por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







miércoles, 2 de noviembre de 2011

Elogio del cruditismo


‘Quijote de los sueños’ Arcángel. Producido por Arcángel. Guitarra: Miguel Ángel Cortés, Daniel Méndez, José Antonio Rodríguez. Sony Music. 
                                                                                                                                                    Los tiempos demandan cruditismo, y sin embargo en el flamenco, un arte tradicionalmente básico, cada día nos encontramos obras más elaboradas. Cuando los ingredientes básicos son de calidad, como es el caso, el fuego cuanto menos mejor. Se trata de una de las voces más emotivas y versátiles del panorama jondo de hoy. Ese cantaor, uno de ellos, de los que siempre esperamos una nueva entrega con expectativas altas. Quizá sea ese el problema. Que les exigimos mucho porque son los mejores. Es cierto que en cada una de sus entregas nos sabemos abonados a un par de sacrificios a esos dioses paganos que ni mucho menos se van a aplacar con esta caduca ofrenda de estribillos, coros y bajo eléctrico. Que los mercados son insaciables, lo comprobamos cada día en el noticiero. Pero también surgen, siempre, joyas. Los tangos podrían firmarlos dos docenas de artistas menos dotados que Arcángel. Y eso que el texto lo pone uno de nuestros poetas favoritos, Ortiz Nuevo. Mire usted que el Quijote, como artefacto estético, podría ser un buen referente para nuestros tiempos de crisis, también. Hasta que los críticos no pusieron de manifiesto sus imperfecciones, incluso argumentales, no los apreciamos los que leemos por puro placer. ¡Bendita humana imperfección! Igual que las cicatrices del muro que ilustra los interiores de este disco: es un muro que ha vivido. A veces es lo mejor que podemos ofrecer a los demás, nuestras cicatrices. Nuestras dudas. Son señales de que hemos vivido. El Quijote respira porque se enfrente a molinos de viento para poder volver “vencido de mí mismo”, que es el combate más heroico que puede acometer un hombre. Entrega, a la vida: la soleá, de Alcalá a Cádiz, la guitarra como un Sancho fiel, que sí, que ve molinos si su amo se empeña en ello. Pero no es el caso: qué sutileza, qué miniatura feliz de acompañamiento, dentro de los más estrictos cauces tradicionales y desprovisto de todo gesto museístico. Porque todos hemos perdido, alguna vez, es por lo que nos perdemos en la gloria de esta soleá, con ese (casi) roto final del señor Guanter, alias Paquirri. Ole por esta ola.


Para cantantes pop aflamencados nos quedamos, ya puestos, con Antonio Orozco que bien lo demuestra en ‘Tu voz es mi voz’. Fandangos naturales que surgen con una elocuencia viril de otros tiempos que nosotros los flamencos hemos sabido mantener en una sociedad que tiende a degradar los valores tradicionalmente masculinos. Bulerías ligadas en una fórmula de enorme éxito en los años 80: nos entregamos al gusto del soniquete, a una melodía con pellizco y al placer de una voz única a la que, por una vez, oímos respirar. En los fandangos de Huelva, así llamados no sé porqué, Arcángel se erige, con destreza, en cantante de jazz ligero. En ‘No consigo’ la guitarra de Daniel Méndez nos limpia de paja y nos arroja en los tonos mayores del recuerdo merced a la inventiva de Isidro Muñoz, pese a que la letra no nos muerda. En este último corte del disco apreciamos el intento, serio, de hacer nueva música y letra flamenca. El intento es plausible y el resultado notable. Lo que más me ha gustado de la entrega, con la soleá.

En fin que nos quedamos con esa joya por soleá que nos hace echar de menos, volvernos, a esos discos de flamenco de cuando éramos pobres y lo sabíamos, esos elepés de vinilo que se grababan “en dos tardecitas después de comer” porque no había nada que demostrar. Tan sólo una vida que contar, que cantar. La nuestra. Echo de menos, también, en esta misma línea, los directos de este cantaor porque hoy por hoy, esa es la verdad, están muy por encima, por entrega, por veracidad, de sus manufacturas redondas. Quiero decir que hay que alcanzar un grado muy alto de civilización para darse cuenta de lo profundamente humano que es el arte primitivo. Que no salvaje. Crudo. Que no roto. Con toda la farfolla que está cayendo, y que va a caer, sólo sobrevivirá lo básicamente humano, como es lo jondo. Porque “ ni tú no estás, ni estamos/ para fuegos de artificio,/ cuando apenas si respiramos”.

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