por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







viernes, 24 de mayo de 2013

Los padres



Baile: Belén Maya. Baile y palmas: Chloe Brulé. Cante: José Valencia. Guitarra: Miguel Pérez. Lugar: Sala Joaquín Turina, Sevilla. Fecha: Jueves, 23 de mayo. Aforo: Lleno.
Es una bailaora única, que aporta su personalidad a todo lo que hace, aunque venga firmado por otro. El sello de Belén Maya es ese baile enérgico, geométrico, espasmódico y roto que, no obstante, va suavizando aristas con los años. La cosa empezó evocando a una reina de los tablaos llamada Carmen Mora y a otro genio llamado Mario Maya. Los padres. Los mayores. Nos tocó, me tocó, porque a los dos los amé y los amo. En las cantiñas con Chloe Brulé fue la complicidad y el guiño nostálgico, casi paródico, aunque desde el cariño, desde la ternura. En el programa de mano pone taranto: lo que baila Belén Maya es uno de sus estilos favoritos, los tangos en su versión rotunda, casi bronca, de la Granada que también le corre por las venas. Luego los tientos y finalmente la taranta almeriense, para acabar con la salía de la taranta que sirvió a la bailaora para salir de escena. Sigue siendo un torbellino, sigue siendo una polvorilla en escena. Sin embargo el fuerte de esta bailaora es el carisma escénico y, quien lo tiene como ella, no necesita nada para estar sobre las tablas. Así lo demostró en el silencio de los tientos. O en algunas fases de la caña. 


La caña con bata de cola y mantón es un monumento erigido por Milagros Mengíbar. Belén Maya la hace a su manera, cálida, menos tierra y más inventiva. Belén Maya se ha reconciliado con el público y con una forma clásica de entender lo jondo que, por otra parte, se acuñó anteayer. Es una forma clásica de entender la vida, la feminidad, la línea curva. No obstante, la caña está desdibujada, sorprendentemente desdibujada. Emociona, cautiva, pero le falta una vuelta de tuerca para ser el monumento que podría ser.




 

También me choca la deslavazada puesta en escena de una intérprete como ésta, tan experimentada. No entiendo lo que hace Brulé en este espectáculo. Una bailaora deliciosa en sus propias propuestas que aquí está perdida y pasa de bailaora de los abandolaos a palmera sin solución de continuidad. También resulta larga, desequilibrante, la bulería reticente de José Valencia, así como algunas entradas y salidas en escena. El fin de fiesta es un gozo para los sentidos, el histórico martinete de la marca Maya.

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