Improvisar, en arte, no consiste en dejar las cosas a medio hacer para acabarlas sobre la marcha. Por contra, es necesario afianzarse en una estructura muy sólida, asimilarla como algo innato, para así poder olvidarse de ella y dejar espacio para el momento, para la emoción o la sensación que surge en el escenario. Lo que lastra irreversiblemente esta propuesta es la ausencia de estructura. Ninguna obra de arte puede funcionar sin una sólida construcción y armazón entre sus partes. Sólo hay una excepción, que no lo es: cuando el creador es consciente de ello y quiere construir sobre la ausencia de armazón. Ello requiere un trabajo de poda aún mayor porque la falta de estructura es la más sólida armazón que debe tener una obra, si no quiere caerse. Es la famosa obra abierta. No es el caso de esta propuesta que se inicia prometedora con una miscelánea autobiográfica con apuntes de danza clásica y bolero, historia que salta en pedazos cuando a partir del minuto 30 se suceden tres bailes largos, más un interludio de cante por malagueñas. La puesta en escena termina de despeñarse cuando el cantaor presenta el cante, al guitarrista, y saluda. Hubo, no obstante, momentos brillantes, sobre todo cuando Toledo, que es una bailaora superdotada, escuchó la guitarra de Daniel Méndez, en la primera parte de la obra: Méndez tiene esa capacidad de abrir la tapadera de lo real y Toledo estuvo aquí franca, entregada.
Rosario Toledo por Juan Carlos Muñoz |
No hay comentarios:
Publicar un comentario