por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 18 de febrero de 2011

Flamencas de Holanda (VI): En el Barrio Rojo

En el barrio rojo. Lujuria y miedo. Sa. me recogió en el aeropuerto. Llegó con unos minutos de retraso y me hizo pasar a su Mercedes de los años setenta. A los 5 minutos empecé a sentir calor porque no me había quitado la chaqueta de cuero. Sa. apenas habló durante el trayecto y a mis preguntas (llevaba un día entero sin hablar, prácticamente, de avión en avión) respondía vagamente, con laxitud. Tiene una voz muy linda, ronca, oscura y, no obstante, musical. Podría ser cantante de jazz o blues, porque el color de su voz es el azul oscuro. Sin embargo, en la recepción del hotel se mostró bastante más comunicativa. La causa, creo, fue una broma que le hice, que la despertó.

Comí unos frutos secos que tenía en la maleta. Estaba cansado por el viaje, así que pensé: “si no salgo ahora a la calle, me duermo”. Como era de noche y no conocía a nadie en la ciudad (Sa. me había dicho que tenía trabajo, aunque me había dado su número de habitación y quedamos, vagamente, en vernos más tarde para tomar una cerveza en el bar del hotel), sólo podía dirigirme a un lugar.

En la calle aullaba el viento. De frío. Me puse el gorro, los guantes y me fui a buscar la parada del 26. El revisor me dijo dos veces, en inglés, como funcionaba la tarjeta de transporte. El precio por trayecto es 2,60. Ahora entiendo porqué funciona bien Ámsterdam. Al bajar del tranvía crucé la plaza de Central Statione buscando el barrio rojo. No tardé mucho en encontrarlo. Se trata, tan sólo, de seguir a los fumetas y a las luces e neón. Cuanto más cerca estoy, más abundan los comercios dedicados al sexo: tiendas de condones, el mayor comercio de vibradores del mundo, cabinas con películas .... Y de pronto, el primer escaparate. Las mujeres son hermosas. Lindas. Plastificadas en su mayoría. Las tetas enormes y siliconadas y los culos, sin embargo, pequeños. Esos deben ser los gustos de los holandeses. O, mejor dicho, de los americanos: la mayoría de los turistas que vociferan en el barrio rojo son americanos. Tienen nostalgia de la teta de la mama que no tuvieron. Y ¿quién no? Cuerpos lúbricos, metálicos. Esterilizados. Me cuesta trabajo mirar más de cinco segundos. Al fin y al cabo, no voy a entrar, y estas señoras no son payasos ni esto es un circo. No se trata de entretenerlas, si no voy a utilizar sus servicios.  

El barrio rojo es un parque temático para turistas del sexo y de las drogas blandas. Todo está esterilizado para el visitante. El precio es de 50 euros.


Lo que más me llama la atención es la Iglesia Antigua, la Oude Kerk. Justo enfrente de su lado sur hay una serie de escaparates sucesivos de transexuales. Hay urinarios públicos en todo el barrio donde se puede mear a la vista de todo el mundo. Así que me animo. Cuando estoy en plena faena pasa un grupo, mixto, de españoles. Es sábado por la noche y hay muchos españoles en el barrio rojo. Llego hasta la antigua puerta de la ciudad y me doy la vuelta.

Llevo diez minutos buscando la parada del 26 de vuelta al Hotel Lloyd. En Central Statione sólo hay paradas de ida, no de vuelta. Doy vueltas alrededor de la plaza y me pongo nervioso: mira que perderme un sábado por la noche. Pienso que no debía haber salido del hotel. Y luego pienso: qué gusto perderme en Ámsterdam y sábado por la noche. Como me han dicho que los taxis son imposibles, sigo a pie las vías del tranvía, buscando una parada que esté más cerca del Hotel Lloyd. Atravieso una zona despoblada y luego otra de almacenes, sin luces. Pienso que llevo todo el dinero conmigo. Paso por un control con barrera. Salvo la barrera y miro al guardia en su garita, que está desentendido. Al menos es un ser humano, llevaba diez minutos sin ver uno. Subo unas escaleras y llego a la parada del tranvía. En el bar del Hotel Lloyd no está Sa.




Imágenes: algunas instantáneas del Barrio Rojo, incluyendo la Oude Kerk y el monumento a 'Belle', que está justo enfrente de la iglesia. Hoy no se usa para el culto sino como Museo: lo descubrí el último día. Antes pensaba que todos los días el señor cura y las beatras tenían que pasar delante de las putas para ir a misa.

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