por Juan Vergillos

PREMIO NACIONAL DE FLAMENCOLOGÍA

Ha publicado novelas, ensayos, libros divulgativos, relatos, poemas y letras de canciones. Ha escrito y dirigido espectáculos de danza y de cante flamenco. Ha dirigido festivales de flamenco y otras artes escénicas. Ha ofrecido conferencias, talleres y espectáculos en teatros, festivales, colegios y universidades de Europa y América. Colabora habitualmente en la prensa generalista y especializada. Dirige el blog Vaivenes Flamencos.







jueves, 28 de marzo de 2013

El espectáculo está en la calle



Afirma González Climent que “la correntada metafísica del cante se hace teología en la saeta. Pero una teología que no ha cedido su intuición directa de las cosas ni, menos que menos, el limo activo de lo humano”. La solidaridad alivia dolores. Las dolorosas son la encarnación de nuestra pena. Por eso canta el flamenco. Por eso canta saetas. Para aliviar a la Virgen su pena. Para aliviarse, con ella, del dolor propio, haciéndolo solidario con todos los que lo escuchan, los que contemplan el corazón acosado de puñales. Dice Lorca que la saetera canta por no seguir mirándose en la alberca.






La saeta consiste en cantar coplas alusivas a la pasión y muerte de Cristo con las melodías y los ritmos de la seguiriya y la toná. No se trata de un cante muy antiguo, aunque enlaza con una tradición de cantos religiosos, en su forma musical completamente ajenos al flamenco, que se remonta al menos al siglo XVII. La saeta es por tanto un género preflamenco y también es uno de los últimos en sumarse al corpus estilístico de este arte. La primera referencia escrita a la saeta es de Fray Antonio de Ezcaray ('Voces del dolor', 1691), que afirma que las cantaban en vía crucis “los reverendos Padres del Convento de Nuestro padre San Francisco, de Sevilla”. Ésta y otras noticias posteriores se refieren a cantos didácticos y narrativos de religiosos y misioneros que se interpretaban en vía crucis y pregones litúrgicos. Muchas de estas saetas primitivas son al parecer fragmentos de series narrativas mayores, incluso de los evangelios. Primero las cantaban los religiosos y luego las cantó el pueblo. El Diccionario de Autoridades las define en 1803 como “coplillas sentenciosas y morales”. Sin embargo, desde sus mismos orígenes se da en la saeta una tensión entre lo litúrgico y lo dramático, lo didáctico y lo cívico. Cuando el pueblo se adueña definitivamente de la saeta, a mitad del siglo XIX según los expertos, es cuando triunfa lo afectivo. Las letras se dramatizan y las autoridades eclesiásticas lanzan invectivas.  Algunas de estas saetas preflamencas subsisten en Marchena, Alhaurín el Grande, Puente Genil, Castro del Río, Arcos de la Frontera, etc. Son los restos de un fenómeno, la saeta popular preflamenca, que no se limitaba a Andalucía sino que se extendía por toda España. 



La saeta se hace flamenca, sin dejar de ser popular, a principios del siglo XX. Cádiz, Jerez y Sevilla se disputan aún hoy su paternidad, para la que se citan los nombres de Enrique el Mellizo, La Serrana, Antonio Chacón, Medina el Viejo, Manuel Torre o Manuel Centeno. Más allá de polémicas localistas no cabe duda de que la saeta flamenca es hoy lo que es por su vinculación a la fiesta mayor sevillana. Todos sus grandes intérpretes históricos (a los señalados hay que añadir los nombres de Manuel Vallejo, El Gloria, Niña de los Peines,  Niña de la Alfalfa, Tomás Pavón, Antonio Mairena, Juan Valderrama o Manolo Caracol) cantaron desde los balcones de Sevilla. El espectáculo, por tanto, está en la calle. Hay algunas actuaciones programadas, como las del Manuel Cuevas, que le cantará esta noche a la Macarena. No obstante, lo mejor de la saeta es cuando esta surge, sorpresiva, de una garganta anónima en medio de la noche preñada de música, aromas, imágenes y sentimiento. Es ahí cuando, por descuido, la emoción nos atrapa y nos inunda. Es el momento de disfrutar, por tanto, de este genuino fenómeno flamenco popular y callejero. 


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