Marina Heredia hace en su cuarto disco, 'A mi tempo',
grabado en directo, un minucioso y sentido recorrido por la historia del
flamenco, que es la del convulso siglo XX español.
Es una de
las grandes voces del flamenco actual. Voz profunda, oscura, plena de color y
de matices. Marina Heredia Ríos (Granada, 1980), la hija de Parrón, es dulce y
dolorida, sensual y distante. Abre ‘A
mi tempo’ una milonga, cante estrella de los años 20 y 30 y hoy reducido
a un fósil. Heredia ha rescatado uno de aquellos cantes de temática sentimental
y llorona que incluso dieron lugar a algunas de las primeras películas de
temática flamenca en la República. La guitarra metálica, tensa, brillante y sin
embargo íntima, granadina, es la de Miguel Ángel Cortés. Con la apabullante
introducción de Cortés ya hemos recorrido toda la épica pampera que del Cono
Sur se trajo este cante, importado por Manuel Escacena. Es el espíritu
campesino de espacios abiertos que en la ciudad, en el puerto, derivará al
tango porteño. Sentimentalismo obvio, sencillez de intenciones y de recursos,
melancolía y naturaleza. Heredia se lanza sin paracaídas en el melisma, que es
el elemento único que alimenta este cante, libre de ritmo. Sin paracaídas,
digo, porque el cante está grabado en directo, como el resto del disco. La cantaora
ha rescatado la letra y la música del gran Corruco de Algeciras, estrella
flamenca tempranamente desaparecida, en el frente del Ebro durante la contienda
española.
Eso sí, con el cambio de género se produce algún desliz en la copla, trasformando la rima consonante del original en verso libre. Es el preludio, un remanso frente al turbión rítmico que vendrá. Los fandangos tremendos del Chocolate son el contrapunto de la arrasada posguerra frente al ‘glamour’ de la cantaora. Por supuesto que Marina Heredia no se olvida de dónde venimos y este disco es una puesta al día de nuestra historia reciente porque el flamenco ha sido el testigo de excepción de los horrores y las alegrías de nuestro convulso siglo XX.
‘A mi tempo’ es también el tiempo de todos, nuestro presente entendido como actualización o evolución de un pasado. El pasado de los fandangos tremenditas ("Dios mío de mi alma") del Chocolate: mujeres de la vida, abusadas, abandonadas por sus hombres cuando estos marcharon a la guerra; hombres alcoholizados para olvidar el horror del día a día, niños que se hacen adultos a marchas forzadas, incomprensión en la pareja. De nuevo Heredia trasforma el género del protagonista de sus coplas en aras de lo políticamente correcto. Pero los fandangos no dejan de ser trallazos y su contenido desasosegante permanece intacto. José Quevedo ‘El Bolita’ es, pues, el digno heredero del Niño Ricardo: ambos tensos, ambos nerviosos, ambos estilistas enormes de la emoción. Diego del Morao es el encargado de darle la réplica en los segundos fandangos.
Eso sí, con el cambio de género se produce algún desliz en la copla, trasformando la rima consonante del original en verso libre. Es el preludio, un remanso frente al turbión rítmico que vendrá. Los fandangos tremendos del Chocolate son el contrapunto de la arrasada posguerra frente al ‘glamour’ de la cantaora. Por supuesto que Marina Heredia no se olvida de dónde venimos y este disco es una puesta al día de nuestra historia reciente porque el flamenco ha sido el testigo de excepción de los horrores y las alegrías de nuestro convulso siglo XX.
‘A mi tempo’ es también el tiempo de todos, nuestro presente entendido como actualización o evolución de un pasado. El pasado de los fandangos tremenditas ("Dios mío de mi alma") del Chocolate: mujeres de la vida, abusadas, abandonadas por sus hombres cuando estos marcharon a la guerra; hombres alcoholizados para olvidar el horror del día a día, niños que se hacen adultos a marchas forzadas, incomprensión en la pareja. De nuevo Heredia trasforma el género del protagonista de sus coplas en aras de lo políticamente correcto. Pero los fandangos no dejan de ser trallazos y su contenido desasosegante permanece intacto. José Quevedo ‘El Bolita’ es, pues, el digno heredero del Niño Ricardo: ambos tensos, ambos nerviosos, ambos estilistas enormes de la emoción. Diego del Morao es el encargado de darle la réplica en los segundos fandangos.
