Dirección y baile: Juan Carlos Lérida. Guitarras: José Luis Rodríguez, Marta Robles. Escenografía: Antonio Gogoy. Iluminación: Marc Lleixa.
Lugar: Endanza en el Centro de las Artes de Sevilla
Fecha: 29 y 30 de Enero
Aforo: Lleno
Lérida presenta en Sevilla la propuesta de un lugar diferente desde el que mirar, tocar y tocarse, para la guitarra flamenca. Una inmersión en el solipsismo (es un solo de hora y pico), autoanálisis que sirve a lo social con el recurso del voyerismo, porque unas ochenta personas lo contemplamos en las dos sesiones del fin de semana, de la guitarra jonda. La soledad del tocaor de fondo (de escenario), a veces cercana y otras plenamente instalada en el onanismo.
Desde la depuración escénica y coreográfica, llegar a la austeridad desde el exceso (de influencias, de conceptos, también de técnicas y músicas), en la que irrumpe también la ironía y el humor (el público), el momento presente, como estructura sobre la que construir desde la improvisación (según confesión del propio intérprete) para llegar al punto de partida: la soledad del que toca y se toca es la de cualquier ser humano. Ritos sociales del Monasterio de San Clemente. Una conclusión, por tanto: pese a todos los indicios, parece ser que los guitarristas son hombres y mujeres, un hombre y una mujer, de este mundo. Aunque vivan en su mundo. Todo dedos y cabeza, poseen también piernas, genitales y columna vertebral, a los que somenten a inhumanas torsiones. Eso sí, una contractura de un tocaor se parece a la de cualquier ser tocado.
La adudacia conceptual (casi heroica, si pensamos en el páramo de la disciplina en la que el propio intérprete ubica la pieza, el "flamenco contemporáneo") tiene su correlato en una exigencia técnica absoluta y una capacidad física que roza el exhibicionismo. La melodía, el ritmo, sobre todo la melancólica melodía, es un acicate emocional, pero el trabajo coreográfico hace un importante ejercicio de descomposición, digestión y reintegración de las técnicas flamencas. Y no sólo de las técnicas, también de los estilos, esto es, de las estructuras, de las actitudes. Con algún momento de autocomplaciencia barroca.
Espejo de la soledad social de Lérida, además del público, fueron las guitarras afinadas hasta convertirse en dos hilillos de plata, la luz con los hombros inclinados de la rutina gozosa y la desnudez del espacio escénico. Fue un gesto tan sencillo y marginal, a la vez revolucionario. La luz en los márgenes, en las aristas. Fue un acto de valentía, heroico decía más arriba, al mismo tiempo tan necesario. Para mi sed fue agua de mayo, porque "en verdad" mi rutina escénica semanal me lleva a ser testigo de tanto gesto vacío recargado de cosas... Hay vacíos fértiles pero el que se nos propone desde la escena flamenca contemporánea viene tan cargado de lastre (de otras artes, que llegan a lo jondo con rutina y cansancio vital, y también de este arte: las letras repetidas hasta la tortura, el mismo grupo de acompañamiento, sean o no idénticos los individuos, ya no cansino sino asfixiante). Lérida y cía. movieron unos centímetros el lugar de la danza y el toque flamencos contemporáneos iluminándonos, deslumbrándonos. Con el desolador y necesario daño colateral de mostrar la vacuidad gratuita (porque, como decía arriba, hay vacíos que no lo son), que domina en tantos "estrenos absolutos" y demás milongas de los ciclos y festivales flamencos al uso.
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