Cante: Tamara Aguilera, Toñi Fernández, Sonia Miranda, Nazareth Cala. Guitarra: Ismael Aguilera, Manuel Herrera, Fernando Moreno, Rafael el Cabeza. Cante para el baile: Manolo Sevilla, Moi de Morón. Baile: Milagros Mengíbar. Lugar: Cortijo de Cuarto, Sevilla. Fecha: 17 de junio. Aforo: media entrada.
Lo volvió a hacer, una vez más. El milagro consiste en remover al espectador, conectarlo con sus emociones más profundas, en una ceremonia colectiva en la que algunos miembros del público no pueden contenerse y expresan sus sentimientos a borbotones, en forma de "oles". Cuando Milagros Mengíbar baila, se detiene el tiempo. Cesan las prisas y también las ansias. De pronto los deseos se ven colmados. No hay lucha porque el individuo y la colectividad se hacen puro presente. Milagros Mengíbar puede bailar la letra con un mínimo gesto de las manos, en una danza estática en la que el resto del cuerpo expresa en la quietud. Eso está al alcance de muy pocos. De los que atesoran años de sabiduría y entrega a lo jondo, a la vida. La guitarra de Rafael el Cabeza es barroca, lujuriosa, pero estilizada hasta la trasparencia. Milagros le baila al cante en un ritual que hace que cada noche renazca la danza flamenca. No se trata de mostrar una coreografía como el que arroja una carga sino de entregarse al presente y a la devoción por el cante clásico: Manolo Sevilla y Moi de Morón, cruz y luna del cante para el baile. No sólo es la inventora de la gramática de bata de cola para la Escuela Sevillana. Es, ante todo, una intérprete genial.
Las cuatro cantaoras de la noche son jovencísimas representantes de la forma tradicional de decir lo jondo, ya que Nazareth Cala sustituyó a Lolita Valderrama, indispuesta en el último momento. La de El Puerto de Santa María tiene una voz fresca y salinera que encuentra en el toque de Fernando Moreno su complemento ideal. Toñi Fernández representó el arte más racial con la zambra y el fandango caracoleros, las seguiriyas, los tangos y las bulerías. Canastera y variada en los estilos festeros, el fuerte de esta intérprete es ese inaudito timbre aéreo, pleno de armónicos y dulzuras. Tamara Aguilera, que le tocó abrir la noche con la guitarra bisoña de su hermano Ismael, dio muestras de la enorme afición que atesora, aunque todavía le queda la asignatura de convertir el cante en un hecho más vivencial que erudito. Un festival de barrio con todo el sabor y solera.
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