas que decía sentir? Se refugió en la seguridad del combo, esa formación que él patentó para lo jondo al iniciarse los años ochenta. Allí desgranó melodías y los nervios provocaron más inseguridades técnicas que en otros conciertos que le he escuchado este mismo año. No sólo los nervios, también hubo algunos problemas de sonido que, afortunadamente, fueron desapareciendo conforme avanzaba el recital. Si los nervios generaron dudas técnicas también dotaron al concierto de mayor emoción.



Nos hubiese gustado escuchar más tiempo al maestro en solitario. Aunque hubiese sido en las falsetas más simples del mundo. El tocaor ya no está dominado por esa rabia, esa tensión que le hacía recorrer el mástil a toda velocidad. Por el contrario, ahora nos encontramos con un músico sereno, pese a los nervios puntuales de anoche, seguro, que ya no lucha contra el tiempo, que ya no se pelea por el pasado, por el futuro. El presente es una realidad que Paco de Lucía contribuyó a edificar en los últimos 40 años. Por eso ha llegado la hora de tumbarse bajo las palmeras, único elemento de la escenografía anoche, y escanciar las falsetas con toda tranquilidad. Y dejarle espacio a los músicos más jóvenes para que se exhiban. Por supuesto, está el sello del maestro. Está en todos los guitarristas de hoy, los que ayer se sentaron en el patio de butacas y los que no. Está también en esos picados que se persiguen. Un sello que el público reconoce y que los aficionados más entusiastas jalean de pie.



"¡Paco, Paco!". El tocaor es un héroe. Nuestro héroe. Ha conquistado tantos territorios, tantos países para lo jondo, incluso el nuestro. Tantos escenarios. A lo ancho del mapa, y también a lo alto. Sus músicos lo saben porque ellos nacieron cuando el nombre de Paco de Lucía era un mito. Por eso dan lo mejor de sí cuando, sobre la rueda de acordes, se suceden las variaciones instrumentales. Un procedimiento que el de Algeciras trajo al flamenco desde el jazz. Y también vocales. El Duquende parece un resucitado cuando canta por seguiriyas, en uno de los cambios rítmicos de Zyriab, desbordado de emoción. Porque Paco de Lucía también inventó a Camarón, con la inestimable colaboración de Camarón, y por eso Camarón está siempre presente en sus recitales.



La imagen que cierra la Bienal de 2010 es la de un viejo sabio, más sabio que viejo, es verdad, en pie, con la guitarra apoyada en el pecho, tocándole por bulerías a un niño, El Carpeta, que rompe el ritmo sobre el escenario. Dos generaciones en las tablas y una intermedia, la formada por los miembros del grupo. Esto está vivo, muy vivo, muy inquieto. El futuro de lo jondo está asegurado porque los enanos estamos subidos a lomos de gigantes, de un gigante llamado Paco de Lucía.


viernes, 1 de octubre de 2010

Crónicas granadinas o lo que en Sevilla pasó (y recuerdo a Mario Maya)

XVI Bienal de Flamenco de Sevilla

‘Estrella Morente de Granada‘

Cante: Estrella Morente , Antonio Carbonell, Ángel Gabarre, José Enrique Morente . Guitarra: Montoyita, Miguel Ángel Cortés, El Monti. Baile: Juan Andrés Maya, El Popo, Inván Vargas. Cuadro Flamenco del Sacromonte. Grupo de laúdes del Albaicín. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 26 de septiembre. Aforo: Lleno


La vida mancha y el amor siempre despeina. Estrella Morente no envió sus barcos a luchar contra los elementos, pero intuitivamente comprendió que éstos sólo podían ser vencidos uniéndose a ellos. Así que en la soleá, en un acto de amor, se despeinó. En este arte, en esta vida, lo que importa es la entrega. En el momento de completa entrega de la soleá para el baile de Juan Andrés Maya nos olvidamos y se olvidó del sonido infame que toda la noche, pero sobre todo en los primeros momentos, enturbió la actuación de la cantaora. Presente puro que despeinó a la bailaora y que nos hizo olvidar lo deslavazado del tráfico escénico en que la gente entraba, se movía o se estaba quieta, se sentaba o se ponía en pie, y salía, a voluntad


Crónicas de la Granada de 1922: Estrella Morente evocó las figuras y los cantes de la Niña de los Peines, de Antonio Chacón, recordó las palabras, la nostalgia, de Lorca (que definió Granada como "la narración de lo que ya pasó en Sevilla"), bailó la farruca de El sombrero de tres picos de Falla. Lo que en Granada pasó: la soleá, aunque puro presente en su expresión, es un cante memoria, de la memoria, un cante de melancolía.

Por eso, por el sentido circular de su fraseo, de su cerrada rueda de acordes, es un cante que, proveniente de Sevilla, de Triana, encontró un asiento extraordinario, unos modos propios, en la ciudad que el poeta Soto de Rojas definió como "paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos".



El más granadino de los poetas granadinos de finales del siglo XX nombró como Crónicas granadinas a la más alhambrista de sus obras y firmó unas habaneras de Granada, que es, lógicamente, una Habanera imposible, consciente de que la ciudad "sólo tiene salida por las Estrellas": ahí está la cantaora diciendo los versos del enamorado Carlos Cano. Granada volcada en el pasado y Estrella siendo el color, la chispa, la seducción de la sevillana Pastora Pavón por alegrías. O llevando el grana al mate como un Antonio Chacón femenino asentado en la Cuesta del Chapiz: Chacón visitó la ciudad en 1922 como presidente del jurado del famoso concurso, pero antes había construido una delicada filigrana sobre los fandangos del Albaicín para llamarla granaina. Estrella saltó de los fandangos a la granaína, de la fiesta a la nostalgia, de la lujuria a Granada.



Lo que en Sevilla es presente, ayer mismo una artista seduciendo a una ciudad a fuerza de un carisma escénico innato, de la plenitud de colores de su voz, de un toque por malagueñas a cargo de Cortés tan cálido como exacto, en Granada es pasado: Plaza de los Aljibes, 1922. Lo que en Sevilla es pasado, una mujer que llegó, cantó y se fue, en Granada es presente: la rueda de la soleá y el pelo alborotado de una mujer que se entregó por amor a una ciudad. Sevilla es entrega y Granada, agua.

P. D. El granadino Juan Andrés Maya recordó al querido maestro y añorado Mario Maya, el tito Mario. Hace dos años que se fue y seguimos recordándolo. Sigue entre nosotros, en nuestro recuerdo.