Se trata de emociones universales, humanas, la base de toda la baraja emocional. El flamenco tiene un estilo propio adecuado a cada una de las emociones básicas del ser humano, de ahí su universalidad, reconocida ahora institucionalmente por la Unesco, pero bien conocida desde hace 160 años por los millones de seguidores, hombres y mujeres con sus emociones a cuestas, que tiene en todo el mundo. El flamenco, como todo arte popular, es esencialmente emocional. Ello lo hace, en gran medida, independiente del contexto social y geográfico que lo vio nacer, que lo ve renacer cada día: el taranto se bailó por vez primera en Nueva York, en los años 40, y la rondeña de Montoya se grabó en París en 1936 mientras España se desangraba.
La vida y la muerte son la materia prima de la que está hecho el flamenco. Por eso afecta, potencialmente, a todo ser humano, en todas las latitudes. Por supuesto, son la base de toda obra de arte. En nuestro entorno actual es muy frecuente la presencia de un tipo de artista que con su obra pretende escapar de la segunda. El flamenco sabe desde sus orígenes que las dos palabras, vida y muerte, se refieren a una única, aunque múltiple, realidad. De ahí, vamos ya a los matojos, como diría el maestro Mairena: las seguiriyas. La ceremonia de la seguiriya. ¿Cómo puede un género atroz como este subsistir en un mercado de plásticos? Que no se le mire a los ojos no quiere decir que la muerte no habite entre nosotros.
Lo jondo es el único arte que tiene un género llamado alegrías. Aquí las felicidades son jondas. El cante gaditano de las cantiñas es la pura expresión, en tonos mayores, de la felicidad del paisaje, de la emoción que proporciona el mero hecho de estar vivo y ser conscientes de ello. Para compartirlo: "Cuando se entra en Cádiz,/ por la bahía,/ se entra en el paraíso/ de la alegría".
La soleá es el único estilo flamenco que se expresa en tiempo pasado. Es el arte, femenino (La Andonda, La Serneta, La Fernanda, etcétera), de la melancolía, de la nostalgia, del recogimiento, de la tierra. En su dulce rueda armónica modal, en su fraseo circular, se esconden los secretos del paso del tiempo, el ciclo vital de la siembra/cosecha, día/noche.
Y el miedo flamenco, que es el miedo de todo hombre, acuciado por el tiempo, por el cese, por la rotura de la viga, por el derrumbamiento de la mina; son los cantes (y los toques, y los bailes, y los poemas, etcétera) de los que habitan en el fondo de la tierra, los mineros: tarantas, mineras, tarantos, levanticas … cantes de levante en general.
De la universalidad de estas cuatro emociones flamencas depende el hecho de que lo jondo sea patrimonio de la humanidad desde que sus creadores se pusieron manos a la obra para estilizar artísticamente sus iras, sus alegrías, sus melancolías, sus miedos. De la capacidad de emocionar y conmover a todo hombre, en todos los lugares de la tierra. Felicidades pues a todos los premiados: a las instituciones públicas, que tanto empeño han puesto en esta declaración. A los artistas flamencos, a los de hoy y a los de ayer. A los creadores: Chacón, el Mellizo, Pastora, Marchena, Mairena, Caracol, Morente, Montoya, Sabicas, Ricardo, Sanlúcar, Paco, Pastora Imperio, La Argentina, Carmen Amaya, Antonio, Gades, Mario, Galván. Lo más beneficioso, a mi parecer, de esta declaración sería que esta contribuyera a que a nuestros escolares, desde la primaria a la universidad, estos nombres les resultaran tan familiares como los de Cervantes, Platón, Newton, Lorca, Shakespeare, Bach, etcétera. No quiero decir que el flamenco tanga que ser obligatorio para todos los andaluces, para todos los españoles. Por supuesto que los aficionados nos alegramos de que este hecho artístico haya surgido en nuestro contexto. Sólo que ya cansa esa manida expresión, que sólo decimos aquí, de "yo de flamenco no entiendo, es que no lo conozco". Y poder contestarle: "Será porque usted no quiere, señor". Felicidades a todos los aficionados, a todos nosotros.
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