Baile: Pepe Torres. Cante: David El Galli, Moi de
Morón. Guitarra: Paco Iglesias. Lugar: Patio del Cicus, Sevilla. Fecha:
Viernes, 23 de agosto. Aforo: Tres cuartos de entrada.
Pepe Torres es el genio flamenco de la reticencia. Es
lo que Eastwood a la actuación o Leonard Cohen a la canción de autor. Lograr el
máximo de emoción con los mínimos elementos técnicos, físicos, con la mínima
expresión. Tanto es así que estuvo menos tiempo en el escenario que el total de
las actuaciones en solitario de su grupo. Esta es la pega que impide que hablemos
de un espectáculo redondo: demasiado cante solista. Las bulerías sobraron,
aunque siempre sea un gusto escuchar a dos enormes cantaores como El Galli y
Moi de Morón. No hablo de la calidad de las interpretaciones sino del ritmo
escénico.
El baile de Pepe Torres es único en el panorama de
la danza flamenca actual. En su estilo no caben aspavientos ni florituras: va
al meollo de la cuestión. Así, se encuentra en las antípodas de la tendencia
actual de horror al vacío flamenco. En sus intervenciones regula como los
grandes maestros, Farruco, Isidro Vargas o Rafael el Negro, los silencios y la
energía escénica. Es, como decía más arriba, un genio de la contención
flamenca. Por eso cuando se desmelena surgen ramalazos de emoción. Es un tipo
de baile masculino que hoy se ha convertido en una rareza escénica. De ahí que
el público reciba entusiasmado su mensaje, por lo inhabitual. Existencialismo
reconcentrado, Pessoa por soleares. Baile viril, intimista, sólido como una
roca, con sabor a campiña y a tiempo detenido. Estoicismo, austeridad y gallardía. La tierra como sostén y el
hombre como una cosa entre las cosas, como un elemento mineral más del paisaje.
Un baile que descubre primitivos esplendores y generaciones de hombres apegados
a la tierra.
El grupo estuvo espléndido, tanto en su versatilidad
y compenetración con el baile como en solitario. En artistas como Torres el
grupo adquiere la mayor importancia ya que es de los pocos, hoy en día, que le
bailan al cante. Que escuchan. Que marcan la letra. En los últimos tiempos he notado
que Moi de Morón ha cambiado su antiguo salvajismo por un grito algo más
civilizado, moderado si quieren. Lo cual ha permitido que afloren matices
delicados, íntimos, que han engrandecido su arte, ya de por sí enorme.
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