por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







martes, 8 de febrero de 2011

Flamencas de Holanda (IV): La lechera

En el ‘Trigal con cuervos’ no vi trigo ni pájaros. Sólo vi cuatro cuadros en Ámsterdam. En realidad sólo vi un cuadro. Rembrandt me dejó indiferente. No comparto el gusto holandés por el claroscuro. En mis dos trabajos pedí, de forma tan insistente como infructuosa, más luz. Estuve un rato frente a la ‘Ronda de noche’ sin resultado alguno. También vi ‘Los girasoles’. Pero lo que me conmovió fue la ‘Calle de Delf’ y, sobre todo, ‘La lechera’ de Johannes Vermeer. Ante esta última pintura sí que estuve un buen rato parado. Casi una hora. Justo hasta ese punto en que el personaje sale de su estatismo y se dirige al espectador. Es una mujer modesta y relajada. Con sus cinco sentidos completamente inmersos en esa mínima tarea de verter la leche en el recipiente de barro exultante de brillo y limpieza. Claro que el pan, el mismo que yo había tomado en el Lloyd Hotel esa mañana para desayunar, estaba pidiendo un mordisco a gritos. Y la leche olía a vaca holandesa. La cesta de mimbre de la izquierda tiene un tacto suave y cálido de arrollo del sur. Pero la vida se acumula toda en el cuerpo relajado de esta mujer atareada, minuciosa. Relajada y abstraída, no posa para mañana ni para la posteridad sino que trabaja afanosamente. Cumple con su deber con conciencia. Es la quintaesencia del protestantismo. Austeridad y pulcritud. Es la encarnación de la modestia, la efectividad y la limpieza calvinista. Holanda es un país de hombres efectivos y mujeres limpias. Sólo que en ocasiones los hombres poseen vagina.


Fue la efectividad lo que más me gustó de las mujeres de Holanda. Claro que esta asunción de los roles masculinos conlleva también algunas pérdidas. Sa. lo dijo con más elocuencia que yo “En Holanda no hay hombres”. La efectividad de la mujer ha anulado al hombre holandés. Lo siento por ellas, por ellos. E. fue el hombre con el que más intimé en Holanda. Me transportó por todo el país con una efectividad y una amabilidad perfectas y auténticas. Estudia teología así que traduje algunos poemas de San Juan de la Cruz para él, en la última ruta hacia el aeropuerto de Schiphol.


Pero volvamos a las mujeres holandesas: mi ciudad, no diré cual es, se ha poblado de princesas en los últimos tiempos. Aguardan inmutables la llegada de su príncipe azul. Ninguno es suficiente para ellas. Las mujeres holandesas no aguardan. Van por lo que quieren. Eso no quiere decir que no practiquen el gusto por el buen vestir, el arreglarse y la coquetería: he visto a mujeres elegantemente ataviadas, con su minifalda y todo pese al frío polar, recorriendo el barrio de Jordaan, los canales, majestuosamente instaladas tras los mandos de su bicicleta. Van por lo que quieren. Claro que eso intimida al hombre. A ningún hombre le gusta que la mujer, su mujer, tenga más huevos que él. Por eso dice Sa. que “en Holanda no hay hombres”. Sí hay, yo los vi. Hablé con ellos. Me contaron sus inquietudes. Sólo que la mujer les ha quitado el espacio. Lo dije en mis charlas, tratando de provocar polémica, pero ninguna entró al trapo. Mejor. Ahora lo pienso: mejor. E. tiene un novio que se sienta a su lado, está muy cansado, en el restaurante del Hotel Lloyd. Me he sentado en su mesa, interrumpiendo la intimidad de la pareja. “Es cardiólogo”, me dice E., orgullosa, tras presentármelo. Bravo por E. El hombre está cansado porque la mujer no para, no se deja. No conseguí identificar lo que hay a la derecha del cuadro, quizá una trampa para ratones. Lo que más asombra, con todo, es su tamaño diminuto. Así pasa un día.



P. D. He examinado, días más tarde, de cerca el objeto que hay a la derecha y abajo, y sigo sin identificarlo. A veces me parece un orinal metido en una caja de madera.




Imágenes:

1. 'Trigal con cuervos' en el Van Gogh Museum.
2. El escritor abolicionista Multatili a la entrada del barrio de Jordaam.
3. 'La calle de Delft' en el Rijsmuseum.
4. 'La lechera' en el Rijsmuseum.

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