Baile, coreografía y guión musical: Israel
Galván. Baile: Belén
Maya, Isabel Bayón. Cante: David
Lagos, Tomás de Perrate. Guitarra: Chicuelo. Saxo y dirección musical: Juan
Jiménez Alba. Piano: Alejandro
Rojas Marcos. Percusión: Antonio
Moreno. Violín: Eloísa
Cantón. Jaleos y baile: La
Uchi, Bobote, Caracafé. Banda: Sistema
Tanto. Guión: T. Berraondo,
P. G. Romero, I. Galván. Dirección
artística: Pedro G. Romero. Dirección de escena: Txiki Berraondo. Lugar: Teatro de La Maestranza,
Sevilla. Fecha: Sábado 6
de abril. Aforo: Lleno.
Cuando sube el telón
comienza ‘Lo Real’, porque
Galván se ha convertido en un acontecimiento sevillano, con todo el fingimiento
que implica. En ‘Lo Real’ me
siento a salvo y feliz, a pesar de que lo que veo es atroz, porque se respira
libertad, pese a que cuenta la historia de las privaciones, las humillaciones,
los abusos. Es una historia real, está pasando ahora mismo (privaciones,
deshumanización y hombres y mujeres libres). Es lo que siempre ha contado
Galván. Bailar el horror. Me dicen que en el Real se monta un escándalo en el
estreno: algunos no quieren que se meta el dedo en la herida. Algunos no
quieren que se cierre la herida. Galván siempre ha hablado de esto. La herida
está en Kafka y en las seguiriyas decimonónicas del Marrurro. Me acuerdo de la
seguiriya apocalíptica de Terremoto en ‘El
final de este estado de cosas’. Aquí no ha usado la seguiriya. También
en la malagueña de Chacón, en la dulce voz de Lagos, hay una herida. Es una
cosa más sutil. Es un espectáculo más sutil, en la historia de Galván. Incluso
se ha permitido una amabilidad con el espectador, un intermedio cómico,
francamente cómico, obviamente cómico, descaradamente cómico. La crueldad
sonora está justificada porque es la historia de la crueldad lo que vemos.
Galván cuenta lo mismo y hoy todo está claro, equilibrado, trasparente. No hay
la crudeza, la viscosidad de antes. Quizá por eso no me sobrecoge tanto como
otras veces. O porque la historia ya me la ha contado otras veces.
Es una mirada adulta sobre una cosa infantil que es el llanto del desconsuelo. Ante la injusticia, ante la privación, ante la humillación, ante el abuso, ante la indefensión, todos somos niños. Lo referentes culteranos están ahí, y pulidos, depurados, casi invisibles. Galván vuelve sobre la herida y así salimos más sanos del teatro. El llanto cicatriza. Recuerda muy bien lo que quieres olvidar, creo que fue Freud el que lo escribió. No quiero volver a la ficción sino perderme en las aguas de este río tranquilo, sereno, de esta obra sencilla y compleja, fluida, sólida, impenetrable, de una honestidad y una libertad emocionantes y sanadoras, porque nos hace mejores. No quiero que baje el telón. Nunca.
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