Fue un raro en un mundo
de raros, el de la guitarra flamenca de concierto, donde la singularidad, desde
Manolo de Huelva a Rafael Riqueni, parece norma. Murió ayer a los 61 años en el
Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva, en el que permanecía ingresado desde
hace un mes. Un tocaor al que le tocó vivir una historia de película, de
novela. Hijo de Miguel El Tomate, El Niño Miguel (Miguel Vega Cruz, 1952),
aunque nacido en Huelva, era de procedencia almeriense y de hecho era tío de
Tomatito. Norberto Torres (que tanto ha ayudado a disfrutar de la guitarra
flamenca) nos relata cómo El Tomate se marchó de Almería: "Huyó del barrio
con su amante, abandonando a su mujer y a sus hijos". De la unión de la
nueva pareja, ya en tierras onubenses, nació el protagonista de nuestra
historia. La leyenda continúa con los primeros balbuceos a la guitarra del Niño
Miguel con su padre, a la busca de trabajo en tabernas y calles de Huelva. Un
día, repentinamente, le llega la fama: a raíz de su triunfo en el concurso de
guitarra de la peña Los Cernícalos de Jerez, el Niño Miguel graba (1975 y 1976)
un par de discos para Philips que forman parte de la historia de este arte
desde su primera edición. Ése fue el principio de algo grande. Y el final.
Pronto sus desequilibrios le llevan a intervenciones desafortunadas que poco a
poco lo van alejando de los escenarios. Estaba prevista su participación en el disco
‘Sacromonte’ (1983) de Enrique
Morente, que finalmente grabó Tomatito. Con todo, la huella de su toque está presente
en guitarristas actuales tan distintos como Rafael Riqueni, Paco de Lucía,
Raimundo y Rafael Amador, Javier Conde o los sobrinos del guitarrista, Niño
Josele y el mencionado Tomatito. Una guitarra, la del Niño Miguel, que es al
mismo tiempo descarada e íntima, pudorosa desde el punto de vista técnico y
valiente en la expresión. Un estilo rudo y fresco, natural. Niño Miguel toca
con la falta de prejuicios propia de los inventores de la guitarra flamenca. La
melodía, casi desnuda, en el bordón. Un toque pleno de ritmo. Porque es el
ritmo el elemento característico de este tocaor gitano. La música, las
falsetas, emanan de sus manos con toda la naturalidad, como el agua de la
fuente. Una sucesión ininterrumpida de líricas falsetas directas, claras en su
concepto y en su emotiva interpretación. Plenitud de ligados y bordón. Un
paisaje de un alma bella y aturullada en el que el ritmo está siempre presente
e irrumpe como un desconocido. Pletórico y lleno de prisa, desbordante. No cabe
más emoción en menos compases. Niño Miguel opta siempre por el mayor número de
notas.
No obstante, esta historia tuvo un epílogo, por lo que los aficionados más jóvenes tuvimos la ocasión de contrastar el mito con la realidad. En el año 2005, el Niño Miguel gozó de un raro reverdecimiento artístico que nadie esperaba. Tocó unos fandangos de su tierra en un disco colectivo. Y, lo que es más relevante, se volvió a subir como profesional a un escenario; en este caso, el de la sala Joaquín Turina de Sevilla. Los que tuvimos la suerte de contemplarlo, de sentirlo y que, por edad, no lo vimos en su etapa dorada, nunca olvidaremos esa noche. El guitarrista, negro, transido, doblado sobre una guitarra prestada, desgranó una falseta tras otra. Una hora solo en escena. En noviembre de 2011 volvió a repetir la experiencia, en este caso sobre las tablas del Teatro Central de Sevilla , más calmado, más pacífico, incluso mejor físicamente. En esta segunda ocasión recurrió a un repertorio mayoritariamente ajeno, mostrándose igualmente genial en su forma de ver la música de otros. Lo cierto es que en 2009 el cantaor Arcángel le había ofrecido un magno homenaje en el Palacio de los Deportes de Huelva, cuya recaudación le sirvió para vivir más cómodamente sus últimos años, que pasó ingresado en una residencia. Sus dos discos –‘La guitarra del Niño Miguel’ (1975) y ‘Diferente’ (1976)- han sido profusamente reeditados en todos los formatos. En ellos descubrimos a un guitarrista genial, inventor del vals flamenco.
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