El calor del directo le ha hecho mucho bien a esta obra pues, mientras otros
discos de la cantaora son perfección formal embalsamada, aquí el acabado
técnico no borra la intensidad emocional sino que la potencia. La guitarra
nerviosa, jerezanísima, de Diego el del Morao, acompaña a Marina por
seguiriyas. Íntima, enérgica, esencial y barroca. Heredia ofrece una
interpretación muy adornada, desbordante, lujuriosa y sentimental, pasando de
la exhibición vocal al intimismo en el mismo verso melódico. Del grito rabioso
al gemido susurrado en un segundo. Y el del Morao escancia una falseta lenta,
morosa, de enorme sabor. La seguiriya de cierre de Manuel Molina evoca, sin
lugar a dudas, el cante poderoso y de ritmo vertiginoso de Manuel Vallejo,
genio hispalense: un envite del que Heredia sale más que airosa. Los arreglos y
el estilo de la caña nos recuerda a otro granadino ilustre, Morente, incluso en
la elección de alguna letra, no acreditada, de Manuel Machado. El paseíllo
coral, mixto, a la manera del siglo XIX, según nos cuenta Estébanez Calderón,
es un prodigio de melodía y precisión rítmica. Es una deliciosa canción
flamenca plena de ritmo, furia y emoción. Las percusiones de Paquito González
disparan el carácter social de la obra y el ritmo prodigioso de los tres
guitarristas. En la bulería por soleá, con buen criterio, son los dos
guitarristas jerezanos los que acompañan a Marina para recordar los cantes del
Gloria y La Moreno. Una nueva entrega airosa y pletórica. Toda una lección de
cómo arrojar y recoger el cante.
La segunda parte es una explosión de los dos estilos festeros por excelencia de
lo jondo, tangos y bulerías, en diferentes fórmulas. Cuatro cantes que son
cuatro homenajes. Si en la primera parte de esta obra se acuerda Heredia del
Corruco de Algeciras, La Moreno, Chocolate y Morente, en la recta final del
disco los evocados son Adela la Chaqueta y Camarón en las bulerías y Bambino y
Morente en los tangos. Es decir, los tablaos versus los festivales globales.
De Adela la Chaqueta, mítica cantaora de una de las estirpes con más compás de la historia del flamenco, estrella del tablao Los Canasteros, Heredia coge la forma de hacer el cuplé por bulerías. Los Mellis son un genuino y seguro metrónomo de la fiesta y Marina se deja llevar por los sentimientos a flor de piel del bolero y de la ranchera ‘Que se me acabe la vida’ de José Alfredo Jiménez. De Camarón ofrece un ramillete de letras festeras que Antonio Humanes, Juan Antonio Salazar, Kiko Veneno y Pepe de Lucía compusieron para el genio isleño en los ochenta. Cantes ligados plenos de ritmo y de memoria. La copla de posguerra de sufrió en la voz tremenda del utrerano Bambino, estrella de Torres Bermejas y Los Canasteros, una versión luminosa y lúdica, canalla y noctámbula, desbordante, a ritmo de rumbas. De esta manera lo interpreta Marina Heredia con la temperamental Mónica Naranjo, con las congas y las guitarras ventilador. El último homenaje del disco es, de nuevo, para Morente con una selección de sus más populares melodías para textos de San Juan de la Cruz y Lorca.
Heredia ha elegido para su cuarto disco una obra grabada en directo y con el repertorio tradicional que mejor conoce. Una gran obra, sin duda la mejor suya. Entre Fernanda de Utrera y Mairena, entre la perfección formal y la pura entrega sentimental, a Heredia le sentará mejor, siempre, lo segundo. Lo primero ya viene de fábrica, no tiene que preocuparse por ello.
De Adela la Chaqueta, mítica cantaora de una de las estirpes con más compás de la historia del flamenco, estrella del tablao Los Canasteros, Heredia coge la forma de hacer el cuplé por bulerías. Los Mellis son un genuino y seguro metrónomo de la fiesta y Marina se deja llevar por los sentimientos a flor de piel del bolero y de la ranchera ‘Que se me acabe la vida’ de José Alfredo Jiménez. De Camarón ofrece un ramillete de letras festeras que Antonio Humanes, Juan Antonio Salazar, Kiko Veneno y Pepe de Lucía compusieron para el genio isleño en los ochenta. Cantes ligados plenos de ritmo y de memoria. La copla de posguerra de sufrió en la voz tremenda del utrerano Bambino, estrella de Torres Bermejas y Los Canasteros, una versión luminosa y lúdica, canalla y noctámbula, desbordante, a ritmo de rumbas. De esta manera lo interpreta Marina Heredia con la temperamental Mónica Naranjo, con las congas y las guitarras ventilador. El último homenaje del disco es, de nuevo, para Morente con una selección de sus más populares melodías para textos de San Juan de la Cruz y Lorca.
Heredia ha elegido para su cuarto disco una obra grabada en directo y con el repertorio tradicional que mejor conoce. Una gran obra, sin duda la mejor suya. Entre Fernanda de Utrera y Mairena, entre la perfección formal y la pura entrega sentimental, a Heredia le sentará mejor, siempre, lo segundo. Lo primero ya viene de fábrica, no tiene que preocuparse por ello.
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