Baile: La Farruca, El Carpeta. Guitarra: Juan Requena. Cante: Pedro el Granaíno, José Valencia, Fabiola y un cantaor más (no acreditados). Palmas: Dos palmeros (no acreditados). Piano: Pablo Rubén Maldonado. Lugar: Teatro Central de Sevilla. Fecha: Martes, 17 de febrero. Aforo: Lleno
El espectáculo apela a los valores más básicos, que no únicos, por supuesto, de este arte. El flamenco, desde sus inicios, apela a las emociones básicas, pero siempre ha sabido ser sofisticado. No es el caso de esta obra, eminentemente física, rítmica. La frenética sucesión del compás de amalgama: alegrías, soleares, seguiriyas, a las que sumar el taranto. A un arte tradicional, sobre el que nuestros mayores edificaron un monumento, que es el de saber escuchar: escuchar el cante, la guitarra, responder a sus estímulos. La danza es comunicación. La Farruca, como todos los miembros de esta prodigiosa familia, es una artista de inspiración, con el riesgo que ello supone: la apuesta por momento presente, por lo que surge sobre la escena. Limitando el aspecto conceptual, en este caso más emotivo que otra cosa: el recuerdo de artistas que han marcado a la bailaora como Lola Flores, Matilde Coral o el propio padre de la Farruca. El espectáculo se sustenta en una nada, en un todo: la pura entrega. Se le veía a la bailaora agotada al final de la soleá, que fue sin duda el baile de más emoción de la noche, aquel que consiguió conmoverme en un par de ocasiones. Era la prueba patente de que todo había funcionado como esperábamos, pese a las deficiencias en la puesta en escena, en el sonido. En este territorio del corazón no vale la máscara de la técnica ni otros pretextos para ocultarse. El Carpeta, a su corta edad, mostró una danza tan enraizada y fecunda como suele ser habitual en esta saga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario