Quisiera contarlo en tercera persona.
Y no decir,
“En el sueño de hoy
he estado contigo”.
Poder decir,
“En el sueño de la vigilia de hoy,
he vuelto a estar con ella.
Aquella mañana en los bosques del este.
Hacía sol y frío, y nieve.
Había frío, el frío de la noche, del arroyo,
en sus manos.
Había frío,
el frío de las paredes grises de su infancia,
en su corazón.
Quisiera decir que ella se fue
y tú te quedaste.
Pero os fuisteis las dos.
Es lo mejor para los tres,
ahora lo sé.
No te diré
que pongas la mano
en la cicatriz.
Tampoco le voy a contar
las lágrimas que costó
esa certeza.
Aquella mañana en los bosques del este
mi corazón era más ruidoso
que el río.
Más luminoso
que el sol del este.
Que la pulcra amanecida
en el Monasterio de Rila.
Nunca olvidaré
los bosques del este
ni el frío de tu corazón,
insensible
a otra,
a otra
que no sea
la niña que llora y,
a través de sus lágrimas,
sólo ve
el gris de la pared.
Yo quería que se fuera,
estar contigo a solas.
Y os fuisteis las dos.
Es lo mejor para los tres.
Te sentaste sobre la hierba
pero ella sintió
repugnancia (o vergüenza, o miedo)
ante el deseo claro (la boca) de un hombre.
Y, con todo,
mi corazón
iluminó ese día
cada rincón del bosque.
Todo era un sueño
en la vigilia”.
Y la semana que viene, una nueva entrega ‘P. de Budapest y otras drogas’. No se la pierda.
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