por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 19 de agosto de 2011

Reir, llorar, aborreder, amar

Cante: Rosario la Tremendita. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Lugar: Jardines de la Buhaira, Sevilla. Fecha: Martes, 16 de agosto. Aforo: Lleno.

La última vez que estuvo en Sevilla, en la Bienal del año pasado, se presentó con 13 músicos. Tenía ganas de verla en formato clásico, voz y guitarra. Un recital clásico, que no tradicional, o no estrictamente tradicional. Aunque cantó soleá, milonga, bulerías, tangos, guajira, fandangos, alegrías, granaínas, martinetes. Salvador Gutiérrez estuvo pletórico, sustituyendo a los doce músicos antedichos, porque La Tremendita no renunció a las nuevas melodías, a los aromas cibernéticos, en su propuesta. Ya saben, la modernidad, dicen, viene del frío. Del norte, de la cabeza. Y La Tremendita dio un salto de calidad en su arte gracias al frío, al azul neón. A la búsqueda melódica, melismática, armónica. Por eso, cuando se rompe por soleá, como hizo el martes, resulta mortal de necesidad. Puro corazón.

Se lo dijo, en un jaleo, a Gutiérrez: “ole lo difícil”. Están en la edad, los dos son jóvenes y guapos. Están en la edad de hacer lo difícil. Aunque cuando hacen lo sencillo, lo directo, como en la soleá, es brutal. Algún día entenderán que lo más difícil es lo sencillo: reír, llorar, aborrecer y amar. Respirar. Como en la soleá, ya digo, también por el acompañamiento de la guitarra, que se volvió tierra.

La guajira, sobre todo en su primera parte, fue un puro disfrute de melodía zumbona al ritmo amalgamado de doce tiempos, para dejarse llevar por el mar del Caribe. La guajira de La Rubia y El Mochuelo, pura delicia melódica y rítmica. Claro que, hablando del Caribe, ningún negro cubano se hubiese atrevido a bailar el tango que interpretaron La Tremendita y Gutiérrez, a fuer de estilización melismática y textos metaflamencos. Pues fueron los esclavos cubanos los que inventaron el tango, extramuros La Habana. Más América en la milonga, que en realidad fue un cante que debe a Marchena el 99% de su configuración actual, al menos tal y como la ejecutaron estos intérpretes.

Y es que el arte, la música, no es filosofía, ni religión, ni ciencia. Trabaja con conceptos, con fórmulas matemáticas, claro, pero sólo en la medida en que sirven al símbolo. Por eso el arte occidental, después de Schönberg y Joyce, hace un siglo, encontró en el rayajo altamiro el summun de la abstracción, de la modernidad. Igual que la soleá de tres versos, puro haiku del corazón: “no me duele que te vayas/ me duele que te llevas/ sangre mía en las entrañas”. Quiero decir que al flamenco le pasó lo mismo que al resto de artes occidentales: de hecho ya surge como arte de la concisión, como arte abstracto, que se dirige directamente a las emociones, sin necesidad de argumento, exhibición técnica ni, mucho menos, contexto conceptual (salvo el genérico del romanticismo que lo alumbró). Pero es que ellos son tan jóvenes y guapos. Todavía no tienen rayajos en la frente. En el corazón. En las entrañas.


Foto: Ana Manotas.

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