El maestro
Manolo Sanlúcar anunciaba el sábado, en la clausura del Festival Cueva de
Nerja, su retirada de los escenarios. “Dejo la guitarra a partir de hoy. He
estado esperando para despedirme con un público andaluz y hoy lo hago. Estoy
contento y orgulloso de despedirme de toda España desde aquí, en Málaga”,
sentenció, sin profundizar en los motivos que le han llevado a tomar tal
decisión, el guitarrista que pasará a la historia del flamenco como el más
importante indagador melódico y armónico de su instrumento. Por su enorme
contribución a la música jonda y española de la segunda mitad del siglo XX,
confiamos en que su retirada sea el merecido descanso del instrumentista que se
inició en la infancia y que ha recorrido el mundo con su guitarra a cuestas, y
en que el músico siga en la brecha de la investigación, la composición y la
transmisión de su legado a las nuevas generaciones.
La actividad
creativa e interpretativa de Sanlúcar se puede ver como una búsqueda que,
partiendo de los elementos tradicionales del flamenco, se va cubriendo de
ropaje instrumental y conceptual hasta alcanzar, una vez madurada, de nuevo la
sencillez. De la guitarra desnuda de ‘Mundo y formas del flamenco’, pasando por
la orquesta de ‘Medea’ –obra que interpretó el sábado en Nerja junto a la
Sinfónica Provincial de Málaga– o ‘Aljibe’, hasta la vuelta a la voz y la
guitarra en ‘Locura de brisa y trino’ (2000), sin duda la obra maestra de
Sanlúcar, un intento de ampliar la armonía flamenca buscando en las tradiciones
modales mediterráneas. Una obra compleja en la que su autor se hace más
intelectual y también, extrañamente, más esencial. Su mensaje se va depurando
con el tiempo. Pasa del lirismo brillante al lirismo desnudo.
Su
producción primera está marcada por una intensa calidez, por la búsqueda de la
belleza a través del color armónico, en franca contradicción con la disonancia
característica de la guitarra de la época. Esta tendencia culmina en ‘Tauromagia’
(1988), considerado por muchos el mejor disco de guitarra flamenca de la
historia. De la épica de Maestranza al intimismo de Oración, reflexión sobre la
soledad del torero en la que miedo y arrojo se muestran como dos caras de una
misma moneda, una de las grandes composiciones de su autor, subyugante por su
trémolo poderoso. Pero también la épica está presente en su primera época con
títulos populares como Caballo negro. Hay que destacar su vocación sinfónica,
que le ha llevado a componer varias obras para guitarra y orquesta entre las
que destaca la citada partitura para el ballet ‘Medea’ (1984).
Manuel Muñoz
Alcón nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el 21 de noviembre de 1943. Se
inició como niño prodigio en una familia de guitarristas flamencos encabezada
por su padre, Isidro Sanlúcar. En 1957 se enroló en la compañía de Pepe
Marchena, realizando sus primeras grabaciones para La Paquera de Jerez y Pepe
Pinto. Ha grabado también para María Vargas, Los Rocieros, Porrinas de Badajoz,
Manuel Agujetas, Estrella Morente, y un largo etcétera.
Llegó a hacer varios
registros junto a la venerable Pastora Pavón, Niña de los Peines, madrina
artística de nuestro tocaor, los últimos que llevó a cabo la sevillana. Una
grabación, una joya, que desafortunadamente permanece inédita, extraviada y
quizá perdida para siempre. Sanlúcar pasó por el bachillerato flamenco de los
tablaos en el madrileño local de Las Brujas. Sus primeras grabaciones como
solista son versiones propias de toques tradicionales en las que se aprecia su
querencia melódica, elegancia, brillantez e intimismo como ejecutante.
Después de
dos discos soberbios (1968 y 1970), graba, en tres volúmenes, su obra ‘Mundo y
formas de la guitarra flamenca’ (1971-1973), la más ambiciosa en este sentido
hasta la fecha, en tanto que se desarrolla en tres decenas de composiciones
propias, infinidad de falsetas que recorre una amplia gama estilística del
flamenco. En concreto son 36 toques para 19 estilos, interpretados por una
guitarra en solitario. La rumba ‘Caballo negro’, incluida en su sexto LP,
escuetamente titulado ‘Sanlúcar’ (1974), le abre las listas de éxitos
radiofónicos y le permite pasar, como solista, de ateneos y foros
universitarios a escenarios de mayor repercusión popular. También hay que
situar en esta época sus inicios como concertista internacional. Discos
posteriores son ‘Y regresarte’ (1978), ‘Candela’ (1980) y ‘La voz del color’
(2008), entre otros hitos de una larga trayectoria discográfica que alcanza 22
títulos.
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