Eva
Yerbabuena Ballet Flamenco. Baile, coreografía y dirección: Eva
Yerbabuena. Cuerpo de Baile: Mercedes
de Córdoba, Eduardo Guerrrero y Moisés Navarro. Guitarra: Paco
Jarana.Cante: Enrique el Extremeño, Emilio Florido, Segundo
Falcón. Percusión: Raúl
Botello. Lugar: Sala Joaquín Turina, Sevilla. Fecha: Jueves,
28 de Febrero. Aforo: Lleno
a rebosar.
Hay personas, artistas, para los que es una cosa natural, espontánea. Para otros no: para Beethoven la vida, la creación, fue una lucha. Algunos lo entienden al final, aunque sea intelectualmente, como en el caso de Borges. O desde la épica, como John Ford que, por su longevidad, pudo legarnos unas cuantas obras maestras de madurez. Para otros es un don intuitivo. Son los superdotados. Pero la mayoría de los artistas, de las personas, son hombres y mujeres comunes, de la calle. Y este descubrimiento, como el que anoche nos brindó Yerbabuena, suele venir tras una larga lucha. El descubrimiento al que me refiero es el de que los milagros son una cosa cotidiana. Están en nuestra naturaleza más básica, más mamífera. El descubrimiento de que "el centro se distingue por su levedad", en palabras de Bert Hellinger. Las emociones que nos importan a los flamencos son las más básicas. Cuando la bailaora se hace humana, una de nosotros, gente de la calle, capaz de emocionarse con un bolero sentimental, un cuplé por bulerías que le canta Emilio Florido o El Extremeño, como si fuera la última noche del último día. Y hacerlo solemne, sublime. La soleá es búsqueda del centro, de lo femenino, del círculo. La soleá es nostalgia, reflexión, tiempo pasado, mujer. Claro que, en el caso de Yerbabuena, es también precisión, firmeza, exactitud y absoluta destreza técnica.
Hay personas, artistas, para los que es una cosa natural, espontánea. Para otros no: para Beethoven la vida, la creación, fue una lucha. Algunos lo entienden al final, aunque sea intelectualmente, como en el caso de Borges. O desde la épica, como John Ford que, por su longevidad, pudo legarnos unas cuantas obras maestras de madurez. Para otros es un don intuitivo. Son los superdotados. Pero la mayoría de los artistas, de las personas, son hombres y mujeres comunes, de la calle. Y este descubrimiento, como el que anoche nos brindó Yerbabuena, suele venir tras una larga lucha. El descubrimiento al que me refiero es el de que los milagros son una cosa cotidiana. Están en nuestra naturaleza más básica, más mamífera. El descubrimiento de que "el centro se distingue por su levedad", en palabras de Bert Hellinger. Las emociones que nos importan a los flamencos son las más básicas. Cuando la bailaora se hace humana, una de nosotros, gente de la calle, capaz de emocionarse con un bolero sentimental, un cuplé por bulerías que le canta Emilio Florido o El Extremeño, como si fuera la última noche del último día. Y hacerlo solemne, sublime. La soleá es búsqueda del centro, de lo femenino, del círculo. La soleá es nostalgia, reflexión, tiempo pasado, mujer. Claro que, en el caso de Yerbabuena, es también precisión, firmeza, exactitud y absoluta destreza técnica.
Éstas son las cosas que nos gustan, en el día de Andalucía: seguiriyas, tarantos, soleares. Somos gente del pueblo, capaz de llorar con una tópica historia de desamor que es la nuestra: ¿quién no ha padecido, no ha gozado?, ¿quién no ha sufrido el desamor, el olvido, el éxtasis? Por eso queremos arte humanizado, cercano. Así que, ¡Viva Fráncfort! Porque Eva Yerbabuena es, ciertamente, una bailaora alemana. De hecho, y por enésima vez, la mejor.
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