por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 17 de septiembre de 2010

Libertad, igualdad, fraternidad

XVI Bienal de Flamenco de Sevilla.

Cante: Juan Peña 'El Lebrijano'. Guitarra: Pedro Peña. Percusión: Agustín Henke. Coros y palmas: Juan Reina, Juan Rincón. Violín: Faiçal Kourich. Teclados y voz: Redouane Kourich. Darbuka: Josef Boud. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles, 16 de septiembre. Aforo: Lleno.




Esta fraternidad, confesémoslo sin ambages, nunca funcionó. A nivel musical digo. Otra cosa es que todos los ribereños del Mediterráneo compartamos una visión de la existencia, musical también. Pero la música andalusí, que también es nuestra, nada tuvo ni tiene que ver con el flamenco. Cuando apareció Encuentros, que no es un disco flamenco, se lo hice escuchar a mi amigo Sarah y se rió: ni quiera las letras castellanas y árabes tenían que ver.



La supuesta igualdad de los dos discursos musicales consistió, como anoche, en que los marroquíes asumían, dentro de su universo polirrímico, la amalgama casi única flamenca (con el binario no había problema) y ahí encajaban, como podían, las melodías. Lole y Manuel, por ejemplo, lo supieron bien y cuando tuvieron dineros se fueron a Egipto a contratar la orquesta de Oum Kalsoun: una cosa es el flamenco, otras las músicas del Magreb.



Con todo ello 'Dame la libertad', que Juan Peña atacó al final del recital, es un sueño de fraternidad y persecución que Caballero Bonald y todos llevamos dentro desde 1988, o desde antes (Marchena cantó con Aziz Balouch). Y luego esa seguiriya que el de Lebrija se sacó de la manga, era ya el bis, declarando que está vivo y coleando y declarando la verdad del flamenco: que las fusiones, diálogos, fraternidades, que en su día fueron un soplo de libertad (esa forma de soledad), que tanto le dieron a nuestro cantaor en popularidad, en igualdad con otras músicas populares y ligeras, se convirtió pronto en un turbión de músicas del mundo, en un reclamo para sordos, en fondo musical de grandes almacenes. Que lo que interesa a los miles de peregrinos de lo jondo que cada dos años vienen a Sevilla es que este arte todavía habla de dolores en carne viva, de hospitales, le habla a la soledad, a la muerte, de tú a tú, como hizo Juan Peña al final de la noche cuando parte del público cruzaba ya el paso de cebra de la Universidad.



El concierto: una sucesión de variaciones instrumentales en las que lo mejor fue el kanun no acreditado; los teclados y el violín enchufado alejan exotismos y timbres naturales y nos acercan la música andalusí actual, en movimiento. Juan Peña sacaba, reticente, un hilillo de voz, se dejaba esconder tras los músicos. Pero en el corazón de este gitano habita la épica: creo que fue cuando dedicó Lágrimas de cera a Sarkozy, el presidente de la República Francesa, cuando asomó la rabia. El concierto hasta entonces era una convencional selección de sus discos de canciones ligeras aflamencadas: 'Sueños en el aire', 'Lágrimas de cera', 'Casablanca', 'Encuentros' ... todos menos el último. Qué pena que no le hubiese dedicado (también) Persecución al señor presidente. Todos somos gitanos de Rumanía, de Bulgaria, de Europa, de África.

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