Esta tarde
ha fallecido Miguel Vega Cruz (Huelva, 1952). Nos queda su música, los dos
discos que grabó para Phulips en los 70 y que se han reditado conjuntamente en
formato CD en varias ocasiones, y que ahora reseñamos. Aquí les presentamos lo
más tangible de ese mito, de este guitarrista de leyenda. Un tocaor al que le
tocó vivir una historia de película, de novela. Hijo de Miguel el Tomate, el
Niño Miguel, aunque nacido en Huelva, es de procedencia almeriense y de hecho
es tío de Tomatito y del Niño Josele. Norberto Torres (que tanto me ha ayudado
a disfrutar de la guitarra flamenca, a distancia) nos relata como El Tomate se
marchó de Almería, “huyó del barrio con su amante, abandonando a su mujer y a
sus hijos”. De la unión de la nueva pareja, ya en tierras onubenses, nació el
protagonista de nuestra historia. La leyenda continúa con los primeros
balbuceos a la guitarra del Niño Miguel con su padre, a la busca de trabajo en
tabernas y calles de Huelva. Un día, repentinamente, le llega la fama: a raíz
de su triunfo en el concurso de guitarra de la peña Los Cernícalos el Niño
Miguel graba (1975 y 1976) un par de discos para Philips, que son los que
reproduce esta edición. Sin embargo pronto sus desequilibrios le llevan a
intervenciones desafortunadas que poco a poco lo van alejando de los
escenarios. Con todo, la huella de su toque está presente en guitarristas
actuales tan distintos como Rafael Riqueni, Paco de Lucía, Raimundo y Rafael
Amador, Javier Conde o los sobrinos del guitarrista, Tomatito y Niño Josele.
Esta es la película. He aquí la leyenda: en primer
lugar el vals flamenco, patente de la casa Miguel. Una guitarra que es al mismo
tiempo descarada e íntima, pudorosa desde el punto de vista técnico y valiente
en la expresión. Seguramente sin la orquesta la guitarra se mostraría aún más
verdadera. Un estilo rudo y fresco, natural. La farruca es un toque patrimonial
familiar que Miguel hace con la falta de prejuicios propia de los inventores de
la guitarra flamenca. La melodía, casi desnuda, en el bordón. Un toque pleno de
ritmo. Porque es el ritmo el elemento característico de este tocaor gitano. La
música, las falsetas, emanan de sus manos con toda la naturalidad, como el agua
que mana de la fuente. Así las bulerías: el frenesí propio de la época, y el repiqueteo
incesante de las palmas, proyectan la guitarra del Niño Miguel a otros cielos.
También la rumba, como esa que da título a su segundo disco, ‘Diferente’
(1976), en la onda cantable de lo ensayado por Paco de Lucía en ‘Entre dos
aguas’. No en vano en ambos números participan el padre y el hermano de Paco,
el primero, Ramón de Algeciras, como segunda guitarra y Antonio Sánchez como
productor (no acreditado en este disco). Una pieza exuberante de melodía y de
frenéticos picados, muy característica de la guitarra flamenca de la época. No
es la única rumba que incluye la recopilación: ‘Cuevas de la joya’ y ‘Mi
sentimiento’ siguen por el mismo camino cantable señalado.
Por soleá el Niño Miguel tira también de lo rítmico
frente a la solemnidad característica de la guitarra de hoy. Una sucesión
ininterrumpida de líricas falsetas directas, claras en su concepto y en su
emotiva interpretación. Plenitud de ligados y bordón. Un paisaje de un alma
bella y aturullada en el que el ritmo está siempre presente e irrumpe como un
desconocido. Sin dudarlo el número con más poesía de este disco. Por supuesto
los fandangos onubenses, pletóricos y llenos de prisa, desbordantes. No cabe
más emoción en menos compases. Ante la duda Miguel opta siempre por el mayor
número de notas. Con todo ello, Niño Miguel también es capaz de brillar a gran
altura en los toques libres de ritmo. Las granaínas incluidas en este disco son
ejemplares por su conjunción de clasicismo y personal inventiva. Voluptuosas y
brillantes, características de esa ínsula rara de la guitarra flamenca que
fueron los años setenta. Miguel vive el ritmo en las venas, y lo traspasa
incluso a un toque como este, aparentemente libre. Más lo dicho hasta ahora no
lo es todo, sino el comienzo. Alegrías, tarantos, zambras, zapateados, etc. Y
vuelta a empezar. Setenta y ocho minutos de música grabó el de Huelva, y eso le
bastó para pasar a la historia de este arte. Aquí los tiene.
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