Concierto de Clausura
Guitarra, composición y dirección: Paco de Lucía. Segunda guitarra: Antonio Sánchez. Armónica: Antonio Serrano. Bajo: Alain Pérez. Percusión: El Piraña. Cante: El Duquende, David de Jacoba. Baile: Farruco. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 9 de octubre. Aforo: Lleno.
Los héroes, para serlo, tienen que ser, al menos en un cincuenta por cien, humanos. Paco de Lucía se mostró nervioso en su concierto en Sevilla. Increíble, dirá usted, un músico de esta talla y reconocimiento mundial. Así es. Y no sólo eso. Llevaba apenas 20 minutos de duración el recital cuando lo dijo "Qué fatiguitas, cuando pienso que estoy en Sevilla". Pues no lo piense maestro. Déjese llevar. No piense, deje que la música fluya de sus manos. Ellas saben a dónde deben llevarlo, llevarnos. Son tantas las noches, tantas las melodías, tantos los acordes que han recorrido. Hasta el punto de dar dos o tres vuelcos a este arte llamado flamenco, a la música popular contemporánea. Esa sabiduría que atesoran sus dedos, esa familiaridad con el misterio, con el silencio, es lo que provoca la tensión en el público. Sale el tocaor al escenario y la ovación es atronadora. Él mismo debe cortarla para poder empezar. Hizo sólo un toque en solitario, ¿sería para alejar las fatigas que decía sentir? Se refugió en la seguridad del combo, esa formación que él patentó para lo jondo al iniciarse los años ochenta. Allí desgranó melodías y los nervios provocaron más inseguridades técnicas que en otros conciertos que le he escuchado este mismo año. No sólo los nervios, también hubo algunos problemas de sonido que, afortunadamente, fueron desapareciendo conforme avanzaba el recital. Si los nervios generaron dudas técnicas también dotaron al concierto de mayor emoción.
Nos hubiese gustado escuchar más tiempo al maestro en solitario. Aunque hubiese sido en las falsetas más simples del mundo. El tocaor ya no está dominado por esa rabia, esa tensión que le hacía recorrer el mástil a toda velocidad. Por el contrario, ahora nos encontramos con un músico sereno, pese a los nervios puntuales de anoche, seguro, que ya no lucha contra el tiempo, que ya no se pelea por el pasado, por el futuro. El presente es una realidad que Paco de Lucía contribuyó a edificar en los últimos 40 años. Por eso ha llegado la hora de tumbarse bajo las palmeras, único elemento de la escenografía anoche, y escanciar las falsetas con toda tranquilidad. Y dejarle espacio a los músicos más jóvenes para que se exhiban. Por supuesto, está el sello del maestro. Está en todos los guitarristas de hoy, los que ayer se sentaron en el patio de butacas y los que no. Está también en esos picados que se persiguen. Un sello que el público reconoce y que los aficionados más entusiastas jalean de pie.
"¡Paco, Paco!". El tocaor es un héroe. Nuestro héroe. Ha conquistado tantos territorios, tantos países para lo jondo, incluso el nuestro. Tantos escenarios. A lo ancho del mapa, y también a lo alto. Sus músicos lo saben porque ellos nacieron cuando el nombre de Paco de Lucía era un mito. Por eso dan lo mejor de sí cuando, sobre la rueda de acordes, se suceden las variaciones instrumentales. Un procedimiento que el de Algeciras trajo al flamenco desde el jazz. Y también vocales. El Duquende parece un resucitado cuando canta por seguiriyas, en uno de los cambios rítmicos de Zyriab, desbordado de emoción. Porque Paco de Lucía también inventó a Camarón, con la inestimable colaboración de Camarón, y por eso Camarón está siempre presente en sus recitales.
La imagen que cierra la Bienal de 2010 es la de un viejo sabio, más sabio que viejo, es verdad, en pie, con la guitarra apoyada en el pecho, tocándole por bulerías a un niño, El Carpeta, que rompe el ritmo sobre el escenario. Dos generaciones en las tablas y una intermedia, la formada por los miembros del grupo. Esto está vivo, muy vivo, muy inquieto. El futuro de lo jondo está asegurado porque los enanos estamos subidos a lomos de gigantes, de un gigante llamado Paco de Lucía.
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